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jueves, 29 de febrero de 2024

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA.

 


 

Tomado de “Meditaciones para todos los días del año — Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio.

     

 

 

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE.

 

     

   Consideraremos mañana, en el misterio la Transfiguración:  Una grande enseñanza el amor al padecimiento;  En el padecimiento mismo, el origen de los mayores bienes.

    

 

 

   —Tomaremos las resoluciones:

   1º De sufrir sin enfado ni queja todas las cruces y contrariedades se presenten;  De no escuchar a la delicadeza que, por excesivos cuidados, busca cómo sustraerse a todo lo que le estorba e incómoda.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San Pablo a los Hebreos: “Tengamos la mirada fija en Jesús, autor y consumador de nuestra fe, el cual en vista del gozo que le estaba preparado en la gloria, sufrió la cruz, sin hacer caso de la ignominia”.

 

 

  

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

 

 

   

   Adoremos a Jesucristo en el Tabor hablando con Moisés y Elías, no de la gloria con que resplandecía, sino de los tormentos que tenía que padecer en el Calvario. “De la abundancia del corazón habla la boca”, y, como su corazón estaba lleno de amor a la cruz, de ello se complacía en hablar su boca. Agradezcámosle esta gran lección que nos da y pidámosle la gracia de aprovecharla bien.

 

 

     

PUNTO PRIMERO — EL MISTERIO DE LA TRANSFIGURACIÓN NOS ENSEÑA EL AMOR AL PADECIMIENTO.

 

     

   Parece que, en el seno de la gloria, Jesús hubiera debido dar tregua por algunos instantes al pensamiento de padecer; pero su corazón suspiraba tan ardientemente por el bautismo de sangre que debía salvar al mundo, que, aun en medio de los esplendores del Tabor, parecía no poder decir otra cosa. Jesús, Moisés y Elías conversaban, dice el texto sagrado, de los excesivos padecimientos y de la muerte de Jesús en el Calvario. ¡Oh! ¡Cuán propia es esta celestial conversación para hacernos comprender lo que más debemos amar en la tierra! En todas circunstancias, en todo tiempo, en todo lugar, debemos meditar, amar, llevar la cruz y hablar de ella con frecuencia en nuestro corazón, como Jesús en el Tabor con Moisés y Elías. San Pedro, a quien el Espíritu Santo aún no había iluminado sobre la excelencia de la cruz, no piensa sino en gozar de la dicha presente y exclama: “¡Cuan bueno es estar aquí! ¡Quedémonos y hagamos tres tiendas: una para Vos, Señor, otra para Moisés y la tercera para Elías!” Pero el Espíritu Santo, que cuenta el hecho, corrige pronto el escándalo, notando que San Pedro no sabía lo que decía. Olvidaba que gozar era la herencia de la eternidad; padecer la herencia de la vida presente; que cada cosa tiene su tiempo; que, para sentarse un día en el trono, es preciso unirse aquí en la Cruz; que para tener parte en la gloria de la resurrección es necesario llevar antes la semejanza de la muerte; que, en fin, es preciso pasar por muchas tribulaciones para llegar al Reino de los Cielos. Seríamos inexcusables, si nos dejáramos llevar de un olvido semejante nosotros que vemos esta ley del dolor escrita en caracteres de sangre en el cuerpo de Jesucristo; nosotros, que hemos visto al divino Salvador saciarse, según la expresión de Tertuliano, del goce de padecer por nosotros, y que le hemos oído declarar por su Apóstol que algo faltaría a su Pasión, si no padecía en todos los miembros de su cuerpo místico, como ha padecido en todos los miembros de su cuerpo natural; en nosotros, en fin, a quienes engendró a la vida con el dolor; que hemos nacido de sus llagas y hemos recibido en nosotros la gracia que, al par de su sangre, mana de sus venas cruelmente desgarradas. Hijos de sangre, hijos de dolor, no podemos salvarnos en medio de las delicias. Pidamos a Jesucristo que nos haga comprender estas austeras verdades y nos dé el valor de ponerlas en práctica.

    

 

 

PUNTO SEGUNDO — LOS PADECIMIENTOS SON PARA NOSOTROS EL ORIGEN DE LOS MÁS GRANDES BIENES.

