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lunes, 9 de mayo de 2022

MES DE MAYO, MES DE MARÍA: DÍA NUEVE.


 


Visita a la imagen de NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE, que se venera en la iglesia de la Congregación, en la ciudad de Querétaro.

 

 

   Otra de las muy célebres y milagrosas copias del prodigioso original de Nuestra Señora de Guadalupe de México, es la que existe en la ciudad de Querétaro, en el suntuoso templo llamado la Congregación, fundado por el ilustre Sr. D. Juan Caballero, quien hizo colocar allí la hermosa Imagen que nos ocupa, y a quien hemos consagrado el presente día.

 





   Desde que fué llevada a aquella ciudad, fué muy apreciada por los queretanos; pero aumentó mucho la veneración, por la maravilla sucedida en uno de los días en que se solemnizaba la dedicación del templo. Estaba en una de las torres de la nueva iglesia D. Félix Caballero, pariente muy cercano del fundador, viendo los fuegos artificiales, que para mayor solemnidad se repitieron varias noches consecutivas; y cuando concluyeron, quiso el dicho D. Félix bajar el primero, antes que se llenara la escalera con la mucha gente que había en la torre; y la mucha prisa y la oscuridad de la noche hicieron que en lugar de tomar la escalera, s e precipitara por el cubo de la torre, golpeándose fuertemente la cabeza, el rostro y todo el cuerpo contra algunas piedras sobresalientes de las paredes; y llegando al fondo, quedó sin sentido, y echando sangre por boca y narices y por las heridas; pero al caer; invocó de todo corazón a la Virgen Santísima, en su Imagen de Guadalupe, y al tercer día quedó totalmente sano y sin lesión alguna.

 




   Merecía sin duda el templo una exacta y circunstanciada descripción, por lo hermoso de su fábrica y la riqueza de sus adornos; pero el emprenderla, seria demasiado largo, y hasta cierto punto ajeno de nuestro propósito; quien lo deseare, puede ver la obra titulada: «Glorias de Querétaro,» donde hallará, sobre el asunto, cuanto pueda apetecer.

 

 



 

VIDA DE MARÍA

María en los celos de Sr. San José.

 

 

   Vuelve María de Ebron a Nazaret, y el castísimo José sale lleno de regocijo a recibirla; pero ¡cuál sería su espanto, su sorpresa y su dolor, al verla con las más claras señales de embarazo! Vuelve a su casa pensativo, pasan días y más días, y es más evidente la preñez, de suerte que aun los habitantes de la ciudad le dan los parabienes que entonces se acostumbraban; el hombre santo no puede ya disimular su aflicción, y lo nota la virginal María. ¡Qué situación la de los dos esposos! ¡qué tormentos tan crueles padecerían sus sensibles y santos corazones! Admiremos en José la resolución más heroica que ha tomado jamás un mortal, cuando determinó huir y expatriarse, para no infamar a su esposa; resolución que admiraron los ángeles del cielo; y en María, la fidelidad incomparable con que cumplió los sacrificios que había ofrecido al Señor; le había dado hasta su honor, y nada hace para defenderlo; con una sola palabra, puede volver a su esposo y a sí misma la tranquilidad; pero no la pronuncia, porque ignora si es voluntad de Dios; pero el Altísimo no puede dejar sin premio tan heroicas y nunca vistas acciones, y he aquí al ángel del Señor que anunciando a José el sublime misterio, le dice: «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer; lo que ha nacido en ella es del Espíritu Santo.»

 

 


 

FIDELIDAD DE MARÍA

María, Clavel fragantísima.

(Dianthus Caryophylius.)

 

 

   Arroja el clavel sobre sus delicados tallos un gran número de bellas y olorosas flores, tan dobles y tan pomposas, que doblegan sus débiles y flexibles varas, y parece que quieren ocultar su hermosura; así como María con las hermosas flores de su fidelidad, doblegó todos los respetos humanos par a cumplir con el Altísimo, é inclinaba al suelo sus hermosos ojos, como para ocultar al mundo la belleza inmaculada de sus virtudes; pero Dios, en recompensa, manifestó al Santísimo José, y más tarde al universo entero, la fragancia exquisita de su fidelidad, que pudiera ofuscar el aroma suavísimo del más lindo clavel.

 

 

ORACIÓN

 

 

   ¡Madre admirable del Divino Verbo! ¡cuán tiernos y cuan bellos, cuán interesantes y asombrosos son todos los pasajes de tu vida santísima! hoy contemplamos llenos de pasmo aquella heroica fortaleza con que sobrellevaste ver los sufrimientos de tu muy amado esposo, por guardar fiel y escrupulosamente tus promesas a Dios; haz, Señora, que nosotros, a imitación tuya, depongamos todo respeto humano, cuando se trate de servir a Dios y guardar su santísima ley, para que, firmes en su servicio, por toda la vida, vuele nuestra alma al cielo, cuando llegue la hora de pasar a la eternidad. Amén.

