Guía de Acólitos para el servicio del
Señor
Preliminares
Llámese Acólito el Clérigo que recibió la
orden menor del Acolitado, por la cual tiene el poder de servir en las Misas
solemnes y rezadas.
También se llama comúnmente Acólito o Monaguillo
al ministro que sirve y ayuda al Sacerdote en las funciones de la Sagrada
Liturgia, especialmente en el santo sacrificio de la Misa, aunque dicho
ministro carezca de toda Orden sagrada.
Los Acólitos se
llaman Ángeles del Altar, porque
asisten al Sacerdote en el altar a modo como los Ángeles asisten en el cielo
ante el trono de Dios.
Además, el Sacerdote en el altar es ministro
y representante de Jesucristo; y así, el Acólito, sirviendo al
Sacerdote, sirve y asiste más de cerca al mismo Jesucristo.
Durante el sacrificio de la Misa los Ángeles asisten invisiblemente,
adorando a Jesucristo, presente en el altar. A imitación de ellos, el Acólito
asiste a Jesucristo al servir a su
ministro el Sacerdote.
El ministerio del Acólito es dignísimo. Después de la función del Sacerdote que consagra, no
hay otra función tan noble como el oficio del ministro que le asiste.
El Acólito representa a todos los fieles, en cuyo nombre responde al Sacerdote.
Mediante su oficio, el Acólito está en un
contacto más íntimo y frecuente con las cosas santa.
Dos condiciones ha
de reunir el Acólito:
1—ha de ser un buen Acólito.
2—ha de ser un Acólito bueno.
Para
ser buen
Acólito debe saber las ceremonias
de las funciones sagradas que le corresponden; y ha de ejecutarlas bien y con
el espíritu propio de las mismas.
Para ser Acólito bueno ha de amar mucho a Nuestro Señor Jesucristo y
evitar todo pecado.
Las cualidades del buen Acólito son: la piedad, la obediencia y el respeto o reverencia.
La piedad se
manifiesta en la digna y frecuente recepción de los santos Sacramentos, en la
asidua y devota oración, en el gusto por las cosas del culto, en la compostura recogida
durante las funciones.
La obediencia se practica haciendo con prontitud todo lo que se
manda, y asistiendo con puntualidad a todas las funciones.
El respeto se debe al Sacerdote y a todos los ministros del
culto.
La reverencia se debe a Dios, a los Santos, al templo y a todos los
objetos que sirven para el culto divino.
La urbanidad es una manifestación de este respeto y reverencia. El buen
Acólito practica la urbanidad:
1—presentándose siempre
con el vestido bien aseado, con la cara y las manos bien limpias;
2—ejecutando
exactamente todas las ceremonias;
3—siendo muy atento
con todos en la sacristía, en la iglesia y en los lugares próximos a ésta.
Acuérdate siempre que
eres el que de entre los niños se acerca más al buen Jesús; el que le hace la guardia de honor; el que en
la Misa representa a todos los fieles ¡Como te obliga esto a ser puro, educado,
distinguido…,! ¡ANGEL DEL ALTAR!
ÁNGELES DEL ALTAR
Gregorio Martínez de
Antoñana, C.M.F.
Censor de la Academia Litúrgica de Roma
(1957).
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