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miércoles, 28 de julio de 2021

MEDITACION: DE LA PROSPERIDAD DE LOS MALOS.


 



PUNTO RIMERO

 

 

   Considera la sinrazón con que se tiene por objeto digno de envidia la prosperidad de los malos. Son unos reos condenados a muerte, a quienes se da todo lo que piden; son unos enfermos desahuciados, a quienes no se niega cosa alguna que apetezcan. ¿A quién le pasó jamás por el pensamiento envidiar la suerte de unos, ni de otros? ¿quién los consideró felices, porque en todo se les daba gusto? Aflige Dios a los buenos, y permite las prosperidades a los malos, para que nos acordemos de la otra vida. ¿Cuándo pensó David en la patria celestial, mansión de los bienaventurados? En medio de las aflicciones, en lo más fuerte de mis persecuciones espero firmemente que el Señor me dará a gustar los consuelos de una dulce paz en la tierra de los vivos. En este mundo, ni me lisonjeo, ni quiero ser feliz, sé muy bien que no se dan flores en este valle de lágrimas, no se hizo la alegría para este lugar de destierro, ni el mundo se puede llamar patria sino de aquellos que renuncian voluntariamente la Jerusalén celestial. Lo que engaña a la mayor parte de los hombres, lo que los escandaliza es el errado concepto en que están de que los malos son dichosos porque son malos. Todo lo contrario, sucede; son malos porque son dichosos. Hay quejas y hay murmuraciones de que Dios llena a los malos de prosperidades; murmuraciones injustas, quejas sin razón. Dios todo lo hace con justicia, y con infinita sabiduría. Más acertado fuera el discurso, si se concluyera que debe ser un gran mal la prosperidad, puesto que la concede Dios a los malos. A los patriarcas de la ley antigua los recompensaba con bienes temporales, porque basta la venida del Redentor tenían cerradas las puertas del cielo; pero los que en la ley de gracia gozan esos mismos bienes, no pueden creer que Dios se los dé por el mismo motivo. Cuando los príncipes están resueltos a alejar de su persona a los cortesanos, les suelen dar empleos. No pocas veces una gratificación es una desgracia. David siempre fué bueno, y según el corazón de Dios, mientras estuvo en la adversidad: conservó la inocencia entre el fuego de la tribulación; pero la perdió cuando se vio en el dulce reposo de la prosperidad. La prosperidad de los malos los ciega, los adormece, los encanta de suerte, que no conocen ni la desdicha, ni el peligro que les amenaza. La abundancia atolondra. Casi todas las flores de subido olor que lisonjean el olfato, hacen daño a la cabeza: esta se anda al rededor en los lugares más elevados. ¡Mi Dios, qué castigo tan digno de temerse es la prosperidad de los malos!

 

 

 

PUNTO SEGUNDO.

 

 

   Considera lo que significan aquellas palabras: colmate de bienes mientras viviste (Luc. 16) Esto es cuanto puedes esperar; ya estás premiado. ¿Quién tendrá envidia a aquel desdichado rico? Todo brillaba en su casa, todo respiraba alegría. La abundancia sustentaba la profanidad y las delicias; una continua serie de prosperidades mantenía en sus desórdenes a aquel hombre afortunado según el mundo; pero muere en fin el rico; ríndase todo aquel gran mundo a la cortadora guadaña de la muerte; desvanécese aquel corto número de días, que casi se olvidan en el mismo punto que desaparecen; comienza la eternidad; y aquel rico, aquel grande, aquel hombre afortunado nada encuentra en sus manos para esta eternidad. En vano clama: Padre Abrahán, ten misericordia de mí. La respuesta es: Ya te colmaron de bienes durante tu vida. Dirás que con la vida se acabó esa superficial, esa falsa, esa corta prosperidad. Bien está; pero recepisti, ya recibiste lo que te tocaba.

 

 

   Estimemos ahora esas fortunas repentinas y precipitadas, esos honores acumulados, esas prosperidades engañosas y deslumbradoras de esta vida; no hay cosa más despreciable, ni más falsa, ni más opuesta a la verdadera felicidad. Son pocos los hombres que por algún tiempo no hayan sido buenos; ninguno que no haya hecho algún bien durante su vida. Si Dios reservara premiar a los malos para la otra, sería preciso que los colocase en el cielo, porque solo en él hay premios eternos en el otro mundo. Por eso se dice que una continua prosperidad es señal de reprobación; y por lo mismo compara san Gregorio los dichosos del siglo a los bueyes que se dejan engordar, sin trabajarlos, y en los mejores pastos, porque están destinados para el matadero. Si los que tiran del carro, prosigue este santo padre, pudieran hablar y discurrir, ¿tendrían envidia a los que pastan en el prado? Se quiere conservar a los que trabajan, y se ha resuelto degollar a los que engordan. ¡O prosperidades dé los malos, y qué dignas de compasión os representáis a los que os miran con los ojos de la fe, y consideran las cosas según sus principios! Prosperidades engañosas, vosotras alucináis a los mortales, imaginándose estos que los hacéis dichosos, cuando solo sabéis hacer desdichados é infelices.