 

 


 

MEDITACIÓN

 

 

1—Ponderemos la fidelidad de María y la heroicidad de José, haciéndonos cargo de las razones expuestas ya, que hacen la conducta de los santos esposos digna del asombro del cielo y de la tierra.

2—Consideremos con temerosa admiración, cuántas almas se habrán perdido por haber dejado de cumplir las promesas hechas a Dios; seamos nosotros cautos en hacerlas y muy exactos en cumplirlas.

3—Hagamos una comparación entre los bienes que nos acarrea el cumplir con los hombres y el cumplir con Dios; el cumplir con los hombres nos trae multitud de sinsabores al ejecutarlo, y después tal vez males; pero suponiendo que sean bienes, duran un día, y se disipan como el humo; mientras que el cumplir con Dios, nos da, al ejecutarlo, la dulcísima e inexplicable satisfacción que trae consigo el cumplimiento de un deber sagrado, y después nos proporciona bienes, que no roen los gusanos ni carcome la polilla; una eternidad venturosa: ¿por qué nos decidimos? etc.

 

 


 

CANTO

 

 

Mirad a José de hinojos,

Llena el ánima de espanto,

Y el corazón de quebranto

Y de lágrimas los ojos.

 

Pidiendo en su pena dura

Al Eterno Rey del cielo,

Le conceda algún consuelo

Que mitigue su amargura.

 

Porque su Esposa adorada,

Que inmaculada creyera,

Sin que dudarlo pudiera,

Mira que está embarazada.

 

Y la Madre virginal

Llora también y suspira,

Porque de su esposo mira

El crudelísimo mal.

 

¿Qué liarán los santos esposos

En tan terrible combate?

¿Sucumbirán al embate

De dolores tan furiosos?

 

No, que José determina

A su Esposa abandonar,

Primero que la infamar,

Y ocasionar su ruina;

 

Y María su dolor

Dispone sobrellevar,

Primero que revelar

Los favores del Señor.

 

Mas Dios no puede dejar

Sin premio a sus servidores,

Que quieren más los dolores

Que a sus promesas fallar;

 

Y manda un ángel del cielo

Que veloz el éter hiende,

Y hacia el esposo desciende

Par a llevarle consuelo.

 

Y le dice: «José santo,

De David excelso hijo,

Cambia en feliz regocijo

Tu doloroso quebranto.

 

    «El ser que en el seno ves

De tu Esposa virginal,

Es de origen celestial.

Del Espíritu Santo es.

 

«Y al Niño que nacerá,

Pondrás de Jesús el nombre,

Y será grande, y al hombre

Con su sangre salvará.»

 

 


 

PRÁCTICA PARA MAÑANA

 

 

—Rezar el Oficio Parvo, y los que no puedan, el Rosario a la Santísima Virgen.

 

 

 

MES DE MARÍA: LAS FLORES DE MAYO.

Por LUCIO MARMOLEJO (1868).


MES DE MAYO, MES DE MARÍA: DÍA OCHO.


 

Visita a la Imagen de NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE, que se venera en su Santuario, extramuros de la ciudad de Oaxaca.

 

 

   Ya indicamos ayer, al referir la historia de la Aparición, que la bondad de María Santísima se había dignado dispensar sus favores por medio de las copias de la admirable original de Nuestra Señora de Guadalupe de México: una de las más célebres, es la que tiene la dicha de poseer la ciudad de Oaxaca, y venera en su Santuario: por mil títulos la aprecia y reverencia, y su historia es la siguiente:

 

   Estando de Deán en México el Ilustrísimo Sr. Dr. D. Alonso de Cuevas y Avalos, mandó sacar una copia de la imagen original de Nuestra Señora de Guadalupe, a un indio para ello muy diestro, y a fuerza de oraciones y penitencias que hizo al tiempo que la estaban pintando, consiguió que saliera tan hermosa, que según se dice, es la más parecida a su original. El Sr. Cuevas y Avalos la conservó en México, con mucha veneración, hasta que promovido al Obispado de Oaxaca, marchó a aquella ciudad, llevando consigo su querida imagen, y le fabricó extramuros de la capital, un hermoso Santuario, que dotó con todo lo necesario para el culto.

 



   Los oaxaqueños tuvieron desde luego en mucha estimación la Santa imagen, encontrando en ella el alivio de sus necesidades y el consuelo en sus aflicciones; pero se aumentó mucho su culto y veneración, desde el día 14 de Noviembre de 1605, en que sucedió el prodigio que vamos a referir, tomado del «Zodiaco Mariano.»

