María es llamada muy
justamente Reina del Clero y Madre del Sacerdocio. Estos títulos le convienen muy verdaderamente, y en el
sentido de la teología más rigurosa.
No sólo Ella nos ha dado a Aquel que es de
hecho el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, sino que además Ella nos lo ha
dado en su misma
condición de Sacerdote. Dios la llamó
a colaborar en la ordenación sacerdotal de Jesucristo, de la cual dependen y
participan todas las demás ordenaciones en la Iglesia, hasta el fin de los
siglos.
Por eso, en virtud de su ordenación
sacerdotal, todo sacerdote contrae con la Santísima Virgen toda una serie de
vínculos, que hacen que su sacerdocio, como el Sacerdocio católico en general,
sea esencialmente
mariano, y ello por cuatro motivos
principales:
• primero, porque el
Corazón de María es el templo donde se realiza toda ordenación sacerdotal;
• segundo, porque la
Santísima Virgen colabora en toda ordenación sacerdotal;
• tercero, porque a la
Santísima Virgen le compete formar a los candidatos al sacerdocio;
• y cuarto, porque a la
Santísima Virgen le compete hacerlo víctima de su propio sacerdocio.
Para comprender convenientemente estos
puntos, hay que recordar previamente que Nuestro Señor Jesucristo es
constituido sacerdote por la Encarnación, y sólo por ella; es decir, que el
sacerdocio no le compete en cuanto Dios, sino sólo en
cuanto hombre, gracias a la naturaleza humana que recibió de María
Santísima. Por esta naturaleza humana, Jesucristo pasa a ser de nuestra raza, y
queda establecido como Mediador perfecto y único entre Dios y los hombres. Pues
bien, de esta verdad se siguen las siguientes consecuencias:
1º La Santísima Virgen fue el Templo de
la ordenación sacerdotal de Cristo.
En efecto, la ordenación sacerdotal de
Nuestro Señor Jesucristo se celebró en el purísimo seno de la Virgen María.
Para esta ordenación divina se requería un templo santo, cuyo esplendor no
quedase empañado por ninguna sombra. María fue el santuario virginal, amorosamente preparado por el Espíritu Santo, donde
se celebró el rito inefable de la consagración de Jesús como Sumo Pontífice. Y como
el sacerdocio católico no es sino una participación del sacerdocio de Cristo,
forzoso es decir que también él encuentra su origen en el Corazón de la Madre
de Dios.
Así, pues, mientras el
sacerdote es ordenado en el templo material donde el obispo lo consagra, se
halla también en el interior de otro templo, espiritual esta vez, que es el
mismísimo seno de la Santísima Virgen; templo que supera al primero en hermosura,
en tesoros de gracia, en amplitud, en recogimiento, en adoración, en alabanza
de Dios.
2º La Santísima Virgen colaboró en la
ordenación sacerdotal de Cristo.
En efecto, María no fue un templo inerte,
como un copón de metal precioso, o como una iglesia edificada con piedras
materiales; Ella fue un santuario vivo, que cooperó libremente a esta sublime ceremonia. Dios quiso que María concurriese por su caridad a dar
el Mediador al mundo. Al recibir la embajada del Ángel, Ella vio, en una luz
profética, por medio de qué sacerdocio debía ser redimida la humanidad
culpable; vio la perpetuidad de ese sacrificio en la Eucaristía hasta el fin de
los tiempos; vislumbró toda la secuencia de sacerdotes de la Nueva Alianza cuyo
sacerdocio debería encontrar su fuente en el sacerdocio principal de su Hijo.
Todo eso dependía entonces de su dócil y
amorosa aceptación; todo eso lo quiso María al asociarse a los designios de
Dios. La ordenación de Cristo sólo se realizó cuando María hubo dado su consentimiento;
sólo después de pronunciar Ella su «fiat», la unción
divina se derramó sobre la naturaleza humana creada en ese mismo instante por
el Espíritu Santo para unirla hipostáticamente a la persona del Hijo único del
Padre.
De este modo, por un nuevo título, el
Sacerdocio de Cristo depende de Ella; y por consiguiente, también el sacerdocio
católico, que se deriva totalmente del Sacerdocio de Cristo, encuentra su
origen en el «fiat» de la Madre de Dios.
Así pues, Ella, la
Mediadora de todas las gracias, se reserva para sí la gracia selecta de las
vocaciones sacerdotales; Ella es la que elige cuidadosamente a los candidatos
sobre los que ha de recaer el privilegio de ser los sacerdotes de su Hijo; de
su consentimiento depende que lleguen a la ordenación quienes son revestidos
del sacerdocio. ¡Qué motivo para ellos de profundo agradecimiento a la Madre de
Dios! ¡Qué confianza en el amor de preferencia que la Santísima Virgen tiene
hacia ellos!
3º La Santísima Virgen preparó el
Sujeto de la ordenación, Cristo Jesús.
No quedan ahí las cosas,
sino que además la Santísima Virgen aportó el sujeto de la ordenación.
Ya que de Ella tomó el Verbo esta humanidad en la cual se derramó, para
impregnarla sustancialmente, el óleo de la divinidad. El Dios hecho hombre es
Sacerdote según la carne, y esta carne santísima la recibió El de la Virgen
María.
Otras madres pueden alegrarse de haber dado
sacerdotes a la Iglesia, pero estos hijos no los han engendrado como sacerdotes;
el carácter sacerdotal sobrevino después, de manera adventicia, a la naturaleza
que recibieron de sus madres. Al contrario, la Virgen María no es la Madre de
un Hijo que luego fue hecho sacerdote, independientemente de Ella, después de
su nacimiento; sino que Ella engendró a Jesús en su condición misma de Sacerdote.
