Y él es propiciación por
nuestros pecados; y no tan sólo por los nuestros, mas también por los de todo
el mundo (I Jn 2, 2).
I. Satisface propiamente por una ofensa el
que da al ofendido lo que ama tanto, o más, como aborrece la ofensa. Pero
Cristo, padeciendo por caridad y obediencia, ofreció a Dios algo mayor que lo que
exigía la compensación de toda la ofensa del género humano: 1º,
por la grandeza de la caridad
por la que padecía; 2º,
por la dignidad de su
vida, que daba en satisfacción, la cual era la vida de Dios hombre; 3º, por la generalidad de la pasión y la inmensidad
del dolor.
Por lo tanto, la pasión de Cristo no
sólo fue suficiente, sino sobreabundante satisfacción por los pecados del
género humano.
Parece ser propio del que peca el satisfacer;
pero la
cabeza y los miembros son como una persona mística, por eso la satisfacción de
Cristo pertenece a todos los fieles como a miembros suyos.
Además, en cuanto que dos hombres son uno solo en la
caridad, uno puede satisfacer por el otro.
(3ª, q. XLVIII, a 2)
II. Aun cuando Cristo ha satisfecho suficientemente con su
muerte por el pecado original,
no es, sin embargo, inconveniente que las penalidades consiguientes al pecado
original perduren todavía en todos los que se hacen participantes de la
redención de Cristo. Pues esto se hizo adecuada y útilmente para que perdurase la
pena, aun quitada la culpa.
1º) Para que existiese conformidad entre los
fieles y Cristo, como entre los miembros y la cabeza. Por lo cual, así como Cristo sufrió primero muchos
padecimientos y llegó de este modo a la gloria de la inmortalidad, así
también es conveniente que sus fieles se sometan primero a los padecimientos, y
lleguen de este modo a la inmortalidad, llevando, por decirlo así, en sí mismos
las insignias de la Pasión de Cristo, a fin de alcanzar la semejanza de su
gloria.
2º)
Porque,
si los
hombres, que se acercan a Cristo, alcanzaran inmediatamente la inmortalidad y
la impasibilidad, muchos hombres se acercarían a Cristo por estos beneficios
corporales, más bien que a causa de los bienes espirituales; lo cual es contra la intención de Cristo, que vino al mundo
para trasladar a los hombres del amor de las cosas corporales a las espirituales.
3º)
Porque si los que se acercan a Cristo al
instante se convirtieran en impasibles e inmortales, esto obligaría en cierto
modo a los hombres a recibir la fe de Cristo, y así se disminuiría el
merecimiento de la fe.
(Contra Gentiles, lib. 4, cap. 55).
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