 

 

   

   1° Los padecimientos desprenden de la tierra, obligan al corazón a elevarse al Cielo, por el malestar que le hacen experimentar aquí, el cual le prueba que ha sido hecho para algo mejor que los bienes perecederos de este mundo, para bienes eternos. Sin los padecimientos nuestro corazón se perdería en el amor a las cosas presentes; sólo el padecimiento puede romper el encanto engañoso que nos inclina hacia la tierra y hacernos reconocer que sólo Dios es nuestro descanso, y que fuera de Él todo es vanidad y aflicción de espíritu.  El padecimiento purifica la virtud, limpia de toda mezcla y hace entrar en el feliz estado donde Dios solo lo es todo para el corazón. Por eso Dios, cuanto más ama a un alma, menos la deja dormir largo tiempo en suave quietud: la turba en sus vanas alegrías y le impide beber en la corriente de los ríos de Babilonia, es decir, de los placeres que pasan.  El padecimiento afirma la virtud y le da el carácter de solidez que la hace digna de Dios. Cuando el guerrero no ha estado en el combate, es problemático su valor. No se puede contar mucho con el alma delicada que no ha sido probada en el crisol del padecimiento. Una contrariedad, una pérdida, una falta de atención es suficiente para hacerla murmurar y quejarse. Piedad ilusoria, que es la falsificación de la verdadera piedad; oro falso, que brilla al sol, pero que no resiste al fuego y se evapora en el crisol. El alma probada por la tribulación, habituada al sufrimiento y a la contradicción, acostumbrada al sacrificio permanece serena en medio de las penas de la vida, besa la mano de Dios que la hiere, levanta una mirada sumisa al Cielo y goza en sus mismas penas, en las cuales ve la prenda de la dicha futura. Por más que la hagan sufrir las extravagancias de los juicios humanos, las desigualdades de caracteres contrarios, las quejas del amor propio, los disgustos o las fatigas del trabajo, permanece firme e inquebrantable, y, cuando está más herido su pecho, ensangrentado por la contradicción, más feliz se siente en ofrecerse a Dios como una hostia señalada con la Cruz de su muy amado Hijo. ¿Son éstas nuestras disposiciones?

 



MES DE FEBRERO EN HONOR DE LA SAGRADA FAMILIA - DÍA ÚLTIMO.

 


Meditaciones tomadas del Año feliz o santificado por la meditación de sentencias y ejemplos de Santos, para todos los días del año, por el padre Juan Bautista Lasausse, traducido al español por el P. Pedro Orcajo OP en Valladolid por la imprenta de don Juan de la Cuesta en 1858.


ORACIÓN EN HONOR A LA SAGRADA FAMILIA


   Concedednos, oh Señor Jesús, imitar los ejemplos de vuestra Sagrada Familia, para que, en la hora de nuestra muerte, en compañía de vuestra gloriosa Virgen Madre y San José, merezcamos ser recibidos por Vos en los eternos tabernáculos (200 días de Indulgencia, una vez al día — León XIII, 6 de Febrero de 1893).


CONSIDERACIÓNLA HUMILDAD


   El que se humilla será ensalzado. Qui se humíliat exaltábitur. (Luc. 14, 11).




DÍA VIGESIMONOVENO

 

   La humildad para ser verdadera debe estar siempre acompañada de la caridad; es decir, que nosotros debemos amar, buscar y apetecer las humillaciones para agradar a Dios y asemejarnos a Jesucristo, dice San Francisco de Sales.

 

   San Vicente de Paúl, cuya humildad era tan sincera que se veía en su frente, en sus ojos y en todo su exterior, ponía sus delicias en las humillaciones y en los desprecios, para imitar los abatimientos excesivos del Hijo de Dios, que como él decía en una conferencia, «siendo el esplendor de la gloria de su Padre, y la viva imagen de su sustancia, no contento de haber pasado una vida que se podía llamar una humillación continua, ha querido aún después de su muerte estar representado perpetuamente a nuestros ojos en un estado de ignominia extremada y clavado en una Cruz como malhechor».

 

   San Jerónimo dice que sabiendo Santa Paula que se había dicho de ella que su devoción la había vuelto loca, y que sería bien hacerla una abertura en la cabeza para que el aire pasase al cerebro, la humilde sierva de Dios dijo al punto estas palabras del Apóstol: «Sea por el amor de Jesucristo el que nosotros nos hagamos necios, Nos stulti propter Christum (Somos tontos por amor de Cristo).». ¡Oh humildad!


