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miércoles, 25 de agosto de 2021

MARTIROLOGIO: DÍA 25 DE AGOSTO.


 



—San Luis, confesor, rey de Francia, en París; célebre por la santidad de su vida y por sus milagros.

 

—Los Santos mártires Eusebio, Ponciano, Vicente y Peregrino en Roma; los cuales en el imperio de Cómodo fueron primero colgados en el potro y descoyuntados; después apaleados y quemados por los costados: mas permaneciendo fiel y constantemente en alabar a Jesucristo, por último, los azotaron con cuerdas emplomadas hasta que dieron el alma a Dios.

 

—San Ginés, mártir, también en Roma; el cual, siendo gentil y cómico, como en el teatro en presencia del emperador Diocleciano hiciese burla de los misterios de los cristianos, inspirado de Dios se convirtió de repente a la fe, y fue bautizado, por lo cual después el Emperador mandó que lo apaleasen cruelísimamente, y lo colgasen en el potro, y lo despedazasen con uñas de hierro, y lo quemasen con hachas encendidas. Mas él perseverando constante en la fe de Jesucristo, decía: “No hay rey sino Jesucristo, y aunque mil veces me matéis, no me lo podréis quitar de la lengua, ni me lo apartaréis del corazón”. Finalmente lo degollaron, y de esta suerte alcanzó la palma del martirio.

 

—San Geruncio (o Geroncio), obispo, en Itálica en España; el cual habiendo predicado en aquellas partes el Evangelio en tiempo de los Apóstoles, después de muchos trabajos murió en una cárcel.

 

San Ginés, de Arles en Francia, quien siendo notario, como no quisiese redactar los impíos edictos contra los Cristianos, y arrojase públicamente sus registros en testimonio de que era cristiano, fue preso y degollado, alcanzando la gloria del martirio con el bautismo de su propia sangre.

 

—San Julián, mártir, en Siria.

 

—San Magín, mártir, en Tarragona.

 

—San Menas, obispo, en Constantinopla.

 

—San Gregorio, Obispo, en Utrecht.

 

—Santa Patricia, virgen, en Nápoles. (Era nieta del emperador Constantino el Grande: nació y fue educada en Constantinopla. Habiendo hecho voto de castidad, se vio obligada a huir de su patria por no contraer el matrimonio a que quería obligarla el Emperador su padre, y se embarcó para Nápoles acompañada de algunas personas de su servidumbre. Después pasó a Roma, donde recibió el velo de manos del papa Liberio, consagrándose desde entonces más particularmente al servicio de la Iglesia).

 

 

—Y en otras partes se hace la fiesta y la conmemoración de otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.

 

 

   Alabado y glorificado sea Dios eternamente.

 

 

 

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

 

 


jueves, 19 de agosto de 2021

MEDITACION: De la confianza que debemos tener en la santísima Virgen.


 

Punto primero.

 

 

   —Considera que la confianza es cierta opinión o cierta seguridad que se tiene en la buena voluntad de una persona que nos favorece, y en el poder que la acompaña para hacer efectiva esta buena voluntad. No basta querer hacer bien; es menester poder hacerle: el poder sin la voluntad no funda la confianza; y la voluntad sin el poder, a lo sumo, es un buen deseo estéril y una benevolencia sin fruto. Ahora, pues, no es dudable que la Virgen tenga este poder. Sabemos (dice san Anselmo) que es tanto su mérito, tanto su valimiento con Dios, que no es posible carezca de efecto aquello que pide y quiere (Lib. de Concept. Virg.): De aquí concluye que no es posible se pierda ni se condene un alma a quien esta Señora tomó debajo de su protección: Ninguna cosa se resiste a tu poder, o Virgen santa (dice Jorge, arzobispo de Nicomedia (Orat, de exit. Virg.), ninguna se opone a tu voluntad: todas obedecen tus preceptos; todas se rinden a tu autoridad. ¿Cómo no ha de ser todopoderosa, dice san Bernardo, habiendo puesto el Señor en sus manos la plenitud de todos los bienes? y quiere (añade el mismo Santo) que todo el bien que nos hace, pase primero por el canal de María (Serm. de Nativit.): Pues ¿qué confianza no deben tener en María (continúa este Padre) todos aquellos que la sirven, y están debajo de su protección, pues conoce todas sus necesidades, puede y quiere socorrerlas? Las conoce, porque es madre de la Sabiduría; quiere, porque es madre de misericordia; puede, porque es madre del Todopoderoso. La cualidad de madre, dice santo Tomás, da cierta autoridad natural sobre el hijo, que ningún privilegio puede derogar. Masque los hijos sean reyes, más que sean soberanos, más que sean supremos dueños, podrá tal vez un hijo rescatar a su misma madre; mas no por eso será esta esclava suya: tenga una madre a su hijo cuantas obligaciones son imaginables, siempre será madre, y ni la condición ni el estado disminuirán un solo punto su autoridad. Pues ¿qué poder será el de la Virgen? ¡oh Dios, y qué motivo de consuelo para los verdaderos siervos de María este gran valimiento que tiene con su Hijo la soberana Reina!

