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lunes, 23 de marzo de 2020

Lunes de la cuarta semana de Cuaresma: CRISTO MERECIÓ, POR SU PASIÓN, SER ENSALZADO.





   Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; por lo cual Dios también lo ensalzó (Filip 2, 8).


   El mérito importa cierta igualdad de justicia; por lo cual dice el Apóstol que al que obra, no se le cuenta el jornal por gracia, sino por deuda (Rom 4, 4). Pero cuando alguno, por su injusta voluntad, se atribuye más de lo que se le debe, es justo se le disminuya también en lo que se le debía; así cuando uno roba una oveja, pagará cuatro, como se dice en el Éxodo (22). Y se dice que eso lo merece para que por ello sea castigada su inicua voluntad. Así también, cuando uno por justa voluntad se sustrajo a sí mismo lo que debía tener, merece que se le añada más, como recompensa de esa justa voluntad. Por eso se dice: El que se humilla, será ensalzado (Lc 14, 11). Pero Cristo en su Pasión se humilló a sí mismo por debajo de su dignidad de cuatro maneras:


   1º) En cuanto a la pasión y a la muerte, de la cual no era deudor.

   2º) En cuanto al lugar, porque su cuerpo fue colocado en el sepulcro y su alma en el infierno.

   3º) En cuanto a la confusión y a los oprobios: que sobrellevó.

  4º) En cuanto fue entregado a la potestad humana, como él mismo dijo a Pilatos: No tendrías poder alguno sobre mí si no te hubiera sido dado de arriba (Jn 19, 11).


Por eso mereció por su Pasión ser ensalzado en cuatro cosas:


  1º) En la resurrección gloriosa; y así se dice en el salmo (138, 1): Tú conociste mi sentarme, esto es, la humildad de mi Pasión, y mi levantarme.

  2º) En la ascensión a los cielos. Por eso dice el Apóstol: Y que subió ¿qué es, sino porque, antes había descendido a los lugares más bajos de la tierra? El que descendió, ese mismo es el que subió sobre todos los cielos (Ef 4, 9-10).

 3º) En que está sentado a la diestra del Padre y ha manifestado su divinidad, según aquello de Isaías: Ensalzado y elevado será, y sublimado en gran manera. Como muchos se pasmaran sobre ti, así será sin gloria su aspecto entre varones (52, 13-14). Y el Apóstol dice a los Filipenses (2, 8-10): Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo ensalzó, y le dio un nombre, que es sobre todo nombre, es decir: para que sea llamado Dios por todos y todos le tributen reverencia como a Dios. Y esto es lo que se añade: Para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y en los infiernos.

 4º) En la potestad judicial, porque se dice en Job: Tu causa ha sido juzgada como la de un impío; ganarás la causa y sentencia (Job 36, 17).




(3ª, q. XLIX, a. 6)


  


MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


domingo, 22 de marzo de 2020

Cuarto Domingo de Cuaresma: CRISTO CON SU PASIÓN NOS ABRIÓ LA PUERTA DEL CIELO.





   Por tanto, hermanos, teniendo confianza de entrar en el Santuario por la sangre de Cristo... (Hebr 10, 19).


   La clausura de la puerta es un obstáculo que impide a los hombres la entrada. Pero los hombres son privados de la entrada en el reino celestial por causa del pecado, pues como se dice en Isaías (25, 8): Se llamará camino santo; no pasará por él hombre mancillado.


   Hay dos clases de pecados que impiden la entrada en el reino celestial (Abrir las puertas del cielo no es otra cosa que hacer expedita la consecución de la eterna bienaventuranza). Uno, común a toda la naturaleza humana, que es el pecado del primer padre; y por este pecado se cerraba al hombre la entrada en el reino celestial. Por esto se lee en el Génesis que, después del pecado del primer padre, delante del paraíso puso (Dios) Querubines, y espada que arrojaba llamas, y andaba alrededor para guardar el camino del árbol de la vida. Otro es el pecado particular de cada persona, que se comete por el acto propio de cada hombre.


   Por la Pasión de Cristo fuimos librados no solamente del pecado común a toda la naturaleza humana, en cuanto a la culpa y en cuanto al reato de la pena, pagando él preció por nosotros, sino también de los pecados propios de cada uno de los que participan de la Pasión de Cristo por medio de la fe, de la caridad y de los sacramentos de la fe. Y por eso la Pasión de Cristo nos abrió la puerta del reino celestial. Esto es lo que dice el Apóstol a los hebreos (9, 11): estando Cristo ya presente, Pontífice de los bienes venideros... por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo hallado una redención eterna. Y esto se presentaba figuradamente en los Números, donde se dice que el homicida se estará allí, esto es, en la ciudad en que se había refugiado, hasta que muera el sumo sacerdote; muerto el cual, podrá regresar a su casa (Num 35, 25).