 

   Estaba la Santa imagen cubierta con un velo de tafetan formado de cuatro lienzos, y en el día referido se prendió fuego a él, estando las velas del altar, aunque encendidas, como una vara distante del velo; pero de los cuatro lienzos, solamente se quemó el segundo desde abajo hasta arriba, sin pegar la llama a los otros tres, ni al listón con que estaban sujetos a la varilla, del cual quedaron colgados dos pedazos del lienzo hecho ceniza como del tamaño de un geme; y juntos con los otros lienzos que permanecieron intactos, otros grandes pedazos de ceniza, uno de más de vara de largo y una ochava de ancho, los cuales no se cayeron en cuatro días que permaneció así la Santa Imagen, hasta que pudo ir a verla el lllmo. Sr. Obispo Dr. fray Tomas de Monterroso, quien hizo correr el velo a un lado y otro, y hasta la tercera vez cayeron las cenizas.

 

   Entre las innumerables personas que acudieron a presenciar el prodigio, estaba el presbítero D. Juan de Quintero, quien tomó unas pocas de aquellas cenizas, y volviendo, a su casa, las dio a beber a una hermana suya, llamada Crescencia, que estaba gravemente enferma de fiebre, y en el momento comenzó a sudar copiosamente, lo que no había podido conseguirse con otras muchas medicinas que para ello se le habían aplicado, y al siguiente día amaneció buena.

 

   El ya nombrado Sr. Obispo Monterroso, después de practicados todos los requisitos que para estos casos previene el Sagrado Concilio de Trento, declaró milagrosos los acontecimientos referidos, con lo que, según se dijo, creció en gran manera la devoción de los oaxaqueños.

 

   Crezca también nuestra confianza en María Santísima de Guadalupe, al ver que aun a las copias de su divino original de México ha comunicado virtud para favorecernos, y no saldremos desamparados.

 

 



 

VIDA DE MARÍA

Visitación a Santa Isabel.

 

 

   Ya lleva María Santísima en su seno al Criador del universo; ya no tiene que levantar los ojos al cielo, porque el cielo ha bajado y está en ella: se ha hecho María una misma cosa con Jesús; y desde luego su alma purísima se siente inflamada en la caridad más ardiente: reboza dentro de su pecho la virtud del Altísimo, y ansia por comunicarla a sus hermanos, por lo cual, inspirada por el que es ya su Hijo, marcha apresurad a la ciudad de Ebron, y llega a la casa de su prima Santa Isabel, llenándola de bienes; consuela a Zacarías, santifica al Bautista , y nos enseña a vivir santamente en medio del trato social para el que hemos sido criados.

 

 



 

CARIDAD DE MARÍA

María, hermosa y frondosísima hiedra.

(Convolvulus Ipomea.)

 

 

   Admiremos la caridad de María, manifestada de una manera tan asombrosa en su visitación a Santa Isabel, y contemplémosla simbolizada en la frondosa planta de la hiedra: ¡cómo se une con los árboles por medio de los exuberantes lazos de su follaje, como María con sus hermanos por su ardiente caridad! ¡cómo protege de los ardientes rayos del sol las delicadas plantas que en torno suyo crecen con la agradable sombra de sus tupidas enramadas, como María, cuya ferviente caridad defiende a los hombres en los peligros, les obtiene de Dios gracia en las tentaciones, y los consuela en sus aflicciones, como lo hizo en la casa de Santa Isabel, cuya familia toda llenó de bienes! ¡cómo se cubre la hermosa planta de la yedra de flores bellísimas de un azul más brillante y mas lindo que el del firmamento, como el Santísimo corazón de María, que está cubierto con las llamas brillantísimas de la caridad, más lindas y agradables a Dios, que cuantas han ardido en todos los demás seres creados!

 

 


 

ORACIÓN

 

 

¡Oh Santísima Reina de los Ángeles! hoy contemplamos regocijados la ardentísima caridad con que, prescindiendo de todo obstáculo mundano, y obediente a la divina inspiración, fuiste desde Nazaret hasta Ebron, para visitar a tu prima Santa Isabel, y llenar su casa de celestiales bendiciones; no te arredran lo largo del camino, lo pedregoso de las montañas, ni los peligros de toda clase a que debías exponerte; que no te arredre ¡oh misericordiosa Madre! lo feo y numeroso de nuestros pecados, para ejercer sobre nosotros tu compasiva caridad; no dudamos, Señora, que así lo harás, confiados en lo mucho que proteges a todos nosotros los mexicanos, aun por medio de las copias de tu Imagen de Guadalupe, como lo atestigua, entre otras muchas, la que se venera en la ciudad de Oaxaca, a quien hemos consagrado el día de hoy; si, pues, como lo esperamos, atiendes nuestros ruegos, nada nos quedará que desear, puesto que obtendremos la patria celestial. Amén.

 

 

 

MEDITACIÓN

 

 

1—Admiremos el modelo que María Santísima nos presenta en su visita a Santa Isabel, para enseñarnos la manera de conducirnos en la sociedad, y a vivir santamente en medio de los hombres y de los escollos del mundo.

2—Agradezcamos, como se debe, ese ejemplo, y veamos si lo hemos seguido; veamos si nuestras visitas llevan los mismos nobles objetos que la de María Santísima, y veremos qué diferencia, o por mejor decir, qué contradicción.