 

 

   Divino Salvador mío, no me tratéis como a estas desgraciadas victimas de vuestra divina justicia, no me concedáis en esta vida prosperidad alguna que haya de privarme de los bienes celestiales; antes bien afligidme de todos modos en esta miserable vida, como me hagáis dichoso por toda la eternidad.

 

 

 

JACULATORIAS

 

 

   Sí, mi Dios, tengo una firme confianza de que me daréis a gustar en el cielo, en aquella feliz patria de los que viven, los inexplicables bienes de que inundáis a vuestros elegidos. (Salm. 26)

 

   No os pido, Señor, para esta vida prosperidad alguna que pueda perjudicar a mi salvación. No me deis pobreza, ni riquezas, concededme solamente lo preciso para vivir. (Prov. 30)

 

 

PROPOSITOS

 

 

1. Desde hoy en adelante no califiques de prosperidades las grandes fortunas, las ganancias excesivas, ni esos diluvios de felicidades y de bienes; es un error común, que debes corregir. Si no hubiera más vida que la presente, serian deseables esas dichas; más para los pocos días que podemos vivir, hay una eternidad, y de ordinario una eternidad de penetrantes arrepentimientos, de suplicios sin fin, por unos deleites insulsos y trabajosos, que se pasaron como sueños; por el contrario, todas las prosperidades temporales las debes considerar como señales de tu poca virtud. Siempre que te suceda algún próspero suceso, teme no sea que quiera Dios recompensarte en este mundo lo poco bueno que puedes haber hecho, para decirte cuando te castigue en el otro: Acuérdate de que ya te colmé de bienes. Este pensamiento moderará tu alegría, que siempre perjudica a un alma cristiana, y al mismo tiempo será el medio más eficaz, para vivir de modo que no te trate Dios como a aquel rico.

 

 

2. Guárdate bien de tener jamás envidia a la fortuna de otro. Algunos que brillan, campan y sobresalen en este mundo, por toda la eternidad estarán envidiando al que vivió en él arrinconado, desconocido y lleno de miseria. Acuérdate que la prosperidad es una continua tentación, que dura tanto como la buena fortuna, mientras esta persevera, no hay pasión que no despierte, ninguna que deje de hacer alguna tentativa y de ganar algún terreno. Si el corazón y el entendimiento fueran cristianos, a todas las prosperidades las tendríamos por pruebas, y por pruebas muy peligrosas, tú a lo menos considéralas como tales. ¿Te suceden prósperos sucesos? ¿reina en tu casa la abundancia? ¿tienes fortuna en todo? Rinde mil gracias al Señor, recibe estos dones como bienes de su mano; pero guárdate bien de derramarte en una altanera alegría, tan material como mundana. Míralo todo a las luces que se te acaban de proponer, y considera que esos bienes más generalmente son recompensa de los malos, que de los buenos. Cuando te sale bien alguna cosa, teme no sea que quiera Dios premiarte con ella, y, al contrario, ríndele mil gracias en todos los contratiempos.


miércoles, 7 de julio de 2021

MEDITACION: DEL AMOR DEL PROJIMO.


 

 

PUNTO PRIMERO.

 

