Vistas de página en total

domingo, 11 de abril de 2021

Lunes de la segunda semana de Pascua: LA PAZ DE CRISTO.


 


Mi paz os doy, no os la doy yo como la da el mundo (Jn 14, 27).

 

 

 

   1. La paz no es otra cosa que la tranquilidad en el orden. Porque se dice que algunas cosas tienen paz, cuando el orden de ellas permanece imperturbable. En el hombre el orden es triple: del hombre con respecto a sí mismo, del hombre con respecto a Dios, del hombre con respecto al prójimo, y así existe en el hombre una triple paz: una, por la cual está tranquilo en sí mismo, sin perturbación de sus facultades; otra, por la cual el hombre tiene paz con Dios, sometiéndose totalmente a sus disposiciones; la tercera, con respecto al prójimo.

 

   Debe advertirse que en nosotros deben ser ordenadas tres cosas: el entendimiento, la voluntad y el apetito sensitivo, esto es, que la voluntad sea dirigida según el espíritu o la razón; el apetito sensitivo según la voluntad y el entendimiento. Por eso, al definir San Agustín la paz de los santos, dice: “La paz es la serenidad del espíritu, la tranquilidad del alma, la sencillez del corazón, el vínculo del amor, el lazo de la caridad”; en este sentido la serenidad del espíritu se refiere a la razón, la cual debe ser libre, no atada, ni absorbida por algún afecto desordenado; la tranquilidad del alma se refiere a la sensibilidad, que debe estar libre de la molestia de las pasiones; la sencillez del corazón se refiere a la voluntad, la cual debe ser llevada totalmente a Dios, su objeto; el vínculo del amor se refiere al prójimo, y el consorcio de la caridad a Dios.

 

 

   Los santos tienen aquí y tendrán en el futuro esa paz, pero aquí de una manera imperfecta, pues no podemos aquí tener paz sin alguna perturbación ni con nosotros mismos, ni con Dios, ni con el prójimo; pero en el futuro poseeremos perfectamente la paz, cuando reinemos sin enemigos, donde nunca podremos estar en desacuerdo.

 

 

   II. Cuando dice: No os la doy yo como la da el mundo, distingue su paz de la paz del mundo. En tres cosas se distingue la paz de los santos de la paz del mundo:

 

   1º) En cuanto a la intención. Porque la paz del mundo se ordena al goce tranquilo y pacífico de las cosas temporales, por lo cual sucede a veces cuando coopera con los hombres para pecar. Mas la paz de los santos se ordena a los bienes eternos, El sentido es: No os la doy yo como la da el mundo, esto es, no para el mismo fin, pues el mundo la da para poseer tranquilo los bienes exteriores; pero yo os la doy para alcanzar los eternos.

 

   2º) En cuanto a la simulación y a la verdad, porque la paz del mundo es simulada, y sólo existe por fuera; Los cuales hablan paz con su prójimo, pero en sus corazones hay cosas malas (Sal 27, 3); más la paz de Cristo es verdadera porque es interior y exterior. Así, pues, no os la doy yo como la da el mundo, significa: no doy paz simulada, sino verdadera.

 

   3º) En cuanto a la perfección, pues la paz del mundo es imperfecta, ya que únicamente lo es en cuanto al descanso exterior del hombre y no del interior; más la paz de Cristo tranquiliza interior y exteriormente. Mucha paz para los que aman tu ley (Sal 118, 165)

 

 

 

(In Joan., XIV, 27)

 

 

MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino

 

Segundo Domingo de Pascua: FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA.


 


Estando cerradas las puertas, en donde se hallaban juntos los discípulos, vino Jesús, y se puso en medio, y les dijo: Paz a vosotros (Jn 20, 19).

 

 

 

   1º) Según algunos, entrar estando las puertas cerradas es propio del cuerpo glorioso, porque dicen que, en virtud de cierta condición de su estado, puede estar simultáneamente con otro cuerpo en el mismo lugar, en cuanto que es glorioso, y que esto se hizo y puede hacerse sin milagro. Pero esta opinión no tiene consistencia, y por lo tanto ha de decirse que esto lo hizo Cristo milagrosamente en virtud de su divinidad.

 

 

   San Agustín dice: “¿Preguntas cómo pudo entrar estando las puertas cerradas? Si comprendes el modo, no es milagro. Donde desfallece la razón, la fe tiene su lugar” (Serm. De pass.). Y añade: “Bien pudo entrar no estando abiertas las puertas el que al nacer dejó intacta la virginidad de su madre.” Así como su nacimiento de la virgen madre fue milagroso por virtud de su divinidad, igualmente lo fue esta entrada en el cenáculo.

 

   Con ello se da a entender místicamente que Cristo se nos aparece cuando las puertas, esto es, los sentidos exteriores, están cerrados en la oración. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto (Mt 6, 6).

 

   También se describe la disposición de los discípulos, para que la imitemos. Estaban reunidos, lo que no está exento de misterio. Cristo vino a los que estaban reunidos, el Espíritu Santo desciende a los reunidos, porque Cristo y el Espíritu Santo no están presentes sino a aquellos que están congregados en caridad. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos (Mt 18, 20).