3—Lloremos arrepentidos tantos desvaríos, y propongámonos seguir, en lo posible, las huellas de María; ya lo hemos visto, la virtud no impide cumplir los deberes de la urbanidad, no prohíbe ciertos desahogos honestos, pero sí no tolera,

que, al cumplir con los deberes sociales, nos apartemos del sendero recto, que vayamos a buscar por su medio ocasiones de pecado, que nuestro fin sea torpe, etc.

 

 



CANTO

 

 

Ved a la Virgen Santa levantarse,

Y tomar el camino apresurada,

Que de Isabel conduce a la morada:

No le importan los riesgos,

De que en su viaje se verá cercada:

Su caridad ferviente

La impele, y obediente

Olvida el sol y el frio,

Y el precipicio y el profundo rio.

Llega por fin, e iluminada en tanto

La anciana madre del Bautista exclama:

«¿Por qué, porqué, a mí tanto

Tan singular favor, que del Eterno

Venga la Augusta Madre a visitarme?

Bendito sea tu Hijo,

Que quiso tanta dicha dispensarme.»

Y María, la Virgen sin mancilla,

Confiesa su grandeza soberana;

Pero en esto se humilla.

Pues nada se atribuye.

Y de Dios lo clemente

De aquí tan solamente

Para ensalzarlo su humildad concluye.

Á Zacarías consuela,

A Isabel edifica,

Y al Bautista en su seno santifica,

Y a la ciudad entera,

Y a la casa dichosa

Llena de bendiciones bondadosa.

Visítanos, Señora,

Cuando se acerque la hora de la muerte,

y de la eterna desgraciada suerte

Nos librará tu mano bienhechora.

 

 


 

PRÁCTICA PARA MAÑANA

 

 

—Se rezará siete veces al día la Salve Regina.

 

 

 

MES DE MARÍA: LAS FLORES DE MAYO.

Por LUCIO MARMOLEJO (1868).

 


MES DE MAYO, MES DE MARÍA: DÍA SIETE.




Visita a la Imagen de NUESTRA SEÑORA DE 

GUADALUPE, que se venera en su Santuario, 

extramuros de la ciudad de México.

 

 

 

   ¡Guadalupe! ¡Qué música tan armoniosa encierra este nombre para los oídos mexicanos! ¡qué bálsamo tan suave para sus corazones lacerados! Podríamos ciertamente excusarnos de referir la historia de la Aparición, porque ¿quién la ignora, no ya en México, sino en todo el orbe cristiano? pero la vamos a referir, no obstante, porque no podemos dispensarnos de seguir el método propuesto y porque los verdaderos amantes de María no se cansan jamás de escuchar sus maravillas; la principal dificultad será compendiarla, de modo que tenga una extensión proporcionada al tamaño de este libro. Procurémoslo.

 

   Once años hacia que la mano de los conquistadores españoles pesaba sobre los infelices mexicanos, cuando se verificó el asombroso portento del Tepeyac; era el sábado 9 de Diciembre de 1551, cuando el felicísimo Juan Diego venia del pueblo de Cuautitlán a México; y al pasar cerca del cerro de Tepeyac, le pareció escuchar en su cumbre una música melodiosísima, tan extraordinariamente bella, que se paró a ver de dónde procedía, y entonces vio un arcoíris brillantísimo, y en su centro una  mujer de singular belleza; quedó abismado y confundido con aquel prodigio, y su admiración creció, cuando vio que la Señora lo llamaba y le mandaba subir hacia donde ella estaba; obedeció al momento, y vio, cuando subía, que eran tales los resplandores que la Señora despedía de sí, que trastornaba todas las cosas del monte, de suerte que las piedras y espinos parecían a Juan Diego oro bruñido, topacios, esmeraldas, diamantes y cosas aún más preciosas.

 




   Llegó el indio a donde estaba la Señora, quien con voz dulcísima y apacible le dijo en lengua mexicana: «Hijo mío, Juan Diego, ¿a dónde vas?». «Voy, —contestó el indio venturoso— ¡oh noble Señora mía! al barrio de Tlatelolco a oír la misa que allí se canta todos los sábados a la Virgen Santísima.» «Pues sabe, hijo, —dijo entonces la Señora, —que yo soy María, esa Virgen cuya Misa vas a oír, Madre del verdadero Dios. Te he llamado para decirte, que es mi voluntad que en este sitio se me edifique un templo, en donde me mostraré piadosa Madre para ti y los de tu nación, y para todos los que solicitaren mi amparo, y me buscaren en sus aflicciones y necesidades. Ve a la ciudad de Méjico, preséntate al Obispo, y cuéntale lo que has visto y oído: dile que yo digo que mi voluntad es esta, y yo te pagaré con beneficios este trabajo.»