 

 

 

Punto segundo.

 

   —Considera que solamente los que no conocen quién es la santísima Virgen, pueden ignorar el tierno y compasivo amor que profesa a los hombres. Es la madre de los escogidos y el refugio de los pecadores; es el consuelo de los afligidos y la salud de los enfermos; es, como canta la Iglesia, el común asilo y el auxilio ordinario de todos los Cristianos. Es inseparable, dice san Anselmo, la maternidad divina de la maternidad humana: por el mismo hecho de ser María Madre de Dios, quedó constituida Madre de los hombres. Pues ahora, no es la naturaleza más ardiente en sus movimientos (como observa san Ambrosio) que lo es la gracia en los suyos; antes, por el contrario, el fuego de la caridad es mucho más vivo, mucho más puro, mucho más fuerte que el de la naturaleza. Y siendo el de la santísima Virgen de una consumada perfección, infiere de aquí el tierno amor que nos tiene. ¿Qué mayor prueba nos pudo dar, que haber ofrecido ella misma su querido Hijo a la muerte de cruz por la salvación de lodos los hombres? Si quiso Dios que precediese su consentimiento para la encarnación del Verbo, dicen los Padres, parece que no menos había de preceder para su afrentosa muerte. Sabemos todos cuál fue la ternura sin semejante de la santísima Virgen para con aquel amado Hijo; con todo eso, ella misma le ofreció en el templo como víctima por nuestra redención. Por aquí puedes conocer cuánto nos amó. Nunca, nunca comprenderemos hasta dónde llega el exceso del amor que nos tiene esta Señora. ¡Buen Dios, y qué motivo para nuestra confianza! ¡Oh María! (exclama san Buenaventura) por miserable que sea un pecador, siempre le miras con ternura de madre; siempre le abrazas como tal; y no le abandonas hasta haberle reconciliado con el formidable Juez. Bien sé, Virgen santa (dice san Pedro Damiano), que toda estás llena de amor, y que nos amas a todos con una inmutable, con una invencible ternura; pues en Vos y por Vos vuestro Hijo y vuestro Dios nos amó con extremo amor. Pero si la santísima Virgen ama tan tiernamente a los pecadores, ¿con qué ternura no amará a los justos? ¿qué ardor sobre todo no será el suyo por sus fieles y devotos siervos? En la Virgen María, dice el devoto Idiota, se halla todo género de bienes; ama a los que la aman; y lo más admirable es, que sirve más a sus siervos, que lo que estos la sirven ¡Mi Dios! gran consuelo es para todos los hombres el saber que somos tan tiernamente amados de la santísima Virgen. ¿Quién dejará de tener confianza en una Madre tan poderosa? ¿y quién podrá dejar de amarla? No por cierto (exclama san Bernardo); aunque todo el infierno junto se desate contra mí; aunque me espante la multitud y la gravedad de mis pecados; aunque mi propia flaqueza me atemorice, sé que la santísima Virgen me ama; pues no habrá ya cosa capaz de alterar mi confianza. Bástame que me ame esta Señora, para que lo espere todo de su poderosa intercesión.

 

 

   Lo mismo digo yo, amantísima Madre mía, y lo mismo os repetiré toda mi vida. Un solo dolor me aflige, y es el no haberos amado hasta aquí; pero con el auxilio de la divina gracia, que Vos me conseguiréis, espero reparar mi pasada ingratitud, por la ternura con que os amaré el resto de mis días. Después de Dios tengo, Señora, puesta en Vos toda mi confianza.