  

ORACIÓN

 

   Dios mío, dadme el amor de las humillaciones: que este amor me las haga desear a fin de adquirir la humildad y de agradar a Jesús, a quien la humildad es tan amable, que se humilló en extremo, y que exige que sus discípulos aprendan de Él a ser dulces y humildes de corazón.

  

ORACIONES A LA SAGRADA FAMILIA (300 días de Indulgencia, una vez al día — León XIII, 17 de Mayo de 1890).


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de amar a la Iglesia como debemos, sobre toda otra cosa terrena, y siempre mostrar nuestro amor por las obras. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de profesar abiertamente como debemos, sin temor o respeto humano, la fe que nos ha sido dada en el Bautismo. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de unirnos, como debemos, en la defensa y la propagación de la Fe, cuando el deber llame, sea por la palabra o por el sacrificio de nuestras fortunas y nuestras vidas. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de amarnos mutuamente, como debemos, y vivir siempre en perfecta armonía de pensamiento, voluntad y acción, bajo el gobierno y guía de nuestros pastores. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de conformar nuestras vidas, como debemos, a los preceptos de Dios y de la Iglesia, para vivir siempre en esa caridad que ellos exponen. Padre nuestro, Ave María y Gloria.



ORACIÓN POR LA FAMILIA CRISTIANA (200 días de Indulgencia, una vez al día — León XIII, 19 de Enero de 1889).


   Dios de bondad y de misericordia, a vuestra omnipotente protección encomendamos nuestro hogar, nuestra familia y todo lo que poseemos. Bendecidnos a todos, como bendijisteis a la Sagrada Familia en Nazaret.


   Oh Jesús, nuestro benditísimo Salvador, por el amor con el cual Os hicisteis hombre por nuestra salvación, por vuestra misericordia al morir por nosotros en la Cruz, bendecid, os suplicamos, nuestro hogar, nuestra familia y nuestra casa; preservadnos de todo mal y de las insidias de los hombres; protegednos del rayo y del granizo, del fuego, inundación y tempestad; preservadnos de la ira, del odio y los malos designios de nuestros enemigos, de la peste, el hambre y la guerra. Que ninguno de nosotros muera sin los santos Sacramentos; concedednos vuestra bendición, para que podamos confesar valientemente la fe por la cual somos santificados, que podamos preservar nuestra esperanza en el dolor y en la aflicción, y que podamos redoblar nuestro amor a Vos y nuestra caridad hacia nuestro prójimo.


   Oh Jesús, bendecidnos y protegednos.


   Oh María, Madre de gracia y de misericordia, bendecidnos, defendednos contra los espíritus malignos, conducidnos por la mano a través de este valle de lágrimas, reconciliadnos con vuestro Hijo, y encomendadnos a Él para que seamos dignos de sus promesas.


   Oh santísimo José, Padre reconocido de nuestro Salvador, guardián de Su santísima Madre y jefe de la Sagrada Familia, interceded por nosotros, y bendecid y proteged nuestra habitación en todo momento.



    San Miguel Arcángel, defendednos contra toda perversidad del infierno.


  San Gabriel Arcángel, hacednos buscar siempre la santa voluntad de Dios.


   San Rafael Arcángel, preservadnos de enfermedades y de todo peligro de muerte.


  Oh Santos Ángeles, guardianes nuestros, guardadnos día y noche en el camino de salvación.


  Oh Santos bienaventurados, patronos nuestros, rogad por nosotros ante el trono de Dios.



   Bendecid nuestra casa, oh Dios Padre, que nos habéis creado; oh Dios Hijo, que habéis sufrido por nosotros en la Cruz; oh Dios Espíritu Santo, que nos habéis santificado en el bautismo. Que Dios en sus tres divinas personas preserve nuestros cuerpos, purifique nuestras almas, guíe nuestros corazones y nos conduzca a la vida eterna.


   Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Amén.



JACULATORIA A JESÚS, MARÍA Y JOSÉ


   Jesús, María, y José, os doy mi corazón y mi alma;


   Jesús, María, y José, asistidme en mi última agonía;


   Jesús, María, y José, que pueda exhalar mi alma en paz con vosotros. (Indulgencia de 300 días cada vez — Pío VII, 26 de Agosto de 1814).



miércoles, 28 de febrero de 2024

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA — MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA.

 




 

 

    Tomado de “Meditaciones para todos los días del año — Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio.