 

   Se postró el indio lleno del más profundo respeto, y ofreció a la Virgen Santísima cumplir fielmente sus mandatos; fué derecho al palacio Episcopal, consiguió con no poco trabajo llegar a la presencia del Obispo, que era entonces el Sr. D. fray Juan Zumárraga, y le dio cuenta de todo lo que pasaba; lo escuchó el Obispo con atención, y le dijo que en otra vez le contestaría, para examinar antes las circunstancias del negocio, quién era el indio, y todo lo demás que requería un asunto tan delicado; de suerte que aunque n o despidió del todo a Juan Diego, bien comprendió éste que no le había dado crédito; se volvió desconsolado, y halló a la Madre de Dios en el mismo punto que la había dejado, y postrándose humildemente a sus pies, le dio la respuesta del Obispo, añadiendo estas palabras: «Señora, yo estoy dispuesto a cumplir tus mandatos con la mayor eficacia; pero como soy un pobre plebeyo, el Obispo no me da crédito; envía otra persona noble y principal, digna de respeto y de quien haga más caso.» A la cual respondió la Señora: «Yo agradezco mucho tu cuidado y obediencia; pero sabe que, aunque tengo millares de ángeles y de hombres a quienes podría enviar, conviene que seas tú quien corra esté negocio; vuelve mañana, y di al Obispo que yo soy quien te envía, y que esta es mi determinada voluntad.» «Asi lo haré,» dijo Juan Diego, y al día siguiente vio de nuevo al Obispo, y le aseguró anegado en lágrimas que la Virgen lo enviaba. El prelado, viendo la grande seguridad con que el indio hablaba, empezó a creer que sería la verdad lo que este decía, y casi acabó de convencerse cuando, diciéndole que pidiese a la Señora alguna señal para creer que ella era quien lo enviaba, le contestó Juan Diego que determinase cuál seña quería; n o lo determinó el prelado, pero si, para más asegurarse, envió dos personas de su confianza que lo fueran siguiendo, y le diesen cuenta de lo que observasen; mas poco antes de llegar al cerro, se les desapareció, y no lo pudieron encontrar, por más diligencias que hicieron; por lo que se volvieron despechados, diciendo al Obispo que el indio era un hechicero y embaucador, y pidiéndole que fuese castigado severamente .

 

   Entretanto, el dichoso Juan Diego había llegado a los pies de la Reina de los Ángeles, refiriéndole, como el Obispo pedía unas señas para creerlo. «Pues vuelve mañana, —dijo María Santísima, —que yo te las daré tales, que te dé crédito, y no ha de quedar sin paga tu diligencia; aquí te espero mañana.» Volvió a su casa Juan Diego y encontró en ella a un tío suyo llamado Juan Bernardino, tan, gravemente enfermo, que luego que lo vieron los médicos, le mandaron recibir los sacramentos, y disponerse para morir; por lo que Juan Diego se dirigió al siguiente día muy temprano hacia el templo de Tlatelolco, para llamar un sacerdote que lo auxiliara en sus últimos momentos; ya llegaba cerca del Tepeyac, cuando temiendo encontrar a la Santísima Virgen, tomó otra vereda, pensando, en su simplicidad, que la Madre de Dios no lo vería; pero cuando más descuidado iba, vio a la Virgen bajar de la cumbre del cerro para salirle al encuentro; Juan Diego se arrojó a sus pies avergonzado, y le dijo: «Buenos días tengas, Señora» La Virgen se los contestó muy apacible, y le preguntó : «¿qué camino es el que llevas, hijo mío?» Le refirió entonces Juan Diego con la mayor sencillez la enfermedad de su tío, y como iba con la mayor prisa por un sacerdote, prometiéndole volver luego; a lo que contestó la Señora: «No tengas cuidado por la enfermedad de tu tío, teniéndome a mí, que lo tengo de tus cosas; ya tu tío Juan Bernardino está bueno y sano;» y dando con él algunos pasos, desde donde está hoy la capilla del Pozito hasta el lugar que ocupa la Colegiata, le mandó que subiese a la cumbre del cerro, cortase diversas hermosas flores que allí encontraría y las trajese a su presencia. Juan Diego hizo un acto de fe muy meritorio al creer en la salud repentina de su tío, y otro al obedecer sin réplica la última orden de María, pues bien sabía que en lo mas florido de la primavera solo se encontraban en aquel cerro malezas y espinos, y mucho más entonces, por consiguiente, que estaban en la fuerza del invierno, pues era el 12 de Diciembre de 1531. Subió, pues, a la cumbre del cerro, y en el lugar en que la gran Señora había puesto sus plantas, halló un vergel fragantísima, lleno de rosas milagrosamente producidas; de ellas cortó cuantas cabían en su tilma, y las llevó a la Santísima Virgen, quien, tomándolas en sus sacrosantas manos, las compuso en la tilma de Juan Diego, y le dijo: «Estas rosas son la señal que has de llevar al Obispo para que te crea; dile de mí parte lo que has visto, y que haga luego lo que le ordeno. Llévalas con cuidado, y no las muestres a nadie sino al Obispo.»

