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sábado, 29 de febrero de 2020

SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA: EL GRANO DE TRIGO.





     Sí el grano de trigo, que cae en la tierra, no muriere, él solo quedará (Jn 12, 24).


    I. Para dos cosas usamos el grano de trigo: para el pan y para semilla. Aquí se trata del grano de trigo que es semilla, no como materia del pan, porque en este último caso no brota para que produzca fruto. Mas dice
muriere, no porque pierda la virtud seminativa, sino porque se muda en otra especie. Lo que tú siembras, no se vivifica, si antes no muere (I Cor 15, 36).


   El Verbo de Dios es semilla en el alma del hombre, por cuanto entra en ella por la voz sensible para producir fruto de buenas obras, como dice San Lucas: La simiente es la palabra de Dios (8, 11). Del mismo modo el Verbo de Dios, vestido de carne, es la semilla enviada al mundo, de la cual debía brotar abundantísima mies, por lo cual se compara al grano de mostaza (Mt 13, 31). Dice, pues: Yo he venido como la semilla, para fructificar, y por eso os digo en verdad: Sí el grano de trigo, que cae en la tierra, no muriere, él solo queda; esto es, si yo no muero, no se seguirá el fruto de la conversión de las gentes. Más se compara al grano de trigo, porque vino para restablecer y sustentar a las mentes humanas. Esto lo hace principalmente el pan de trigo, como dice la Escritura: El pan corrobore el corazón del hombre (Sal 103, 15). El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo (Jn 6, 52).




   II. Mas sí muriere, mucho fruto lleva (Jn 12, 24). Aquí se indica la utilidad de la Pasión, como diciendo: Si no cae en tierra por la humildad de la pasión, no se sigue ninguna utilidad, porque él solo queda. Pero si muriere, esto es, mortificado y matado por los judíos, mucho fruto lleva.

   1º) Fruto de remisión de pecado, como dice el Profeta Isaías: Éste es todo su fruto, que sea quitad su pecado (Is 27, 9). Este fruto lo trajo la pasión de Cristo, según aquello: Cristo una vez murió por nuestros pecados, el justo por los injustos, para ofrecernos a Dios (I Ped 3, 18).

   2º) El fruto de la conversión de los gentiles a Dios, como se lee en el cuarto Evangelio: Os he puesto para que vayáis, y llevéis fruto, y que permanezca vuestro fruto (Jn 15, 16). Ese fruto lo trajo la Pasión de Cristo: Si yo fuere alzado de la tierra, todo lo atraeré a mí mismo (Jn 12, 32).

   3º) El fruto de la gloria. Porque glorioso es el fruto de los buenos trabajos (Sab III, 15). Este fruto también lo trajo la Pasión de Cristo: Teniendo confianza de entrar en el santuario por la sangre de Cristo, por un camino nuevo y de vida, que nos consagró el primero por el velo, esto es, por su carne. (Hebr 10, 19-20).


(In Joan XII)




MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


viernes, 28 de febrero de 2020

VIERNES DESPUÉS DE CENIZA: LA CORONA DE ESPINAS.




    Salid, y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con la corona, con que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón (Cant 3, 11).


   Es la voz de la Iglesia, que invita a las almas de los fieles a contemplar cuán admirable y precioso es su esposo. Porque las hijas de Sión son las mismas que las hijas de Jerusalén, las almas santas, ciudadanos de aquella suprema ciudad, las cuales disfrutan de paz perpetua en compañía de los Ángeles, y por consiguiente, contemplan la gloria del Señor.


    I. Salid, esto es, salid de la vida turbulenta de este siglo, para que podáis contemplar con la mente expedita al que amáis. Y ved al rey Salomón, es decir, al verdadero Cristo pacífico. Con la corona con que le coronó su madre; como si dijese: considerad a Cristo revestido de la carne por nosotros, carne que tomó de la carne de la Virgen, su Madre. Pues llama corona a la carne, que Cristo tomó por nosotros, en la que, habiendo muerto, destruyó el imperio de la muerte; y en la que, resucitando, nos dio la esperanza de resucitar.

   De esta corona dice el Apóstol: Lo vemos (a Jesús) por la pasión de la muerte coronado de gloria y de honra (Hebr 2, 9). Se dice que lo coronó su madre, porque la Virgen María le dio de su carne la substancia de la carne.