   Los santos padres, haciendo obras de justicia, merecieron entrar en el reino celestial por la fe en la Pasión de Cristo, según aquello del Apóstol: Los cuales por fe conquistaron reinos, obraron justicia (Hebr 11, 33); por ella también era purificado del pecado cada uno de ellos, respecto a la purificación de la propia persona. La fe o la justicia de alguno no bastaba, sin embargo, para remover el impedimento que provenía del reato de toda humana criatura. Ese reato fue realmente removido por el precio de la sangre de Cristo. Por eso, antes de la Pasión de Cristo, no podía ninguno entrar en el reino celestial y alcanzar la bienaventuranza eterna, que consiste en el pleno goce de Dios.


   Cristo nos mereció con su Pasión la entrada en el reino celestial y removió el obstáculo; pero, por su ascensión, nos introdujo, por decirlo así, en la posesión del reino celestial. Por eso se dice que subirá delante de ellos el que les abrirá el camino (Miq 2, 13).



(3ª, q. XLIX, a, 5)






MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


viernes, 13 de marzo de 2020

Viernes de la segunda semana de Cuaresma: FIESTA DE LA SÁBANA SANTA.





    Y tomando José el cuerpo, le envolvió en una sábana limpia, y lo puso en un sepulcro suyo nuevo (Mt 27, 59-60).


   I. Por esta sábana se simbolizan misteriosamente tres cosas:

   1º) La carne inmaculada de Cristo. Pues la sábana se hace de lino que se vuelve blanco al ser muy oprimido, del mismo modo que la carne de Cristo llegó al candor de la resurrección por muchas vejaciones, como dice San Lucas: Así era menester que el Cristo padeciese, y resucitase al tercer día de entre los muertos (Luc 24, 46).

2º) Se significa la Iglesia que no tiene mancha ni arruga. Y esto se expresa por el lienzo tejido de diversos hilos.

3º) Se expresa la conciencia limpia, donde Cristo reposa.


II. Y lo puso en un sepulcro suyo, nuevo. Dice primero que era suyo. Era muy conveniente que quien murió por los pecados de otros, fuese sepultado en un sepulcro de otros.

   Además, dice que era nuevo, porque si otros cuerpos hubiesen sido colocados allí, se hubiera ignorado quién fue el que resucitó. Otra razón es que quien había nacido de una virgen intacta, fuese convenientemente
sepultado en un sepulcro nuevo, de modo que, así como ninguno existió en el seno de María antes que él ni después de él, del mismo modo ocurriera en el sepulcro. Y también para dar a entender que Cristo está escondido por la fe en el alma renovada: Para que Cristo more por la fe en vuestros corazones (Ef. 3, 17).

   Y se añade: En aquel lugar, en donde fue crucificado, había un huerto; y en el huerto un sepulcro, en el que aún no había sido puesto alguno (Jn 19, 41). Debe advertirse que Cristo fue apresado en un huerto, padeció en un huerto y fue sepultado en un huerto, para significar que por la virtud de su Pasión nos libra del pecado que Adán cometió en un huerto de delicias, y que por él es consagrada la Iglesia, que es como huerto cerrado.



(In Matth., XXVII)





MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


Jueves de la segunda semana de Cuaresma: LA PASIÓN DE CRISTO OBRÓ A MODO DE SACRIFICIO.





    I. Se llama propiamente sacrificio una cosa hecha en honor de Dios con el fin de aplacarlo, y de ahí viene lo que dice San Agustín: “El verdadero sacrificio es toda obra que se hace para unirnos a Dios en santa hermandad, esto es, referida a aquel fin del bien con el que podemos ser verdaderamente bienaventurados” (De Civit. Dei, lib. X, cap. 6.). Pero Cristo se ofreció a sí mismo por nosotros en la Pasión; y el hecho mismo de haber sufrido voluntariamente la Pasión fue en gran manera acepto a Dios, como proveniente de máxima caridad. Por lo cual es evidente que la Pasión de Cristo fue un verdadero sacrificio.


   Como el mismo añade después: “Múltiples y diversos signos de este verdadero sacrificio fueron los antiguos sacrificios de los santos, siendo figurado éste solo por muchos, como cuando con muchas palabras se designa una cosa para recomendarla mucho sin fastidio” (De Civit. Dei, X, 20). “A fin de que, como en todo sacrificio se consideran cuatro cosas, agrega San Agustín (De Trinit., lib. IV, cap. 14), a saber: a quién se ofrece, quién lo ofrece, qué se ofrece, y por quiénes se ofrece, el uno, mismo y verdadero mediador, reconciliándonos con Dios por el sacrificio de paz, permaneciese siendo uno con aquél a quien ofrecía, se hiciese uno en sí con aquéllos por quienes se ofrecía, y fuese uno mismo el que ofrecía y lo que ofrecía.”