 




   Obedeció Juan Diego; pero al llegar al palacio episcopal, quisieron los criados por la fuerza ver lo que llevaba en la tilma, y viendo que eran flores, y percibiendo su exquisito perfume, quisieron tomar algunas; pero hizo entonces Dios otro nuevo milagro, porque les pareció que estaban pintadas, aunque no podían comprender como arrojaban de sí tal flagrancia. Refirieron todo al Obispo, quien hizo entrar a Juan Diego; este le contó todo lo que le había pasado, desde la última vez que estuvo en su presencia, añadiendo que aquellas flores eran las señas que enviaba la Madre de Dios; soltó entonces los cantos de la tilma, arrojando sobre una mesa un vergel de flores frescas y olorosas, salpicadas todavía con el rocío de la noche; y conforme iban cayendo, iba saliendo en la tilma la Sagrada Imagen de María, y cuando todas cayeron, quedó descubierta, acabada y perfecta la Divina Imagen. ¡Prodigio singular, maravilla única, milagro que figura entre los mayores, que para honra de su Madre ha obrado Dios en el mundo! Cayó de rodillas el ilustre prelado, poseído de un asombro reverente; y desatando él mismo la tilma del cuello de Juan Diego, colocó en su oratorio la portentosa Imagen. Al siguiente día fué el Obispo, acompañado de muchas personas principales, a ver los lugares que pisó la Santísima Señora, y aquel en donde mandaba que se le erigiese el templo; se pusieron señales en todos ellos, y el Obispo determinó que algunas personas de su confianza fueran con Juan Diego a ver lo que había sucedido con Juan Bernardino; fueron efectivamente, y este les refirió, como estando en espera del confesor, vio de repente a la cabecera de su cama, una Señora llena de resplandores, de rostro muy apacible y hermoso, que con voz suavísima le dijo, al mismo tiempo que él se sintió sin el más leve dolor: «Ya estás bueno y sano. Yo soy María, Virgen y Madre de Dios. Cuéntale al Obispo este prodigio, y le dirás que al templo en que pusiere la Imagen que tu sobrino Juan Diego le llevó entre las flores, por seña de mi voluntad, le llame de Santa María de Guadalupe.»

 

   Siendo imposible que ni el oratorio ni todo el palacio episcopal contuviesen el concurso innumerable de gente que acudía a venerar la santa imagen, la hizo llevar el Obispo a la santa Iglesia Catedral, mientras concluían la capilla que, en cumplimiento de la voluntad de la Virgen, estaba fabricándose ya; fué tanto el celo del Prelado, y la violencia de los artífices, que a los quince días de la Aparición estaba ya concluida la capilla; y en medio del regocijo más puro de toda la ciudad, y de la concurrencia inmensa de los más distinguidos personajes, fué conducida allá la Santa Imagen.

 

   La piedad de los fieles fué adornando más y más aquella capilla, en donde permaneció la Santísima Imagen por el espacio de noventa años, hasta que la piedad mexicana, agradecida a los innumerables favores de la Gran Señora, le erigió otro templo mayor y bastante decente; pero pasados ochenta y siete años, no contentos los mexicanos con aquella iglesia, erigieron el espléndido santuario en que hoy se venera, el cual fué dedicado en 1709. Bien desearíamos hacer de él una descripción exacta; pero ya no podemos extendernos más. Baste decir que la riqueza del templo es sorprendente, estimándose a fines del siglo pasado las piezas de plata que lo adornan, en cerca de catorce mil marcos, y las de oro en cerca de siete mil castellanos. Después de esta época tuvo el Santuario una variación notable en su interior; en 1802 se determinó reformar el ornato del templo, y construir un nuevo altar, el cual se formó de los más preciosos mármoles, y la obra se concluyó en 1856, habiéndose gastado en ella unos trescientos ochenta mil pesos.

 

   Desearíamos decir algo acerca del convento de Capuchinas, del Pocito y de las otras muchas capillas, que para mayor decoro se han construido en contorno; pero nos limitaremos a copiar la descripción que de la efigie de María Santísima de Guadalupe hace el «Zodiaco Mariano.» Dice así: «Toda la manta en que está la Santísima imagen tiene de largo poco mas de dos varas, y de ancho más de una: la estatura de la Señora es de seis palmos y un geme. El cabello es muy negro y partido al medio de la frente serena y proporcionada. El rostro llano y honesto: las cejas muy delgadas: los ojos bajos: la nariz aguileña: la boca breve: el color trigueño nevado: el movimiento humilde y amoroso: las manos puestas y unidas levantadas hacia el rostro y arrimadas al pecho sobre la cintura, en que tiene un cinto morado, pareciendo sueltos debajo de las manos los dos cabos de su atadura. Descubre solamente la punta del pie derecho con el calzado pardo muy claro: la túnica que la viste desde el cuello a los pies es de color rosado muy claro, y las sombras de carmín oscuro, y está labrada de labores de oro. Tiene por broche al cuello un óvalo pequeño de oro, y dentro de él un circulo negro con una cruz en medio.

