Por tanto, hermanos,
teniendo confianza de entrar en el Santuario por la sangre de Cristo... (Hebr 10, 19).
La clausura de la puerta es un obstáculo que
impide a los hombres la entrada. Pero los hombres son privados de la entrada en
el reino celestial por causa del pecado, pues como se dice en Isaías (25, 8):
Se llamará camino santo; no pasará por él
hombre mancillado.
Hay dos clases de pecados que impiden
la entrada en el reino celestial
(Abrir
las puertas del cielo no es otra cosa que hacer expedita la consecución de la
eterna bienaventuranza).
Uno,
común a toda la naturaleza humana, que es el pecado del primer
padre;
y por este pecado se cerraba al hombre la entrada en el reino celestial. Por
esto se lee en el Génesis que, después del pecado del primer padre, delante del paraíso puso (Dios) Querubines, y espada que
arrojaba llamas, y andaba alrededor para guardar el camino del árbol de la
vida. Otro
es el pecado particular de cada persona, que
se comete por el acto propio de cada hombre.
Por la Pasión de Cristo fuimos librados
no solamente del pecado común a toda la naturaleza humana, en cuanto a la culpa
y en cuanto al reato de la pena, pagando él preció por nosotros, sino también
de los pecados propios de cada uno de los que participan de la Pasión de Cristo
por medio de la fe, de la caridad y de los sacramentos de la fe. Y por
eso la Pasión de Cristo nos
abrió la puerta del reino celestial. Esto
es lo que dice el Apóstol a los hebreos (9, 11): estando Cristo ya presente, Pontífice de los
bienes venideros... por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo
hallado una redención eterna. Y
esto se presentaba figuradamente en los Números, donde se dice que el homicida
se estará allí, esto es, en la ciudad en que se había refugiado, hasta que muera el sumo
sacerdote; muerto el cual, podrá regresar a su casa (Num 35, 25).
Los santos padres, haciendo obras de justicia,
merecieron entrar en el reino celestial por la fe en la Pasión de Cristo, según
aquello del Apóstol:
Los cuales por fe
conquistaron reinos, obraron justicia (Hebr 11, 33); por ella también era purificado
del pecado cada uno de ellos, respecto a la purificación de la propia persona.
La fe o la justicia de alguno no bastaba, sin embargo, para remover el
impedimento que provenía del reato de toda humana criatura. Ese reato fue
realmente removido por el precio de la sangre de Cristo. Por eso, antes de la
Pasión de Cristo, no podía ninguno entrar en el reino celestial y alcanzar la
bienaventuranza eterna, que consiste en el pleno goce de Dios.
Cristo nos mereció con su
Pasión la entrada en el reino celestial y removió el obstáculo; pero, por su
ascensión, nos introdujo, por decirlo así, en la posesión del reino celestial.
Por eso se dice que subirá delante de ellos el que les abrirá el camino (Miq 2, 13).
(3ª, q. XLIX, a, 5)
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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