   En el día de su desposorio, esto es, en el tiempo de su Encarnación, cuando unió a sí a la Iglesia, que no tiene mancha o arruga, o cuando Dios se unió al hombre. Y en el día de la alegría de su corazón. Pues la alegría y el gozo de Cristo es salud y redención del género humano. Y viniendo a casa, llama a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja, que se había perdido (Luc 15, 6).


    II. Conforme a la letra, puede también referirse sencillamente todo esto a la Pasión de Cristo. Porque previendo Salomón, en espíritu, la Pasión de Cristo mucho tiempo antes, aconsejaba a las hijas de Sión, esto es, al pueblo de Israel: Salid y ved al rey Salomón, es decir, a Cristo, con la corona, o sea, con la corona de espinas con que le coronó su madre, la Sinagoga, en el día de su desposorio, cuando unió a sí la Iglesia, y en el día de la alegría de su corazón, en el cual se regocijaba de redimir de la potestad del diablo al mundo, por medio de su pasión.


   Salid, pues, y salid de las tinieblas de la infidelidad y ved, esto es, entended mentalmente que aquél que padece como hombre es verdadero Dios. O también, salid fuera de la puerta de vuestra ciudad, para que lo veáis crucificado en el monte Gólgota.


(In. Cant., III).



MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


jueves, 27 de febrero de 2020

¿QUE ES LA CONFESIÓN?





POR MONSEÑOR DE SEGUR.


   Confesar equivale a descubrir. La Confesión es el descubrimiento que debemos hacer de nuestros pecados a un sacerdote, para obtener el perdón de Dios. Confesarse es ir a encontrar a un sacerdote, a un ministro de Jesucristo y descubrirle con sencillez y arrepentimiento todas las faltas que se ha tenido la desgracia de cometer.


   Los que no se confiesan se forman de la confesión las ideas más extravagantes y ridículas. Una señora protestante que frecuentemente tomaba consejos de Monseñor de Cheverus, obispo de Boston, le decía que la Confesión le parecía muy absurda. «No tanto como os parece, le dijo sonriendo el buen obispo; sin que lo dudéis, vos sentís su valor y su necesidad; porque hace tiempo que os confesáis conmigo sin saberlo. La Confesión no es otra cosa que el confiarme las penas de conciencia que queréis exponerme para descargarla.» Aquella señora no tardó mucho en confesarse formalmente y en hacerse católica.


   Por lo demás nada hay más natural que la Confesión. Voltaire, autoridad nada sospechosa, por cierto, así lo confesaba en uno de sus momentos lúcidos: «Quizás no hay, escribía, institución más útil; la mayor parte de los hombres, cuando han caído en grandes faltas, sienten por natural consecuencia el aguijón del remordimiento; y solo encuentran consuelo sobre la tierra, pudiéndose reconciliar con Dios y consigo mismos.»


   Así pues, cuando nos confesamos descargamos nuestra conciencia de los pecados que la deshonran, y vamos a buscar en el Sacramento de la Penitencia la paz del corazón y la gozosa tranquilidad del alma.

miércoles, 26 de febrero de 2020

JUEVES DESPUÉS DE CENIZA: EL AYUNO.








     I. Se ayuna principalmente para tres fines:



      1º) Para reprimir las concupiscencias de la carne. Razón por la cual dice el Apóstol: En ayunos, en pureza (II Cor 6, 5), porque por los ayunos se conserva la castidad. Pues, como dice San Jerónimo: Sin Ceres y Baco fría está Venus, esto es, por la abstinencia en el comer y beber se calma la lujuria”. (Contra Jovin, lib. II, cap. 6.).



   2º) Se ayuna para que el espíritu se eleve con más libertad a la contemplación de las cosas sublimes. Por eso se lee en Daniel que después de un ayuno de tres semanas recibió de Dios la revelación (10, 2 y sgtes) …



    3º) Para satisfacer por los pecados. Por eso se dice en Joel: Convertíos a mí de todo vuestro corazón, con ayuno, y con llanto, y con gemidos (2, 12). Y esto es lo que dice San Agustín: “El ayuno purifica al alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nubes de la concupiscencia, extingue los ardores de la liviandad y enciende la luz verdadera de la castidad”. (De oratione et jejunio, Serm. 230 De temp.).