 

 

 

    

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE

        

 

Consideraremos mañana en nuestra meditación: 1° Que el misterio de la Transfiguración debe encender en nosotros santos deseos del Cielo;  Que estos santos deseos son muy útiles al alma.

     

— Tomaremos en seguida la resolución:

   1° De desprendernos de la tierra y de no amar sino las cosas del cielo;  De producir a menudo estos santos deseos en forma de oraciones jaculatorias.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San Bernardo: “¡Qué bella eres, oh patria mía! ¡Qué bella eres!”

 

 

         

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.

 

     

   Adoremos a Nuestro Señor Jesucristo que nos revela el esplendor de su gloria en el Tabor, para enseñarnos el desprendimiento de la tierra y hacernos desear el Cielo, al mostrarnos la felicidad que allí se goza. A este espectáculo, levantemos al cielo nuestras esperanzas y concibamos en nuestros corazones grandes deseos de llegar allá. Nada más santificante.

       

 

 

PUNTO PRIMERO — LA TRANSFIGURACIÓN DE NUESTRO SEÑOR NOS ENSEÑA A DESEAR EL CIELO.

 

 

     

    En efecto, si unos pocos rayos de gloria, vistos por un instante y como de paso, llenaron a los Apóstoles de una alegría tan dulce, que Pedro, fuera de sí exclamó: “¡Cuan bueno es, Señor, estar aquí! Permanezcamos aquí siempre, y hagamos tres tiendas: una para Vos, otra para Moisés y la tercera para Elías”, ¿Qué será, ¡oh Jesús!, veros cara a cara en todo el brillo de vuestra majestad, en todo el esplendor de vuestra gloria, y esto no por algunos instantes fugitivos, como en el Tabor, sino siempre, eternamente? Pues eternamente contemplaremos la belleza de vuestro rostro; eternamente gozaremos de vuestra encantadora presencia, no ya sólo en compañía de Moisés y Elías, sino con todos los Patriarcas, profetas, Apóstoles, mártires, confesores y vírgenes; no ya solamente en una tienda construida por hombres, sino en la misma mansión de Dios. ¡Oh dulce y gloriosa esperanza! ¡Oh embriagador destino! Era esto lo que consolaba a Job y le hacía triunfar gozoso en medio de sus padecimientos: “Yo sé —exclamaba— que vive mi Redentor; vendrá un día en que le veré en mi carne, le contemplaré con mis ojos, y esta confianza forma el contento de mi corazón”. Era esto lo que hacía suspirar vivamente al Apóstol por la disolución de su cuerpo e inspiraba a Santa Teresa estos ardientes deseos de morir. “¡Oh! ¡Cuán larga es esta vida — Cuán duros estos destierros, —Esta cárcel y estos hierros — En que el alma está metida! — Sólo esperar la salida — Me causa un dolor tan fiero, — ¡Que muero por que no muero!”. Esto era lo que hacía decir a San Gregorio Nacianceno: “Cuando considero la gran felicidad que se gana muriendo y lo poco que se pierde perdiendo la vida, no puedo contener el ardor de mis deseos y digo a Dios: Señor, ¿cuándo me será dado que me saquéis de esta vida para introducirme en mi patria?” Tales deben ser también los sentimientos de todo cristiano pues dice San Agustín: “El que no gima aquí como desterrado, no gozará en el cielo como ciudadano”. El que verdadero cristiano, dice en otra parte, sufre con vivir y goza con morir; la vida le es una cruz y la muerte una alegría. ¿Son éstas nuestras disposiciones? ¿No amamos más el destierro que la patria, la tierra que el Cielo, y no apreciamos como una felicidad el estar largo tiempo desterrados y el entrar lo más tarde posible en el paraíso? ¡Oh! ¡Qué inconsecuencia es la nuestra! Decimos a Dios: “¡Venga a nos él tu reino!”, y nos agrada nuestra cautividad y buscamos cómo establecernos en ella, ¡Cual si siempre hubiéramos de vivir aquí! ¡Nos encaminamos hacia la felicidad y no nos apresuramos para llegar a ella; navegamos en medio de las olas y no aspiramos por llegar al puerto!



    

PUNTO SEGUNDO — CUÁN ÚTILES SON PARA EL ALMA LOS SANTOS DESEOS DEL CIELO.