 

   2º) Vino Jesús y se puso en medio de los discípulos. Él mismo vino personalmente, como les había prometido: Voy y vengo a vosotros (Jn 14, 28). Se puso en medio, para que todos lo reconociesen con seguridad, y también para mostrar la conformidad de su naturaleza humana con la de ellos. Se puso en medio por condescendencia, porque estuvo entre ellos como uno de ellos; y para indicarnos, por otra parte, que debemos estar en medio de la virtud.

 

 

   3º) Y les dijo: Paz a vosotros. Este saludo fue necesario porque la paz de los discípulos estaba muy perturbada por muchos motivos:

 

   Con respecto a Dios, contra el cual habían pecado, los unos negando y los otros huyendo.

 

   Todos vosotros padeceréis escándalo en mí esta noche. Porque escrito está: Heriré al pastor, y se descarriarán las ovejas del rebaño (Mt 26, 31). Contra esto les propuso la paz de la reconciliación con Dios. Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Rom 5, 10). Esa reconciliación la llevó a cabo por su Pasión.

 

 

   Con respecto a ellos mismos, porque estaban tristes y vacilantes en la fe, y también les propuso esta paz: Mucha paz para los que aman tu ley (Sal 118, 165).

 

 

   Finalmente, con respecto a las personas exteriores, pues sufrían persecución de parte de los judíos, y contra esto les dice: Paz a vosotros.

 

 

 

(In Joan., XX)

 

MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


Sábado de la octava de Pascua: PRUEBAS DE LA RESURRECCIÓN ESPIRITUAL.


 

   Cristo probó su resurrección de tres maneras: por la vista: Ved mis manos y mis pies (Lc 34, 39); por el tacto, por lo cual continúa: palpad y ved, que el espíritu no tiene carne; por el gusto: Mas como aún no le acabasen de creer y estuviesen maravillados de gozo, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? (Ibíd. 41) Del mismo modo se demuestra la resurrección espiritual.

 

 

   I. Por el aspecto de santidad: A este modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres (Mt 5, 16). San Agustín dice: “No ponga allí el hombre su fin, sino refiéralo a la alabanza de Dios; de ahí que prosiga e evangelista: y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. El haber mostrado el Señor las manos y los pies significa que la resurrección espiritual se manifiesta por el sentimiento del amor divino y por el efecto de la buena obra. Por eso dice el Evangelista: Tienes nombre, que vives, y estás muerto (Apoc 3, 1), a saber, por falta de amor divino y falta de buenas obras.”

 

 

   II. Por el contacto de la adversidad. En varios lugares de la Escritura se lee: El horno prueba las vasijas del ollero, y a los hombres justos la tentación de tribulación (Ecl 27, 6): El oro se prueba en la hornaza (Prov. 27, 21), esto es, el hombre es probado por la tribulación. Acércate aquí, hijo mío, para que te toque (Gen 27, 21). Las cosas que antes no quería tocar mi alma, ahora por la congoja son mi comida (Job 6, 7). A esto dice la Glosa: “Las cosas tristes del mundo son mi manjar a causa de la angustia. Ahora son manjares dulces a causa del amor y del deseo del cielo.” Cuando el Señor dijo: Palpad y ved, que el espíritu no tiene carne (Lc 24, 39), significa místicamente que el hombre espiritual no se apoya en los consuelos carnales, sino en la esperanza de la patria celestial, que hace que no tema padecer las asperezas. Y sería éste mi consuelo, que afligiéndome con dolor no me perdonara (Job 6, 10).

 

 

   III. Por el gusto de la suavidad interior y eterna. Pensad en las cosas de arriba (Col 3, 2). Por lo cual dice San Bernardo: “El que, después de las lamentaciones de la penitencia no retorna a los consuelos carnales, sino que se abandona con confianza a la misericordia divina, y se adentra en la devoción y gozo en el Espíritu Santo, y no tanto se compunge con el recuerdo de los pecados pasados cuanto se deleita en el recuerdo y se inflama en el deseo de los premios eternos, este ciertamente resucitará con Cristo; porque el deleite santo no es para el que está preocupado de los deseos mundanos. Ni pueden mezclarse cosas verdaderas con las vanas, las eternas con las caducas, las espirituales con las carnales, las ínfimas con las sublimes, de modo que guste igualmente las cosas de arriba y las de la tierra.”

 

   El que el Señor haga parte del pez asado y panal de miel simboliza místicamente que los resucitados espiritualmente deben gustar de antemano la dulzura de su divinidad y humanidad, simbolizadas por el pez asado y el panal de miel. San Gregorio dice: “¿Qué creemos que significa el pez asado, sino el crucificado mediador entre Dios y los hombres? Él se dignó ocultarse en las aguas del género humano, quiso ser cautivado con el lazo de nuestra muerte, y fue como asado por la tribulación en el tiempo de su Pasión. Pero el que se dignó hacerse pez asado en la Pasión, fue para nosotros panal de miel en la resurrección; y el que quiso que la tribulación de su Pasión fuese figurada en el pez asado, quiso asimismo expresar las dos naturalezas de su persona en el panal de miel; porque el panal es miel en la cera; la miel en la cera es la divinidad en la humanidad” (Homil. XXIV, in Joan. XXI, 1-14.).