   II. El ayuno cae bajo precepto. Pues el ayuno es útil para borrar y contener la culpa, y para elevar la mente a las cosas espirituales; y como cada cual está obligado por razón natural a usar tanto de los ayunos cuanto le sea necesario para los fines indicados; por eso el ayuno en general., cae bajo el precepto de la ley natural, pero la determinación del tiempo y modo de ayunar según la conveniencia y utilidad del pueblo cristiano cae bajo precepto del derecho positivo, el cual ha sido instituido por los prelados de la Iglesia: éste es el ayuno de la Iglesia; mas el otro es el ayuno natural.



  III. Convenientemente se determinan los tiempos del ayuno de la Iglesia. El ayuno se ordena a dos cosas: a borrar el pecado y a elevar el espíritu a las cosas sobrenaturales. Por eso debieron prescribirse los ayunos, especialmente en aquellos tiempos en que convenía que los hombres se purificaran del pecado y se elevase la mente de los fieles a Dios, por la devoción.

   Ambas cosas urgen principalmente antes de la solemnidad pascual, en la que se perdonan las culpas por el bautismo, que se celebra solemnemente en la vigilia de Pascua, cuando se recuerda la sepultura del Señor, pues por el bautismo somos sepultados con Cristo en muerte (como dice el Apóstol, Rom 6, 4). También en la fiesta de Pascua conviene especialmente elevar el espíritu por la devoción a la gloria de la eternidad, que Cristo inauguró resucitando. Por eso estableció la Iglesia que debía ayunarse inmediatamente antes de la solemnidad pascual, y por la misma razón en las vigilias de las fiestas principales, en las que conviene que nos preparemos a celebrar devotamente las fiestas futuras.




(2ª 2ªe, q. CXLVII, a. 1, 3 y 5)




MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino


MIÉRCOLES DE CENIZA




     El Miércoles de Ceniza, desde el punto de vista litúrgico, es uno de los días más importante del año. En primer lugar, este día inaugura el tiempo litúrgico de la Cuaresma, que formalmente comienza con su Primer Domingo, y se comprime en solo treinta y seis días. La adición del Miércoles y de los tres días siguientes elevan el número a cuarenta, que es el número de días que ayuno Nuestro Señor en el desierto.


   En la Antigua Ley las cenizas generalmente eran una expresión simbólica de pena, luto, o arrepentimiento. En la primitiva Iglesia el uso de cenizas tenía un significado parecido, y con el uso de un manto rustico formaban parte de la penitencia pública. La bendición de las cenizas es uno de los grandes ritos litúrgicos del año. Originalmente fue instituido para los penitentes públicos, pero ahora es para todos los cristianos, pues la Cuaresma debería ser un periodo de penitencia para todos. Las cenizas que se usan en este día se obtienen de la quema de los ramos de olivo y las palmas del año anterior. Ellas son bendecidas mediante cuatro antiguas plegarias, asperjadas con agua bendita e incensadas, luego de lo cual se aplican en forma de cruz sobre la frente de los fieles, diciendo estas palabras: “Acuérdate, hombre, de que eres polvo, y en polvo te has de convertir”.  



   Las antiguas oraciones de la bendición nos sugieren pensamientos alusivos al comienzo de la Cuaresma los resumimos así: “Dios eterno y todopoderoso, perdona a los penitentes… bendiga y santifica estas cenizas, para que sean remedio saludable… Oh Dios, que no quieres la muerte, sino la penitencia de los pecadores… estas cenizas que vamos a recibir en nuestras cabezas… reconociendo que somos polvo y polvo debemos convertirnos, obtengamos de tu misericordia el perdón de nuestros pecados y el galardón prometido a los que hacen verdadera penitencia”.


Misal Diario
Católico Apostólico Romano.

martes, 25 de febrero de 2020

MIÉRCOLES DE CENIZA: LA MUERTE.