   II. En los sacrificios de la ley antigua, que eran figuras de Cristo, nunca se ofrecía carne humana, pero de ahí no se sigue que la Pasión de Cristo no haya sido un sacrificio. Pues aun cuando la verdad corresponde a la figura con relación a algo, pero no con relación a todo, es preciso, pues, que la verdad exceda a la figura. Y por eso, convenientemente, la figura de éste sacrificio, por el que se ofrece por nosotros la sangre de Cristo, fue la carne, no de los hombres, sino de otros animales que significan la carne de Cristo, la cual es el sacrificio perfectísimo.

1º) Porque, siendo carne de la naturaleza humana, es ofrecida convenientemente por los hombres, y tomada por ellos bajo la forma de sacramento. 

2º) Porque, siendo pasible y mortal, era apta para la inmolación.

3º) Porque, estando sin pecado, era eficaz para purificar los pecados.

4º) Porque, siendo la carne del mismo oferente, era grata a Dios a causa de la inefable caridad del que ofrecía su carne.


   Por eso dice San Agustín (De Trinit., loc. cit): “¿Qué cosa sería tomada tan convenientemente de los hombres, para ofrecer por ellos, como la carne humana; y qué cosa tan apta para esta inmolación como la carne mortal? ¿Qué cosa más pura, para purificar los vicios de los mortales, que la carne nacida en el seno y del seno de una virgen sin el contagio de la concupiscencia carnal? ¿Y qué podría ofrecerse y recibirse tan gratamente, como la carne de nuestro sacrificio, convertida en cuerpo de nuestro sacerdote?”.


(3ª, q. XLVIII, 3)









MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino

Miércoles de la segunda semana de Cuaresma: LA PASIÓN DE CRISTO CAUSÓ NUESTRA SALVACIÓN POR MODO DE SATISFACCIÓN.





    Y él es propiciación por nuestros pecados; y no tan sólo por los nuestros, mas también por los de todo el mundo (I Jn 2, 2).


   I. Satisface propiamente por una ofensa el que da al ofendido lo que ama tanto, o más, como aborrece la ofensa. Pero Cristo, padeciendo por caridad y obediencia, ofreció a Dios algo mayor que lo que exigía la compensación de toda la ofensa del género humano: 1º, por la grandeza de la caridad por la que padecía; , por la dignidad de su vida, que daba en satisfacción, la cual era la vida de Dios hombre; 3º, por la generalidad de la pasión y la inmensidad del dolor.


   Por lo tanto, la pasión de Cristo no sólo fue suficiente, sino sobreabundante satisfacción por los pecados del género humano.


   Parece ser propio del que peca el satisfacer; pero la cabeza y los miembros son como una persona mística, por eso la satisfacción de Cristo pertenece a todos los fieles como a miembros suyos.


   Además, en cuanto que dos hombres son uno solo en la caridad, uno puede satisfacer por el otro.

(3ª, q. XLVIII, a 2)


   II. Aun cuando Cristo ha satisfecho suficientemente con su muerte por el pecado original, no es, sin embargo, inconveniente que las penalidades consiguientes al pecado original perduren todavía en todos los que se hacen participantes de la redención de Cristo. Pues esto se hizo adecuada y útilmente para que perdurase la pena, aun quitada la culpa.


   1º) Para que existiese conformidad entre los fieles y Cristo, como entre los miembros y la cabeza. Por lo cual, así como Cristo sufrió primero muchos padecimientos y llegó de este modo a la gloria de la inmortalidad, así también es conveniente que sus fieles se sometan primero a los padecimientos, y lleguen de este modo a la inmortalidad, llevando, por decirlo así, en sí mismos las insignias de la Pasión de Cristo, a fin de alcanzar la semejanza de su gloria.


   2º) Porque, si los hombres, que se acercan a Cristo, alcanzaran inmediatamente la inmortalidad y la impasibilidad, muchos hombres se acercarían a Cristo por estos beneficios corporales, más bien que a causa de los bienes espirituales; lo cual es contra la intención de Cristo, que vino al mundo para trasladar a los hombres del amor de las cosas corporales a las espirituales.


3º) Porque si los que se acercan a Cristo al instante se convirtieran en impasibles e inmortales, esto obligaría en cierto modo a los hombres a recibir la fe de Cristo, y así se disminuiría el merecimiento de la fe.


(Contra Gentiles, lib. 4, cap. 55).

Martes de la segunda semana de Cuaresma: LA PASIÓN DE CRISTO CAUSÓ NUESTRA SALVACIÓN POR MODO DE MERECIMIENTO.




   I. A Cristo se dio la gracia no solamente como a persona singular, sino también en cuanto es cabeza de la Iglesia, esto es, para que se derramase a los miembros; y, por consiguiente, las obras de Cristo se encuentran, tanto con respecto a sí mismo cuanto a los miembros, en la misma relación en que se encuentran las obras de otro hombre, constituido en gracia, con respecto a sí mismo.

   Pero es evidente que quienquiera que, constituido en gracia, padece por la justicia, por eso mismo merece la salvación para sí, conforme a aquello del Evangelio: Bienaventurados las que padecen persecución por la justicia (Mt 5, 10). Luego Cristo por su Pasión no solamente mereció la salvación para sí, sino también para todos sus miembros.

   Es cierto que Cristo nos mereció la salvación eterna desde el principio de su concepción; pero existían por nuestra parte ciertos impedimentos, que nos imposibilitaban conseguir el efecto de los méritos precedentes. Por lo que fue necesario que Cristo padeciese para remover aquellos impedimentos.

   Y aun cuando la caridad de Cristo no hubiese sido aumentada en la Pasión más que antes, tuvo, sin embargo, la Pasión de Cristo algún efecto que no tuvieron los merecimientos precedentes, por razón de mayor caridad, sino a causa del género de obra que era conveniente a tal efecto, como se evidencia por las razones dadas más arriba acerca de la conveniencia de la Pasión de Cristo.


(3ª, q. XLVIII, a. 1)



   Los miembros y la cabeza pertenecen a la misma persona. De ahí que, como Cristo es cabeza nuestra por razón de la divinidad y la plenitud de gracia que redunda a los otros, y nosotros somos sus miembros, su merecimiento no es extraño a nosotros, sino que redunda en nosotros por la unidad del cuerpo místico.


   II. Mas debe saberse que, aunque Cristo ha merecido suficientemente con su muerte en favor del género humano, debe buscar, sin embargo, cada uno los remedios de su propia salvación; pues la muerte de Cristo es como una causa universal de la salvación, como el pecado del primer hombre fue una causa universal de condenación, Pero es necesario que la causa universal sea aplicada especialmente a cada uno, para que participe del efecto de la causa universal.

(3. Dist., 18, a. 6)


   Así, pues, el efecto del pecado del primer hombre llega a cada uno por la generación de la carne; mas el efecto de la muerte de Cristo pertenece a cada uno por la regeneración espiritual, mediante la cual el hombre se une e incorpora, en cierto modo, a Cristo. Y, por lo tanto, es necesario que cada cual sea regenerado por Cristo, y reciba todo aquello por lo cual obra la virtud de la muerte de Cristo.


(Contra Gentiles, lib. 4, cap. 55)

lunes, 9 de marzo de 2020

Lunes de la segunda semana de Cuaresma: FUE CONVENIENTE QUE CRISTO PADECIESE DE PARTE DE LOS GENTILES.




   Lo entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, y azoten y crucifiquen (Mt 20, 19).



   En el modo mismo de la Pasión de Cristo se prefiguró su efecto; porque primeramente la Pasión de Cristo produjo el efecto de la salud en los judíos, muchos de los cuales se bautizaron en la muerte de Cristo. En segundo lugar, el efecto de la Pasión de Cristo pasó a los gentiles con la predicación de los judíos. Por lo tanto, fue conveniente que Cristo comenzase a padecer por parte de los judíos, y que después, entregándole los judíos, acabase su pasión a manos de los gentiles.


   Cristo, para manifestar la abundancia de su caridad, por la que padecía, puesto en la Cruz, pidió perdón por sus perseguidores; y por esto, para que el fruto de esta petición llegase a los, judíos y a los gentiles, quiso Cristo padecer por parte de los unos y de los otros.


   Ciertamente ofrecían los judíos, no los gentiles, los sacrificios figurativos de la ley antigua. Pero la Pasión de Cristo fue la oblación de su sacrificio, en cuanto Cristo sufrió la muerte por caridad con voluntad propia; más en cuanto padeció de parte de los perseguidores, no fue sacrificio, sino pecado gravísimo.


Como los judíos dijeron: No nos es lícito a nosotros matar a alguno (Jn 18, 31), entendieron que no les era lícito matar a nadie, a causa de la santidad del día de fiesta que ya habían comenzado a celebrar. O decían esto, como asegura San Juan Crisóstomo, porque querían matarlo, no como transgresor de la ley, sino como enemigo público, por haberse hecho rey, de lo cual no les correspondía a ellos juzgarle, o porque no les era lícito crucificar, lo cual deseaban, sino apedrear, lo que hicieron con San Esteban. Mejor dicho: que los romanos quitaron el poder de matar a los que les estaban sometidos



(3ª, q. XLVII, a. 4).




MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino