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lunes, 30 de noviembre de 2020

MEDITACIONES DE ADVIENTO—NAVIDAD: Lunes de la primera semana.


 


CONVENIENCIA DE LA ENCARNACIÓN

 

 

   1. Parece ser muy conveniente que los atributos invisibles de Dios sean mostrados por las cosas visibles; pues para esto se hizo el mundo entero, como consta por el Apóstol: Las cosas de Dios invisibles se ven, después de la creación del mundo, considerándolas por las obras creadas (Rom I, 20). Pero, como dice San Juan Damasceno, por el misterio de la Encarnación se manifiesta a la vez la bondad, la sabiduría, la justicia y el poder de Dios o su virtud. La bondad, porque no despreció la debilidad de su propia criatura; la justicia, porque, vencido el hombre, hizo que nadie más que el hombre venciese al tirano, y libertó al hombre de la muerte por la violencia; la sabiduría, porque encontró el mejor modo de pagar el más costoso precio; el poder o virtud infinita, porque nada hay más grande que haberse hecho Dios hombre. Luego fue conveniente que Dios se encarnase.

 

 

II. Conviene a cada cosa aquello que le compete según su propia naturaleza, como al hombre le conviene razonar, porque ese acto le corresponde en cuanto es racional según su propia naturaleza. Siendo, pues, la naturaleza misma de Dios la esencia de la bondad, todo lo que es esencial al bien conviene a Dios. Y como es de la esencia del bien el comunicarse a otros, por lo tanto, es esencialmente propio del sumo bien el comunicarse a la criatura de un modo soberano. Lo cual se verifica principalmente al unirse a una naturaleza creada, de modo que se haga una sola persona de estos tres principios, a saber: el Verbo, el alma y la carne. Por lo cual, es notorio que fue conveniente que Dios se encarnase.

 

 

   Unirse a Dios en unidad de persona no fue conveniente a la carne humana según la condición de la naturaleza, porque esto supera a su dignidad; pero fue conveniente a Dios, según la excelencia infinita de su bondad, el que la uniese a sí para salvar al hombre.

 

 

   Dios es grande, no en volumen, sino en virtud; por consiguiente, la magnitud de su poder no siente ninguna estrechez en lo angosto. Si la palabra fugaz del hombre es oída simultáneamente por muchos y toda entera por cada uno de ellos, no es increíble que el Verbo de Dios subsistente esté a la vez en todas partes todo entero.

 

 

 

(Sum. Theolog., 3.ª parte, q. I, a,. 1)

 

 

 

Santo Tomás de Aquino.


domingo, 29 de noviembre de 2020

MEDITACIONES DE ADVIENTO—NAVIDAD: Primer domingo de Adviento.


 


INMENSIDAD DEL AMOR DIVINO.

 

 

   De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquél que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16.).

 

   La causa de todos nuestros bienes es el Señor y el amor divino; porque amar es propiamente querer bien para alguno. Y como la voluntad de Dios es causa de todas las cosas, el bien nos viene a nosotros porque Dios nos ama. El amor de Dios es, pues, causa del bien de nuestra naturaleza. También lo es del bien de la gracia (Jer 31, 3): Con amor perpetuo te amé; por eso te atraje hacia mí, esto es, por medio de la gracia.

 

 

   Que sea también dador del bien de la gracia procede de gran caridad, y, por lo tanto, se demuestra aquí con cuatro razones que esa caridad de Dios es máxima:

 

1º) Por razón de la persona que ama, pues Dios es el que ama y sin medida. Por eso dice: De tal manera amó Dios.

 

2º) Por la condición del amado; porque el amado es el hombre, esto es, el hombre mundano, corpóreo, pecador. Mas Dios hace brillar su caridad en nosotros, porque, siendo todavía sus enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Rom. 5, 8-10). Por eso dice: Dios ha amado tanto al mundo.

 

3º) Por la grandeza de los dones; porque el amor se demuestra por medio del don, pues, come, dice San Gregorio, la prueba del amor es la acción.

 

   Dios nos dio el don máximo, pues nos dio a su Hijo unigénito; a su Hijo por naturaleza, consubstancial a Él mismo, no adoptivo; unigénito, para mostrar que el amor de Dios no se divide entre muchos hijos, sino que va todo entero al Hijo que Él nos dio, como prueba de su amor sin medida.

 

4º) Por la magnitud del fruto; pues por ese don alcanzamos la vida eterna. Por eso dice: Para que todo aquel que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna, la que nos adquirió por su muerte de cruz.

 

   Se dice que una cosa perece cuando se la impide llegar a su fin propio. El hombre tiene por fin propio la vida eterna, y cuantas veces peca se aparta de ese fin. Y aun cuando, mientras vive, no perece totalmente, pues puede rehabilitarse, sin embargo, cuando muere en pecado perece totalmente. En las palabras: tenga vida eterna, se indica la inmensidad del amor divino; porque al dar la vida eterna, Dios se da a sí mismo; pues la vida eterna no es otra cosa que gozar de Dios. Darse a sí mismo es señal de un gran amor.

 

 

(In Joan., 3).

 

Santo Tomás de Aquino.