 



   «Las mangas de la túnica son redondas y sueltas, y descubren por forro un género de felpa, a lo que parece, blanca. Muestra también una túnica interior, blanca, y con pequeñas puntas, que se descubre en las muñecas. El manto es de color verde mar, que cubre la cabeza y descubre todo el rostro y parte del cuello: va tendiéndose airoso hasta los pies, hace pliegues en algunas partes, y se recejé mucho sobre el brazo izquierdo entre el brazo y el cuerpo. Está todo perfilado con una cinta de oro algo ancha, que sirve de guarnición. Está sembrado todo el campo que se descubre de cuarenta y seis estrellas de oro, salpicadas con proporción. Tiene la cabeza devotamente inclinada a la mano derecha, con una corona real, que asienta sobre el manto con puntas de oro.

 



   «A los pies tiene una media luna con las puntas hacia lo alto, y en medio recibe el cuerpo de la Imagen, la cual está toda como en nicho, en medio de un sol que forma por lo lejos resplandores de color amarillo y naranjado, y por lo cerca, como que nacen de las espaldas de la Imagen, ciento veinte y nueve rayos de oro, repartidos de modo que están sesenta y dos por el lado derecho y sesenta y siete por el izquierdo. Lo restante del lienzo, asi en longitud como en latitud, está pintado como en celajes de nubes algo claras, que la rodean toda, y la forman nicho. Toda esta pintura está fundada sobre un ángel, que sirve de planta a fábrica tan divina. Se descubre de la cintura para arriba, y el resto se oculta entre nubes. Tiene túnica colorada con un botón de oro que le abrocha, y muestra en el cuello, junto al rostro, túnica interior blanca: tiene las alas tendidas y de diversos colores: los brazos abiertos: con la mano derecha coge la punta del manto, y con la izquierda la de la túnica, que por ambos lados caen por encima de la luna. El rostro del ángel es de niño hermoso; la acción es viva, y como de quien carga con gusto y veneración la Santa imagen.»

 




   Respecto a sus milagros asombrosos, aunque podríamos referirlos a millares, y apoyados en los testimonios más auténticos, ¿para qué hacerlo, después de haber referido la historia de la aparición? Basta decir que ha extendido su maternal amparo de la manera más irrefragable y decidida, no solo a la dichosísima ciudad de México, sino a la nación toda, como lo demuestran tantas copias de su imagen divina, esparcidas por toda la República, a quienes ha comunicado el don de los milagros, y entre otros mil testimonios, el que refiere el citado «Zodiaco Mariano,» acontecido en Guanajuato, de haber salido de la efigie Santísima perfectamente estampada en algunas de las piedras de sus ricas minas.

 

   Con razón, pues, la República entera la tiene jurada por su patrona con razón el Sumo Pontífice Benedicto XIV exclamó cuando supo el prodigio: Non fecit taliter omni nationi: no ha hecho cosa semejante con otra nación. Con esta razón este mismo Pontífice concedió oficio propio a la Virgen María de Guadalupe, hizo fiesta de precepto el 12 de Diciembre, y erigió en Colegiala, con abad hoy mitrado, y cabildo eclesiástico, el templo de tan portentos a imagen: con razón los demás Papas, y todos los Obispos dé la República se han empeñado a porfía en tributarle homenajes; y con razón, por último, los mexicanos la vemos como el puerto seguro donde hemos de desembarcar, cuando salgamos del océano proceloso de la vida, y pasemos a la eternidad.

 

 


 

VIDA DE MARÍA

Anunciación de la Santísima Virgen.

 

 

   Ha llegado por fin la plenitud de los tiempos. El hijo de Dios va a descender del trono de su gloria, para encarnar, por salvarnos, en el seno purísimo de María; pero antes envía a uno de los príncipes que asisten delante de su trono, al arcángel San Gabriel, que llegando a la Santa Casa de Nazaret, henchido de respeto, se prosterna delante de la Virgen María, la saluda llena de gracia, y le anuncia el misterio incomprensible; María, después de asegurada por el arcángel de que su virginidad permanecería intacta, contesta al mensajero celestial: Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundan verbum tuum : He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y descendiendo el Verbo Eterno del trono de la Augusta Trinidad, encarna, en medio del asombro de los moradores celestiales, en el seno purísimo de la Virgen sin mancha, elevando entonces a María a tan alta grandeza, que nunca podrá comprenderla ninguna inteligencia creada.

 

 


 

GRANDEZA DE MARÍA

María, rozagante y majestuosa Hortensia.

(Hydrangea hortensis.)