Gracias a María, el hombre nacido de ella recibió, por su unión a la divinidad,
poderes extraordinarios, exclusivos de Dios: el poder de perdonar los pecados,
el poder de enseñar las verdades sobrenaturales recibidas del Padre, el poder
de redimir y santificar a las almas.
Lo mismo que la Santísima
Virgen hizo con Nuestro Señor, lo hace con todos los sacerdotes de su Hijo.
Después de haber elegido cuidadosamente a los candidatos en los que Jesús debe
ser configurado mediante el carácter sacerdotal, ella los engendra a este
sacerdocio; Ella los reviste, por así decir, de los poderes divinos exclusivos
de su Hijo; Ella los forma, los adiestra, los acompaña en su actividad sacerdotal.
Siempre encontrará el sacerdote junto a él a esta su Madre querida, siendo su
Asociada siempre fiel en la obra de la redención de las almas, como lo había
sido ya con su Hijo Jesús.
4º La Santísima Virgen preparó la
Víctima de la ordenación.
Finalmente, debe decirse que María no sólo
formó al sujeto de
la divina ordenación, sino también a la víctima de
ese sacerdocio. En efecto, para ser víctima hay que tener algo que ofrecer, que
sacrificar, que inmolar. Jesucristo recibió de María ese algo que ofrecer, a
saber, su misma naturaleza humana, su cuerpo y su sangre, capaz de sufrir y de
morir, capaz por lo tanto de ser destruida e inmolada en honor de Dios, para
adorar la divina Majestad, expiar los pecados, agradecer los bienes divinos e
impetrar las gracias de Dios. Esta era la única Hostia capaz de aplacar a la
justicia divina. Y por eso Jesucristo comenzó su sacrificio, es decir, comenzó
a ser víctima, en el seno de María.
De este modo, la Santísima Virgen no sólo
fue el templo
de la ordenación sacerdotal de Cristo, sino también el altar donde ese mismo Cristo empezó a
inmolarse: «Al
entrar en el mundo, Cristo dice: Sacrificios y
ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y
sacrificios por el pecado no te agradaron; entonces dije: Heme aquí presente. En el comienzo del libro está escrito
de mí; quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Heb. 10 5-8).
Esta misma hostia, proporcionada por
la Virgen, es la que se ofreció en el Cenáculo y en la Cruz, en la acción
suprema de la inmolación, y cuya oblación se renueva cada día en nuestros
altares por el ministerio de los sacerdotes. Por eso los Santos Padres aclaman
a María como «el
tallo glorioso de que brotó nuestra Eucaristía».
También por eso la Iglesia nos hace
cantar que la hostia eucarística nos ha sido dada por María: «Ave verum corpus natum de Maria
Virgine: Salve, cuerpo verdadero,
nacido de la Virgen María».
Por idénticas razones, le corresponde
a la Santísima Virgen formar y adiestrar a los sacerdotes católicos a su
victimado, a la inmolación de su propio sacerdocio, a esa ciencia tan sublime
de la Cruz: lo
que Ella fue para Jesús, lo sigue siendo para el sacerdote de Jesús.
Conclusión.
Se ve entonces qué lazos estrechos vinculan
al sacerdote con María. Ya que Ella fue el santuario donde se celebró la
ordenación del gran Pontífice, fuente de todo sacerdocio; ya que Dios hizo
depender de su consentimiento este sacrificio inefable; ya que, en fin, Ella
proporcionó el sujeto de la ordenación y la hostia santa del sacrificio, hay
que decir que el
sacerdocio católico es esencialmente dependiente de María; que
encuentra sus orígenes en María; y que, por consiguiente, Ella es llamada
merecidamente Madre del Sacerdocio y
Reina del Clero.
Por eso mismo, todo sacerdote católico, para
conformarse al plan divino y hacer fecundo para las almas el poder que ha recibido,
debe recurrir a María Santísima, y hacer depender de Ella su sacerdocio. Si
quiere ser fiel a la gracia de su vocación, la devoción a la Santísima Virgen
no ha de ser para él tan sólo un episodio en la obra de su santificación, sino
que ha de ser la forma misma de su vida espiritual. De esta misma devoción a
María debe esperar, de parte de la Santísima Virgen, dos importantísimas
gracias:
1º La primera es la gracia de morar
siempre en ese templo interior que es el Corazón de María. Ahí fue ordenado sacerdote; esa es y debe seguir siendo
su atmósfera propia. En el interior de María ha de aprender a recogerse,
refugiarse y perderse, para llegar a ser un auténtico sacerdote.
2º
La segunda es la gracia de seguir beneficiándose de los cuidados maternos
de María, para que Ella, con su colaboración
efectiva, prosiga en su alma la obra de formación sacerdotal. A Ella debe
acudir para pedir al Señor las disposiciones interiores, verdaderamente
sacerdotales, que lo hagan asemejarse cada vez más a Jesucristo Sacerdote.
Rueguen instantemente las almas
piadosas a la Madre del Sacerdocio, para que derrame abundantemente las gracias
de vocación sobre las nuevas generaciones; para que Ella suscite sacerdotes
fervorosos, firmes en la doctrina de la fe, devorados por el celo de la
caridad, dispuestos a ofrecerse cada día en holocausto en unión con Cristo,
víctima eucarística; y para que en cada joven clérigo Ella prepare con cuidado
materno el sujeto de la ordenación, como lo hizo con Jesucristo.
Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentor
Moreno, Pcia. de Buenos Aires.
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