   Por un hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado, la muerte (Rom 5, 12)




1º) Si alguno, por su culpa, es privado de algún beneficio que se le ha dado, la carencia de aquel beneficio es la pena de aquella culpa. Al hombre, en su primer estado, le fue concedido por Dios este beneficio: que, mientras su espíritu estuviera sometido a Dios, se sometiesen las fuerzas inferiores del alma a la mente racional, y el cuerpo al alma. Mas, puesto que la mente del hombre se apartó por el pecado de la sujeción a Dios, se siguió que tampoco las fuerzas inferiores se sometiesen totalmente a la razón; de donde resultó tanta rebelión del apetito carnal contra la razón, que ni tampoco el cuerpo estuviese enteramente sujeto al alma. Y de aquí provienen muerte y otros defectos corporales; porque la vida y la integridad del cuerpo consisten en que éste se someta al alma, como lo perfectible a su perfección. De donde, por el contrario, la muerte y la enfermedad y cualquier defecto corporal pertenecen al defecto de sujeción del cuerpo al alma. Por lo tanto, es evidente que, así como la rebelión apetito carnal contra el espíritu es pena del pecado de los primeros padres, así también la muerte y todos los defectos corporales.



2º) El alma racional es de sí inmortal, por eso la muerte no es natural al hombre por parte de su alma, sino al cuerpo que está compuesto de elementos contrarios, de donde resulta necesariamente la corruptibilidad; y en cuanto a esto, la muerte es natural al hombre. Mas Dios, que es el creador del hombre, es omnipotente, por lo cual, por un efecto de su bondad, eximió al primer hombre de la necesidad de la muerte, que es consiguiente a tal materia; cuyo beneficio, sin embargo, le ha sido substraído por el pecado de los primeros padres. Y así, la muerte es natural por la condición de la materia, y es penal por la pérdida del beneficio divino, que preserva de la muerte.



(2ª 2ªe, q. CLXIV, a. 1 et ad 1)




3º) La culpa original y la actual es removida por Cristo, esto es, por el mismo por quien se quitan también defectos corporales, conforme a aquello del Apóstol: Vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu, que mora en vosotros (Rom 8, 11). Pero ambas cosas tienen lugar en tiempo oportuno, según el orden de la divina sabiduría, porque conviene que a la inmortalidad e impasibilidad de la gloria que fue incoada en Cristo y adquirida para nosotros por Cristo, lleguemos después de haber sido conformados primeramente con sus sufrimientos. Por consiguiente, es necesario que su pasibilidad permanezca temporalmente en nosotros para que merezcamos la impasibilidad de la gloria de una manera conforme a Cristo.



(1ª 2ª, q. LXXXV, a. 5, ad 2)



MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino

jueves, 13 de febrero de 2020

RESPETO HUMANO: HAY GLORIA Y VALOR EN VENCER EL RESPETO HUMANO




No me avergüenzo del Evangelio, dice el gran apóstol San Pablo (Rom. 1, 16).


A mí, dice en otra parte, me es indiferente ser juzgado por vosotros o por cualquier otro hombre: (1. Cor. 4, 3).


Hay una gran gloria en seguir al Señor, dice el Eclesiástico: Él es quien prolonga nuestros días.



Porque no han renegado de Jesucristo, dice S. Agustín, pasan de este mundo al Padre celestial; confesándole, merecen la corona de vida, y la poseen para siempre.



¿Qué acto tan grande hizo el buen ladrón, dice S. Crisóstomo, para ir inmediatamente de la cruz al Cielo? ¿Queréis que os explique su virtud en dos palabras? Mientras Pedro negaba a Jesucristo, no lejos de la cruz, el buen ladrón le confesaba entonces públicamente en la cruz... (De Cruce et Latr., homil.)



La fuerza, la gracia, la salvación y la gloria están en el desprecio del respeto humano...

Jamás el cristiano valeroso se abandona de Dios ni de su religión... Si la Magdalena, el publicano, el pródigo y el buen ladrón hubiesen oído la voz del respeto humano, no habrían abandonado el camino de la perdición.



Si sufrimos con Jesucristo, reinaremos también con él, dice S. Pablo: Si a él renunciamos, renunciará él también a nosotros: (II. Tim. 2, 12).



Se han avergonzado de lo que no debían, dice el Salmista; Dios los dispersará. Porque se levantan contra él, caerán en la confusión, pues el Señor los ha despreciado (52: 6-7). He aquí un triple castigo para los que se dejan guiar por el respeto humano para agradar al mundo;

1—el quebrantamiento de los huesos, es decir, la pérdida de la vida, de la dicha, de la paz y de la salvación...;

2 —la confusión, la ignominia y la pérdida de la gloria...;

3 —el desprecio de Dios y la reprobación.


FIN



“TESOROS”
De Cornelio Á. Lápide. — 1882.