Vistas de página en total

domingo, 5 de junio de 2022

Lunes después de Pentecostés: CÓMO NOS MUEVE EL ESPÍRITU SANTO HACIA DIOS.


   I. Cosa muy propia de la amistad es, sin duda, conversar con el amigo. Ahora bien, la conversación del hombre con Dios tiene lugar por medio de la contemplación, como decía el Apóstol: Nuestra conversación está en los cielos. Si, pues, el Espíritu Santo nos hace amadores de Dios, síguese que a él también debemos el llegar a ser contempladores de Dios, como leemos en la segunda carta a los Corintios, 3, 18: Así todos nosotros, registrando a cara descubierta la gloria del Señor, somos transformados de claridad en claridad en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Cor 3, 18).

 

 

   II. Es también propio de la amistad sentirse feliz en presencia del amigo, alegrarse de sus dichos y hechos, y encontrar en él consuelo en todas las aflicciones; por eso en las tristezas buscamos principalmente el consuelo en los amigos. Y como quiera que el Espíritu Santo nos constituye amigos de Dios, y hace que él habite en nosotros y nosotros en él, síguese que recibamos de Dios, por el Espíritu Santo, gozo y consuelo contra todas las adversidades y pruebas del mundo. Por eso el Espíritu Santo es llamado por el Señor Paráclito, esto es, Consolador.

 

 

   III. Igualmente es propio de la amistad consentir en los deseos del amigo; más la voluntad de Dios se nos manifiesta por medio de sus preceptos; corresponde, por tanto, al amor con que amamos a Dios cumplir sus mandatos. Y como el Espíritu Santo es quien nos hace amar a Dios, por él también en cierto modo somos movidos a cumplir los preceptos de Dios.

 

 

   IV. Notemos, sin embargo, que los hijos de Dios son movidos por el Espíritu Santo, no como siervos, sino como libres. Porque siendo libre el que es causa de sí mismo, ejecutamos libremente lo que hacemos por nosotros mismos, esto es, lo que hacemos voluntariamente; y lo que hacemos contra nuestra voluntad no lo hacemos libremente sino servilmente. Mas el Espíritu Santo nos inclina a obrar de tal modo, que lo hacemos libremente, por lo mismo que nos hace amar a Dios. Así, pues, los hijos de Dios son movidos libremente por el Espíritu Santo a obrar por amor y no servilmente por el temor. Por eso dice el Apóstol: No habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez con temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción de hijos (Rom 8, 15).

 

(Contra Gentiles, lib. 4, cap. 22)

 

  

MEDITACIONES

Santo Tomás de Aquino

 

Domingo de Pentecostés: EL DON DE DIOS ALTÍSIMO.


 

   I. Compete a una persona divina ser don y darse. Pues lo que se dona tiene aptitud y habitud, ya respecto de aquél por quien se da, ya de aquél a quien se da; toda vez que no sería dado por alguno si no fuera de él y además se da a uno para que sea de éste. Ahora bien, una persona divina se dice ser de alguien, o por razón de origen, como el Hijo es del Padre, o porque alguno la tiene. Tener decimos al disponer libremente y usar o disfrutar de algo a nuestro arbitrio. De este modo sólo la criatura racional unida a Dios puede tener una persona divina; las demás criaturas pueden ser movidas por una persona divina mas no hay en ellas aptitud para gozar de su posesión y usar de su efecto. La criatura racional llega alguna vez a ello, como cuando participa del Verbo divino y del Amor procedente, y hasta poder libremente conocer de verdad a Dios y amarlo como se debe.

 

   Luego, sola la criatura racional puede poseer a una persona divina. Pero no puede llegar a poseerla de este modo por su propia virtud. Luego es necesario que esto le sea dado de lo alto. Pues se dice que se nos da lo que poseemos de afuera. En este sentido compete a una persona divina darse y ser don.

 

(l par., q. XXXVIII, a. 1)

 

 

   II. El Espíritu Santo es un don de Dios. Pues como el Espíritu Santo procede por el modo de amor con que Dios se ama a sí mismo, y como Dios por el mismo amor se ama a sí mismo, y a las otras criaturas a causa de su misma bondad, es evidente que el amor con que Dios nos ama corresponde al Espíritu Santo, como también el amor con que amamos a Dios, dado que nos hace amadores de Dios.

 

   En cuanto a ambos amores conviene al Espíritu Santo el ser dado.

 

    Por razón del amor con que Dios nos ama, de la misma manera que decimos de alguien que da su amor a otro cuando empieza a amarle. Aunque Dios no comienza a amar a nadie en el tiempo si tenemos en cuenta su divina voluntad con la cual nos ama, sin embargo, el efecto de su amor se produce en alguno en el tiempo, cuando lo atrae a sí.

   Por razón del amor con que nosotros amamos a Dios, pues este amor el Espíritu Santo lo obra en nosotros; de donde se sigue que por lo que a este amor se refiere él habita en nosotros y nosotros lo tenemos a él como a alguien de cuya riqueza gozamos.

 

   Y puesto que proviene al Espíritu Santo del Padre y del Hijo el que por el amor que obra en nosotros esté en nosotros y sea poseído por nosotros, dícese con razón que nos es dado por el Padre y por el Hijo. Dícese también que él mismo se nos da a nosotros en cuanto que el amor por el cual habita en nosotros él lo obra en nosotros juntamente con el Padre y el hijo.

 

(Contra Gent., IV, XXIII).

 

 

   III. El nombre propio del Espíritu Santo es don. Entiéndase por don aquello que se da para no ser devuelto, es decir, lo que no se da con idea de retribución. De aquí que envuelve la idea de donación gratuita, cuya razón de ser es el amor. Pues cuando damos algo gratuitamente a otro es porque le desearnos algún bien. Luego, lo primero que le damos es el amor con que le deseamos algún bien. De donde se sigue que el amor tiene carácter de primer don, por el cual son dados todos los dones gratuitos. Si, pues, el Espíritu Santo procede como amor, síguese que procede como primer don. Por consiguiente, por este don que es el Espíritu Santo los miembros de Cristo reciben muchos otros dones.

 

(1ª q. XXXVIII, c. II)

 

 

MEDITACIONES

Santo Tomás de Aquino