     

 

 

   1° Estos deseos consuelan en las penas de la vida y en las dolencias del cuerpo. En efecto, ¿Qué son todas estas penas para un alma abrasada de los santos deseos del paraíso, donde espera recibir una magnífica indemnización? Se dice a sí misma: “Sufro, es verdad, pero, ¿qué es todo esto, comparado con la dicha que me espera en la gloria que gozaré cuando mi cuerpo, transformado en un cuerpo semejante al del Salvador, se revista de la luz como de un ropaje resplandeciente con el brillo del sol, impasible, inmortal? ¡Bendito sea el sufrimiento que me merecerá tanta felicidad!”  Los santos deseos del Cielo desprenden de todo lo transitorio; el alma, llena de estas grandes esperanzas, ve el mundo entero infinitamente inferior a ella; no aspira más que a los bienes eternos del paraíso y dice como San Ignacio: “¡Qué vil parece la tierra cuando miro al cielo!” Estos santos deseos llenan al alma de santo entusiasmo por la salvación, porque puede repetirse las palabras de San Agustín: “Si el trabajo os aterra, anímenos la recompensa”. Cuando se piensa que la menor pena soportada cristianamente, el acto de virtud, el menor sacrificio, la más insignificante oración bien hecha, tendrá por recompensa un peso inmenso de gloria eterna no hay nada que cueste y se va con alegría a todo lo que tiende a la salvación. ¡Oh! ¡De cuántas gracias nos privamos por este olvido del cielo que nos es tan común! Reconozcámoslo y elevemos nuestros corazones hacia arriba: ¡SURSUM CORDA!




MES DE FEBRERO EN HONOR DE LA SAGRADA FAMILIA - DÍA VIGESIMOCTAVO.



 

Meditaciones tomadas del Año feliz o santificado por la meditación de sentencias y ejemplos de Santos, para todos los días del año, por el padre Juan Bautista Lasausse, traducido al español por el P. Pedro Orcajo OP en Valladolid por la imprenta de don Juan de la Cuesta en 1858.


ORACIÓN EN HONOR A LA SAGRADA FAMILIA


   Concedednos, oh Señor Jesús, imitar los ejemplos de vuestra Sagrada Familia, para que, en la hora de nuestra muerte, en compañía de vuestra gloriosa Virgen Madre y San José, merezcamos ser recibidos por Vos en los eternos tabernáculos (200 días de Indulgencia, una vez al día — León XIII, 6 de Febrero de 1893).


CONSIDERACIÓNLA HUMILDAD


   El que se humilla será ensalzado. Qui se humíliat exaltábitur. (Luc. 14, 11).



DÍA VIGESIMOCTAVO

 

   «Todos los que han tenido un verdadero deseo de hacerse humildes se han ejercitado en la práctica de las humillaciones. No ignoraban que es un camino seguro para llegar a la humildad, y que no hay otro mejor» (San Bernardo).

 

   San Francisco, San Buenaventura, San Francisco de Borja, Santa Magdalena de Pazzi y Santa Teresa, aprovechaban todas las ocasiones de humillarse.

 

   Se lee en San Juan Clímaco de un monje que tenía un grande amor a la humildad, el cual había escrito en las paredes de la celda con el fin de triunfar de las tentaciones de la vanidad que muchas veces le molestaban, estas nobles palabras: «Caridad perfecta. Amor a la oración. Mortificación universal. Dulzura inalterable. Paciencia invencible. Castidad angelical. Humildad muy profunda. Confianza filial. Exactitud entera. Resignación admirable». Si después el demonio iba a tentarle por la vanidad, decía: «Vamos a la prueba»; y aproximándose a la pared leía lo que estaba escrito, haciendo estas reflexiones: «¿Tendré caridad perfecta, yo que hablo mal de los otros? ¿Amor a la oración, yo que no he hecho ninguna oración sino con muchas distracciones? ¿Mortificación universal, yo que busco continuamente el saciarme? ¿Dulzura inalterable, yo que manifiesto continuamente a mis hermanos un semblante severo? ¿Paciencia invencible, yo que no puedo sufrir nada sin quejarme? ¿Castidad angelical, yo que, despreciando el velar sobre mis sentidos, doy lugar a los pensamientos deshonestos? ¿Confianza filial, yo que voy tan raras veces a Dios como a mi Padre? ¿Exactitud entera, yo que quizás no he hecho jamás acción alguna que no haya sido defectuosa? ¿Resignación admirable, a mí que me cuesta tanto someterme a la voluntad de Dios?». ¡Oh humildad!

  

ORACIÓN

 

   Oh Dios mío, yo no tengo ninguna virtud, y sí todos los vicios; ¿cómo pues soy orgulloso? Haced Señor, que me haga justicia a mí mismo, humillándome continuamente delante de Vos. Dignaos dirigir sobre este miserable pecador una mirada de vuestra misericordia

  

 ORACIONES A LA SAGRADA FAMILIA (300 días de Indulgencia, una vez al día — León XIII, 17 de Mayo de 1890).


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de amar a la Iglesia como debemos, sobre toda otra cosa terrena, y siempre mostrar nuestro amor por las obras. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de profesar abiertamente como debemos, sin temor o respeto humano, la fe que nos ha sido dada en el Bautismo. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de unirnos, como debemos, en la defensa y la propagación de la Fe, cuando el deber llame, sea por la palabra o por el sacrificio de nuestras fortunas y nuestras vidas. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


   Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de amarnos mutuamente, como debemos, y vivir siempre en perfecta armonía de pensamiento, voluntad y acción, bajo el gobierno y guía de nuestros pastores. Padre nuestro, Ave María y Gloria.


Jesús, María y José, bendecidnos y concedednos la gracia de conformar nuestras vidas, como debemos, a los preceptos de Dios y de la Iglesia, para vivir siempre en esa caridad que ellos exponen. Padre nuestro, Ave María y Gloria.



ORACIÓN POR LA FAMILIA CRISTIANA (200 días de Indulgencia, una vez al día — León XIII, 19 de Enero de 1889).


   Dios de bondad y de misericordia, a vuestra omnipotente protección encomendamos nuestro hogar, nuestra familia y todo lo que poseemos. Bendecidnos a todos, como bendijisteis a la Sagrada Familia en Nazaret.


   Oh Jesús, nuestro benditísimo Salvador, por el amor con el cual Os hicisteis hombre por nuestra salvación, por vuestra misericordia al morir por nosotros en la Cruz, bendecid, os suplicamos, nuestro hogar, nuestra familia y nuestra casa; preservadnos de todo mal y de las insidias de los hombres; protegednos del rayo y del granizo, del fuego, inundación y tempestad; preservadnos de la ira, del odio y los malos designios de nuestros enemigos, de la peste, el hambre y la guerra. Que ninguno de nosotros muera sin los santos Sacramentos; concedednos vuestra bendición, para que podamos confesar valientemente la fe por la cual somos santificados, que podamos preservar nuestra esperanza en el dolor y en la aflicción, y que podamos redoblar nuestro amor a Vos y nuestra caridad hacia nuestro prójimo.


   Oh Jesús, bendecidnos y protegednos.


   Oh María, Madre de gracia y de misericordia, bendecidnos, defendednos contra los espíritus malignos, conducidnos por la mano a través de este valle de lágrimas, reconciliadnos con vuestro Hijo, y encomendadnos a Él para que seamos dignos de sus promesas.


   Oh santísimo José, Padre reconocido de nuestro Salvador, guardián de Su santísima Madre y jefe de la Sagrada Familia, interceded por nosotros, y bendecid y proteged nuestra habitación en todo momento.



    San Miguel Arcángel, defendednos contra toda perversidad del infierno.


  San Gabriel Arcángel, hacednos buscar siempre la santa voluntad de Dios.


   San Rafael Arcángel, preservadnos de enfermedades y de todo peligro de muerte.


  Oh Santos Ángeles, guardianes nuestros, guardadnos día y noche en el camino de salvación.


  Oh Santos bienaventurados, patronos nuestros, rogad por nosotros ante el trono de Dios.



   Bendecid nuestra casa, oh Dios Padre, que nos habéis creado; oh Dios Hijo, que habéis sufrido por nosotros en la Cruz; oh Dios Espíritu Santo, que nos habéis santificado en el bautismo. Que Dios en sus tres divinas personas preserve nuestros cuerpos, purifique nuestras almas, guíe nuestros corazones y nos conduzca a la vida eterna.


   Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Amén.



JACULATORIA A JESÚS, MARÍA Y JOSÉ


   Jesús, María, y José, os doy mi corazón y mi alma;


   Jesús, María, y José, asistidme en mi última agonía;


   Jesús, María, y José, que pueda exhalar mi alma en paz con vosotros. (Indulgencia de 300 días cada vez — Pío VII, 26 de Agosto de 1814).