 .

 


(De Humanitate Christi, LVII)



MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino



Viernes de la octava de Pascua: LA NUEVA VIDA.


 

Como Cristo resucitó de muerte a vida por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida (Rom 6, 4).

 

 

   Debe advertirse que la vida vieja es la vida terrestre, consumida por la vejez de los pecados, según aquello de Jeremías: Hizo envejecida mi piel y mi carne (Lam 3, 4). A lo que dice la Glosa: De ahí que gima el alma, cuando es envejecida exteriormente como la piel, y la conciencia interiormente hermosa se consume como la carne, corrompida por el pus del pecado. Pero la nueva vida es vida celestial, que debe ser renovada de día en día por la gracia, según aquello: Renovaos, pues, en el espíritu de vuestro entendimiento (Ef 4, 23). Y a los Romanos: Como Cristo resucitó de muerte a la vida por la gloria del Padre, así también nosotros (Rom 6, 4) ¿Cómo resucitó Cristo? San Pablo lo dice luego: Habiendo Cristo resucitado de entre los muertos, ya no muere (Ibíd. 9) Y más adelante: Así también vosotros consideraos que estáis de ciertos muertos al pecado, pero vivos para Dios en nuestro Señor Jesucristo (Ibíd. 11).

 

 

   Advierte: Así como Cristo murió una vez, del mismo modo muera el pecado una vez en nosotros, y que no sea renovado. Así como Cristo, vive siempre, vivid también vosotros siempre por las virtudes, y esto en Jesucristo Señor nuestro; fuera de él no hay ninguna esperanza.

 

 

   Sabemos que la vida se manifiesta por el movimiento, por lo cual la vida vieja se muestra por el movimiento de las acciones terrenas, de las cuales se dice: Resolvieron fijar en tierra sus ojos (Sal 16, 11). Mas la vida nueva se manifiesta por el movimiento de las acciones celestiales, de las cuales dice el Apóstol: Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas que son de arriba (Col 3, 1). Y la Glosa añade: Pensad, retened con alegría las cosas halladas, y eso es lo que dice San Pablo: Pensad en las cosas de arriba.

 

 

 

(De Hurnanitate Christi)

 

 

MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


Jueves de la octava de Pascua: TRES MUERTOS RESUCITADOS POR CRISTO.


 


   I. Cristo resucitó tres muertos, a saber: a la hija del archisinagogo (Mt 9, 18 sgts), al hijo de la viuda, que era llevado fuera de la puerta (de la ciudad de Naím), como se lee en San Lucas (7, 11), y a Lázaro, que llevaba ya cuatro días en el sepulcro: A la niña la resucitó en la casa; al joven, fuera de la puerta de la ciudad; a Lázaro, en el sepulcro. Además, a la niña la resucitó en presencia de pocos testigos: el padre y la madre de la niña, y tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan; pero al joven en presencia de una gran muchedumbre; a Lázaro, delante de una multitud y con gemidos.

 

 

   Por estos tres resucitados se designan tres clases de pecadores. Pues unos pecan consintiendo con el corazón en el pecado mortal; y éstos son simbolizados por la niña muerta en la casa.

 

   Otros pecan por acciones y signos externos, y éstos son representados por el muerto que era llevado fuera de las puertas de la ciudad.

 

   Pero cuando se afirman en el pecado por costumbre, entonces son encerrados en el sepulcro.

 

 

 

   Sin embargo, el Señor los resucita a todos. Los que pecan únicamente por el consentimiento, y mueren pecando mortalmente, más fácilmente son resucitados. Y como su pecado es secreto, se curan con enmienda secreta. Pero cuando el pecado sale al exterior, entonces exige un remedio público.

 

 

 

   II. Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán (Jn 5, 25)

   1º) Esto puede entenderse de la resurrección del cuerpo. Viene la hora, y ahora es, como si dijese: es verdad que todos resucitarán finalmente, pero también al presente es la hora en que algunos, a los cuales el Señor ha de resucitar, oirán su voz. Así la oyó Lázaro, cuando se le dijo: Ven fuera (Jn 11, 43); así la oyeron la hija del archisinagogo y el hijo de la viuda. Y dice claramente: y ahora es, porque por mí ya comienzan los muertos a resucitar.

 

   2º) Puede referirse también a la resurrección del alma. Porque hay una doble resurrección: la de los cuerpos, que tendrá lugar, y todavía no se realiza, sino que se verificará en el juicio futuro; y la de las almas, de la muerte de la infidelidad a la vida de la fe, de la injusticia a la justicia, y esto ya es ahora. Por lo cual dice: Viene la hora, y ahora es cuando los muertos, esto es, los infieles y los pecadores, oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren, vivirán, según la verdadera fe.

 

 

 

(In Joan., V)



MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino