I. Se llama propiamente
sacrificio una cosa hecha en honor de Dios con el fin de aplacarlo, y de ahí viene lo que dice San
Agustín: “El
verdadero sacrificio es toda obra que se hace para unirnos a Dios en santa hermandad,
esto es, referida a aquel fin del bien con el que podemos ser verdaderamente
bienaventurados”
(De
Civit. Dei, lib. X, cap. 6.).
Pero Cristo
se ofreció a sí mismo por nosotros en la Pasión; y el hecho mismo de haber
sufrido voluntariamente la Pasión fue en gran manera acepto a Dios,
como proveniente de máxima caridad. Por lo cual es evidente que la Pasión de
Cristo fue un verdadero sacrificio.
Como el mismo añade después: “Múltiples y diversos
signos de este verdadero sacrificio fueron los antiguos sacrificios de los
santos, siendo figurado éste solo por muchos, como cuando con muchas palabras
se designa una cosa para recomendarla mucho sin fastidio” (De Civit.
Dei, X, 20).
“A fin de que, como en todo
sacrificio se consideran cuatro cosas,
agrega San Agustín (De Trinit., lib. IV, cap. 14), a saber: a quién se ofrece, quién
lo ofrece, qué se ofrece, y por quiénes se ofrece, el uno, mismo y verdadero
mediador, reconciliándonos con Dios por el sacrificio de paz, permaneciese
siendo uno con aquél a quien ofrecía, se hiciese uno en sí con aquéllos por
quienes se ofrecía, y fuese uno mismo el que ofrecía y lo que ofrecía.”
II. En los sacrificios de la ley antigua, que
eran figuras de Cristo, nunca se ofrecía carne humana, pero de ahí no se sigue
que la Pasión de Cristo no haya sido un sacrificio. Pues aun cuando la verdad corresponde
a la figura con relación a algo, pero no con relación a todo, es preciso, pues,
que la verdad exceda a la figura. Y por eso, convenientemente, la figura de
éste sacrificio, por el que se ofrece por nosotros la sangre de Cristo, fue la
carne, no de los hombres, sino de otros animales que significan la carne de
Cristo, la cual es el sacrificio perfectísimo.
1º) Porque, siendo carne de la naturaleza humana,
es ofrecida convenientemente por los hombres, y tomada por ellos bajo la forma
de sacramento.
2º)
Porque, siendo pasible y
mortal, era apta para la inmolación.
3º)
Porque, estando sin
pecado, era eficaz para purificar los pecados.
4º) Porque, siendo la carne del mismo oferente, era grata a Dios a causa de
la inefable caridad del que ofrecía su carne.
Por eso dice San Agustín (De Trinit., loc. cit): “¿Qué cosa sería tomada tan convenientemente
de los hombres, para ofrecer por ellos, como la carne humana; y qué cosa tan
apta para esta inmolación como la carne mortal? ¿Qué cosa más pura, para
purificar los vicios de los mortales, que la carne nacida en el seno y del seno
de una virgen sin el contagio de la concupiscencia carnal? ¿Y qué podría ofrecerse
y recibirse tan gratamente, como la carne de nuestro sacrificio, convertida en
cuerpo de nuestro sacerdote?”.
(3ª, q. XLVIII, 3)
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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