 

 

 

Jaculatorias.

 

   Olvídeme yo, Señora, de mí, si algún día me olvidare de tí. (Salm. 136).

 

 

   Tened, o Virgen santa, misericordia de mí, pues en Vos tengo yo puesta toda mi confianza. (Salm. 56).

 

 

 

PROPÓSITOS.

 

 

1— En la segunda homilía que compuso san Bernardo sobre aquellas palabras del Evangelio: nos enseña un admirable ejercicio de devoción. Oh tú, cualquiera que seas, dice el Santo, que te hallas engolfado en este borrascoso mar del mundo, agitado de la tempestad, y rodeado de escollos y de bajíos, si quieres evitar el naufragio, ten siempre fijos los ojos en esta estrella de la mañana. Si soplan furiosos los vientos de las tentaciones, si vas a estrellarte contra los escollos de la tribulación, no pierdas de vista la estrella, invoca a María. Si te sientes molestado del espíritu de la ambición, del orgullo, de la envidia, de la murmuración, mira a la estrella, invoca a María. Si la cólera, si la avaricia, si el demonio de la impureza te fatiga, recurre a María. Si te espanta la memoria de los pecados pasados; si los remordimientos de una conciencia manchada te atribulan; si el temor de los terribles juicios de Dios te quiere inducir a la desesperación, piensa en María. En toda suerte de peligros, en todo género de enfadosos accidentes, en toda especie de dudas, sea tu recurso María. Ten continuamente en la boca el nombre de María, y tenle también profundamente grabado en lo íntimo del corazón. Pero, sobre todo, procura imitar sus virtudes si quieres que sean oídas tus oraciones. Con semejante guía nunca te descaminarás; y a la sombra de su protección puedes vivir tranquilo y en reposo. Segura está tu salvación si te es propicia la santísima Virgen. Esto era lo que sentía aquel gran Santo; practica tú lo mismo.

 

 

2— Todos los días de tu vida has de rezar la oración siguiente, que compuso san Agustín, y adoptó la Iglesia, repitiéndola muchas veces en el oficio divino: “Santa María, socorre a los miserables, anima a los pusilánimes, fortalece a los flacos, ruega por el pueblo, pide por el clero, intercede por el devoto sexo de las mujeres, experimenten tu asistencia y tu poderosa protección todos aquellos que están dedicados a tu servicio, y celebran tu santo nombre”.

 


sábado, 14 de agosto de 2021

ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN. —15 DE AGOSTO.


 


Tu gloria Jerusalem,

tu laetitia Israel,

tu honorificencia populi nostri.

 

 

   La Iglesia alaba a la Santísima Virgen, en el día de su Asunción a los cielos, usando las palabras del libro de Judit, con las que termina la epístola de la Misa:

«Tú eres la gloria de Jerusalén, Tú la alegría de Israel, Tú eres la honra de nuestro pueblo» (15 10).

   Y nosotros nos unimos a su alabanza: Ciertamente Tú eres la gloria de la Jerusalén celestial, Tú eres la alegría de la Iglesia militante, Tú eres la honra de todo el género humano.

 

   Hoy la Paloma blanquísima despliega sus alas movidas por el divino Amor, y dejando el Arca de la Iglesia militante, que flota insumergible sobre las aguas de este mundo, sube como mensajera de Paz con el ramo de olivos, surcando los aires, atravesando las nubes, purificando todo a su paso, más allá del cielo empíreo del sol y de la luna, cruzando el cielo sidéreo de las estrellas, pasando el  mismo cielo espiritual en medio de las aclamaciones de los Coros angélicos, hasta penetrar en el mismísimo Cielo divino de la Santísima Trinidad.

 

 

Los Cielos proclaman que la Santísima Virgen es la gloria de Dios: «Bendita eres tú, Hija predilecta del Altísimo, por sobre todas las mujeres de la tierra».

 

Y los fieles cristianos, como nuevos Bautistas, saltan de gozo en el seno de la Iglesia: «Tú, Madre bendita, eres la causa de nuestra alegría».

 

Y todo el género humano, en su humilde reino de lo corporal, se ve elevado junto con Ella y confiesa: «Tú, Hermana nuestra, eres la honra de nuestra pobreza».