 

   Ya lleva en su vientre la Virgen Sacratísima al Unigénito del Padre; ya camina sin cesar acompañada de ángeles, que la adoran arrodillados, admirando reverentes la sin igual grandeza de la que se apellida esclava del Señor: admirémosla también nosotros, prosternados a sus pies benditos, y contemplemos, en la grandiosa flor de la hortensia, el más hermoso símbolo de la grandeza de María: no hace subir su talla a grande altura; pero es admirada entre las demás flores, por su exuberante follaje, y por el gran tamaño, de sus magníficos ramilletes: así María se llama la esclava del Señor; pero es admirada como Reina del cielo y de la tierra , por lo heroico de sus magníficas virtudes, que la hicieron sagrario digno de la Augustísima Trinidad: tal vez ninguna planta ostenta un brillo que iguale al de la hortensia; tal vez ninguna tiene flores más pomposas, ni más grandes, ni follaje tan bello y consistente; así como María no tiene, ni en el cielo, ni en la tierra, criatura alguna que se le asemeje en grandeza, porque ninguna pudo ni podrá imitar sus virtudes eminentes, porque ninguna fué tan amada del Rey del universo, porque ninguna otra es Madre de Dios.

 

 

 

ORACIÓN

 

 

   ¡Oh Santísima Madre de Dios! con qué efusión tan ardiente de amor y de respeto venimos hoy a tu augusta presencia, contemplando asombrados la excelsa grandeza a que fuiste elevada en tu sublime Anunciación, cuando el Divino Verbo encarnó en tus purísimas entrañas: a vista de nuestra pequeñez no nos atreveríamos a dirigirte nuestras preces; pero a tu alta majestad e infinita grandeza, reúnes la más dulce ternura y la más profunda humildad, y tú misma, por un exceso de tu bondad, nos llamas y nos convidas a que nos acojamos a ti, ofreciéndonos tu protección. ¡Oh! cuánto te lo agradecemos, Madre y Señora nuestra, y muy especialmente nosotros los dichosos mexicanos, a quienes de un modo tan particular ofreciste tu amparo, por medio de tu milagrosísima imagen de Guadalupe: sí todos los ángeles y Santos del cielo y los justos de la tierra nos dieran sus corazones para amarte, todavía no podríamos agradecer como merece tan señalado favor; pero ya que ni aun podemos, te ofrecemos entero nuestro ser, nuestros pensamientos, nuestros afectos, nuestros placeres y nuestras penas: recíbelas ¡oh Virgen amabilísima! y ampara la desgraciada México: dale la paz, consérvala católica: en ti confía Señora, pues las promesas del Tepeyac salieron de tu boca purísima, y nunca faltarán.

 

 

 

MEDITACIÓN

 

 

1—Hagamos el esfuerzo mayor que nos permitan nuestras débiles fuerzas para comprender siquiera una pequeñísima parte de los incalculables bienes que trajo al hombre el augusto misterio de la Encarnación: la anonadación del Verbo y la grandeza de María.

2—Hagamos otro nuevo esfuerzo para agradecerlo, no como se debe, porque esto es imposible, pero siquiera tanto como podamos; y para excitarnos, pensemos detenidamente, quién bajó del cielo, por quién bajó, y con qué fines lo hizo.

3—Hoy es el día del agradecimiento, porque es el día del recuerdo de los beneficios: meditemos en los sucesos maravillosos de la Aparición de María Santísima de Guadalupe, y en las tiernas promesas de protección que hizo a nosotros los dichosos mexicanos, y derritámonos en los más sinceros afectos de gratitud, por tantos y tan singulares favores, etc.

 

 


 

CANTO

 

 

   Modesta Virgen, de humildad tan rara,

Que la tierra y los cielos asombraste,

Y al mismo Dios con ella convidaste

A habitar en tu seno virginal.

 

   Por ella ¡oh Virgen! fuiste levantada

A tan excelsa y singular grandeza,

Que el arcángel doblega su cabeza,

Lleno de honor tus plantas por besar.

 

   Tú te llamaste del Señor la esclava;

Más «no tu amo seré, seré tu Hijo,»

El Dios Eterno con agrado dijo,

Y en tu seno purísimo encarnó;

 

   Mas no a tu hermano el hombre despreciaste

Al verte casi transformada en Diosa;

Por el contrario, siempre bondadosa,

Nos impartes materna protección.

 

   Nosotros ¡oh Señora! tu grandeza

Proclamamos con voces reverentes,

Y unimos nuestras súplicas fervientes

Á las dulces palabras de Gabriel.

 

   ¡Salve mil veces de la gracia llena!

¡Salve mil veces, celestial criatura!

¡Bendita del Señor, y la más pura!

¡Y más hermosa y Cándida mujer!

 

   ¡Salve mil veces del Eterno Madre!

Mas grandiosa que el Sol y las estrellas,

Y más linda que todas las doncellas,

Que el mundo con asombro contempló.

 

   Ya llevas dentro del virgíneo seno

Al Dios de las naciones deseado;

Ya el orbe tienes a tus pies postrado.

Ya como Reina el cielo te aclamó.

 



 

PRÁCTICA PARA MAÑANA

 

 

—Hacer con mucha devoción los actos de fe, esperanza y caridad.

 

 

 

MES DE MARÍA: LAS FLORES DE MAYO.

Por LUCIO MARMOLEJO (1868).