   Considera que no se ama al prójimo, porque no se ama a Dios. El amor de Dios es el principio y la medida del amor a nuestros hermanos. Vanamente se lisonjea de virtuoso el que mira al prójimo con frialdad. Si alguno dice que ama a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso, y no hay verdad en él, dice san Juan; porque el que no ama a su prójimo, ¿cómo puede amar a Dios? este es un mandamiento que nos viene de Dios, concluye el Apóstol: el que tiene amor a Dios, le tiene también a su hermano. Esta doctrina la aprendió el amado discípulo de Jesucristo. La señal, decía el Salvador, por donde todos conocerán que sois discípulos míos, será si os amareis unos a otros. Esta caridad, este amor eficaz y verdadero es el que caracteriza a los verdaderos cristianos, y el amor de Dios es el que anima esta caridad. Este amor benéfico es el que infunde entrañas paternales para con todos los infelices; el que inspira una tierna compasión de todos los atribulados; las almas duras e insensibles a los trabajos de otros. también lo son a las impresiones del Espíritu Santo; su divino fuego no calienta a los corazones de piedra. ¡Qué error tan grosero, mi Dios, persuadirse que te ama, lisonjearse de virtuoso el que conserva en su corazón ciertas aversiones, el que fomenta ciertos secretos celos, el que siente cierta maligna complacencia en las desgracias de otros, alegrándose interiormente cuando los ve abatidos y humillados! Tengamos siempre en la memoria este oráculo, comprendamos bien su alma y su sentido: el que no ama a su prójimo, vive en estado de muerte. El amor que nos tenemos a nosotros mismos ha de ser la medida y como el modelo del que debemos tener a los demás. ¿Nos alegran mucho nuestras adversidades y nuestros contratiempos? ¿nos complacemos cuando nos vemos abatidos? ¿deseamos vernos despreciados, estamos muy agradecidos a los que nos desacreditan y deshonran? Amaras a tu prójimo como a ti mismo. ¡Buen Dios!, cuantas reflexiones tenemos que hacer sobre este mandamiento y sobre la manera con que le guardamos.




PUNTO SEGUNDO.

 

 

   Considera que el precepto de amar al prójimo es semejante al de amar a Dios, y por consiguiente tan indispensable el uno como el otro. Son estos dos preceptos la basa de la ley y el cimiento de la religión; cualquiera de estos dos pilares que falte, da en tierra el edificio. Lisonjearse uno de que ama a Dios, cuando no ama a sus hermanos, es error grosero. ¡Ah Señor, y cuántos viven en él el dia de hoy! Aquella caridad pura, sincera, benéfica, universal (porque tal ha de ser para ser verdadera), esta cristiana caridad ¿reina hoy en todos los estados, en todas las condiciones y en todas las familias? Quizá jamás hubo en el mundo menos caridad. Destiérrala del corazón de muchos el interés, y apágala en el de otros la pasión. ¿Cuándo se vio más extendida la emulación y la envidia? ¿nacen del puro amor de Dios esas aversiones, esas amarguras, esas murmuraciones? Y aunque tus hermanos fueran tan negros y tan malvados como te los pinta la pasión, ¿no era menester amarlos, pues al fin son hermanos tuyos? y este amor ¿no te debía mover a excusarlos o a lo menos a no desacreditarlos, para no hacerles cada dia mayor daño? ¿será la caridad cristiana la que cría esa hiel que se derrama en tus palabras y se descubre hasta en tus ojos, haciéndote ver defectos aun en sus mismas virtudes? ¿de dónde puede nacer ese encarnizamiento, ese gusto que bailas en hablar mal, y en desacreditar en todas ocasiones a los que te han ocasionado algún disgusto, a gentes que acaso no viste en tu vida, y que tienen muchas bellas prendas, y son muy respetables por otros mil motivos? ¿será uno tan ciego que crea obrar en esto por puro celo de la mayor gloria de Dios? ¿ignora que debe amar al prójimo como se ama a sí mismo? Es cierto que no se nos esconden nuestros propios pecados; ¿pues por qué no nos moverá el celo de la gloria de Dios a aborrecernos, a desacreditarnos a nosotros mismos? Esta es la ilusión tan común el dia de hoy a tantas gentes. El precepto de la caridad cristiana es esencial; a ninguno se le dispensó jamás, sus obligaciones son muy delicadas. ¡Ah mi Dios, y qué materia esta respecto de tantos y de tantas para gemir y para temer!

 

 

   Suplicóos, Señor, que me perdonéis mis iniquidades en este particular. Confieso que soy reo y que nunca os he amado a vos, pues no he amado a mis hermanos. Espero en vuestra misericordia que de hoy en adelante se conocerá, por mi amor a mis prójimos, que soy vuestro discípulo y que os amo de todo mi corazón.

 

 

JACULATORIAS.

 

 

   Sí, mi Dios, el amor que profesaré a mis hermanos les anunciará la gloria de vuestro santo nombre; y en medio de la congregación de los fieles cantaré animosamente vuestras alabanzas.

 

   Ya es tiempo, Señor, de que se observen con fidelidad vuestros divinos mandamientos, particularmente cuando tantos disipan y desprecian vuestra santa ley.