 

 


 

1º Tú eres la gloria de Jerusalén.

 

 

   Porque la Virgen Santísima es verdaderamente la Gloria de Dios, y la gloria de toda la Iglesia triunfante.

 

   Ella es la Gloria de Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra, porque siendo una pura creatura, mostró qué cumbres de gloria y perfección podía alcanzar lo espiritual en su alma y lo corporal en su cuerpo, glorificando así la grandeza de la divina omnipotencia.

 

   Ella es la Gloria de Dios Hijo, Redentor del género humano, porque siendo Inmaculada desde su concepción purísima hasta su asunción gloriosísima, demostró la eficacia de la Redención, glorificando así al Redentor.

 

   Ella es la Gloria de Dios Espíritu Santo, Santificador de los corazones, porque Ella hizo de su Inmaculado Corazón un receptáculo casi infinito en el que se manifiestan los desbordes del divino Amor.

 

   Y así como Ella se hizo digna habitación de Dios, hospedando al Verbo hecho carne en su seno purísimo; así era debido que la Trinidad Santísima la recibiera hoy a Ella en lo más íntimo de su Seno divino en cuerpo y alma por toda la eternidad.

 

   Por eso hoy los Cielos cantan la gloria de Dios. Cuando Ella pasa por los Coros de los Ángeles y Arcángeles, mensajeros de lo divino, saludan en Ella a la Paloma mensajera que vuelve trayendo a los cielos la Buena Nueva de la Redención. Los Tronos y las Dominaciones saludan en Ella a la que se hizo Ancilla Domini, Esclava del Señor, y Trono de Dios en su vientre purísimo y en su Inmaculado Corazón, mereciendo ser coronada Reina en el mismo Trono de Dios, y ser instituida Domina, Señora de toda la Creación. Los Querubines, sumidos en la contemplación, son todavía más elevados por la mirada de sus Ojos purísimos, y los Serafines, que arden de amor, son todavía más encendidos al paso de la Zarza Ardentísima.

 

   Así como la Santísima Virgen es la gloria de Dios, es también la gloria de los Santos.

 

   Ella es la gloria de Eva, porque la caída de la madre fue reparada por la Hija prometida.

   Ella es la gloria de Noé, como Arco Iris resplandeciente entre nubes de gloria.

   Ella es la gloria de Abraham, pues fue la Hija fidelísima que le dio la descendencia prometida.

   Ella es la gloria de Sara, madre del primogénito ofrecido como víctima; de Rebeca, que le alcanza a sus hijos la bendición; de Raquel, la esposa amada; de María, la hermana y compañera de Moisés; de Judit, la que expuso su vida por su pueblo; de Ester, que alcanzó misericordia; de Ana, madre del gran profeta Samuel.

   Ella es la gloria de San José, el gozo de San Juan Bautista, la corona de San Esteban, el consuelo de Santiago el Mayor.

   Ella, Jardín cerrado de Nuestro Señor, se abre en el Cielo como un nuevo Paraíso para todos los Santos.

 

 


 

2º Tú eres la alegría de Israel.

 

 

   Si la Asunción de la Virgen santísima es gloria de la Iglesia triunfante, es todavía más la alegría de la Iglesia militante: Causa nostrae laetitiae, Causa de nuestra alegría.

 

   En primer lugar, porque por su Asunción Ella quita todas las causas de nuestra tristeza y temor. Nuestros terribles enemigos son el demonio, el mundo y la carne, pero por la Asunción, la Santísima Virgen vence al demonio, conquista al mundo y domina la carne.

 

   Porque la Virgen se quedó en la tierra todo el tiempo necesario para alcanzarle a la Iglesia la sabiduría y la gracia para vencer al demonio hasta la segunda venida de su Hijo. Nos había sido prometido que la Mujer por excelencia aplastaría la cabeza de la Serpiente, y lo último que hace el talón de la Virgen al despegarse de esta tierra en su vuelo al cielo, es terminar de aplastar la cabeza de Satanás. La simplicidad de la Paloma vence definitivamente la astucia de la Serpiente, las puertas de la Iglesia son consolidadas y las del Infierno desencajadas.

 

   La Asunción conquista al mundo, que por más que lo intente, nunca va a poder callar las bocas que la proclaman bendita entre todas las mujeres, y por más que emplee el poder cada vez mayor de sus medios de difusión y propaganda, nunca va a poder igualar la alabanza que todas las generaciones le rinden y rendirán a Nuestra Señora.

 

   Y la Asunción domina la carne, porque la purísima carne de la Virgen de las vírgenes, al merecer ser glorificada aún antes de la resurrección general, se hace principio de pureza capaz de vencer la fuerza de cualquier tentación.

 

   Pero la Asunción no sólo quita las causas de la tristeza, sino que es la causa misma de nuestra alegría.

 

   Es causa de la alegría de los sacerdotes, porque ya no están solos en la ardua tarea del apostolado, sino que tienen una compañera dulcísima y eficacísima.

   Es causa de la alegría de los Mártires, de los Confesores y de las Vírgenes, porque en Ella tienen una Torre de fortaleza, el Arca de la fidelidad y la Fuente de la pureza.

 

   Ella es la alegría de todos, porque por su Asunción se hizo refugio Misericordiosísimo de los pecadores, consuelo dulcísimo de los afligidos, auxilio poderosísimo de todos los cristianos.

 

   ¿Y qué podríamos decir del consuelo, de la alegría, que inundó en este día las sombrías cárceles del Purgatorio? Una nueva Puerta se abrió para la Iglesia purgante en este día bendito.

 

 


 

3º Tú eres la honra de todo el género humano.



   Y Ella es por su Asunción el honor, la honra de todo el género humano y del humildísimo reino de todo lo corporal.

   Porque es tan pobre y miserable la condición de la materia corporal, tan aparentemente contraria a la pureza de las cosas espirituales, que el hombre, espíritu enclaustrado en la carne, se ve tentado de sentirse despreciado de Dios. Pero esto es imposible para el que cree en el dogma de la Asunción corporal de la Virgen. No sólo el alma, sino el mismo cuerpo –cuerpo purísimo, pero cuerpo al fin– es glorificado hoy.

 

   Cuatro son los elementos del universo corpóreo: la tierra, el agua, el aire y el fuego; y los cuatro han sido elevados a los cielos en Nuestra Señora. La tierra es honrada en la Asunción de María, Tierra prometida en la que fue plantada la semilla del Verbo de Dios; el agua en Aquella que es Océano serenísimo de todas las gracias y proveedora de toda la sal que sala a los sacerdotes de Cristo; el aire es honrado en Aquella que es la Brisa de Elías que nos trajo la presencia de Dios; el fuego en las llamas de su Inmaculado Corazón.

   Los minerales son honrados en la Perla preciosa; los vegetales en la Rosa mística; los animales en la Paloma pacífica; las nubes en la que hizo caer el Rocío divino; la luna porque se hizo espejo de su belleza; el sol, que se hizo manto de la Mujer que hoy se constituye como gran signo en los cielos; la aurora y el lucero de la mañana, las estrellas, toda la creación material canta la gloria de Dios cantando la belleza de María.

 

 



 

Conclusión.

 

 

   ¡Qué difícil era para nosotros, pobres creaturas pecadoras, levantarnos del pecado y elevar nuestros corazones a Dios! ¡Pero qué fácil lo ha hecho para nosotros el misterio de la Asunción! ¡La Santísima Virgen es tan cercana a nosotros, como una madre lo es para sus hijos, y tan amable! ¡Qué fácil nos es amarla, aunque sea un poco! Y por poco que la amemos, en el vuelo de la Asunción Ella arrastra consigo nuestros corazones a Dios.

 

 

 

El arca santa y animada del Dios viviente,

que concibió en su seno a su Criador,

descansa hoy en el templo del Señor.

Los Ángeles le cantan himnos,

Celébranla los Arcángeles, glorifícanla las Virtudes,

estremécense de júbilo los Principados,

gózanse las Potestades, alégranse las Dominaciones,

festéjanla los Tronos y ensánzanla los Serafines.

Hoy es recibido en la celestial Edén

el paraíso animado del nuevo Adán,

en el cual fue revocada nuestra condenación,

plantado el árbol de la vida

y cubierta nuestra desnudez.

 

 

 

HOJITAS DE FE

Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora.