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viernes, 28 de diciembre de 2018

LOS SANTOS INOCENTES MÁRTIRES (siglo I). — DÍA 28 DE DICIEMBRE.


   Por tres motivos llamamos Inocentes a los niños betlemitas que fueron víctimas de la crueldad de Herodes. Lo primero porque no conocieron la corrupción de la tierra; en segundo lugar porque fue vertida su sangre injustamente y sin que hubiera culpa alguna de su parte, y también porque su martirio, sufrido por causa de Jesucristo, les confirió la inocencia bautismal, es decir, los limpió de mancha original.


   La degollación de los Santos Inocentes es uno de los sucesos que juntamente con la adoración de los Reyes y la huida a Egipto, siguieron al nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, y cuyo relato es asunto o materia del segundo capítulo del Evangelio de San Mateo.

   Dice el texto sagrado: «Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, reinando Herodes, he aquí que unos Magos, llegados del Oriente a Jerusalén, preguntaban: « ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque nosotros hemos visto en Oriente su estrella y venimos para adorarle.» Al oír esto el rey Herodes, se turbó, y con él toda Jerusalén. Y, convocando a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntaba en dónde había de nacer el Cristo o Mesías. A lo cual respondieron: «En Belén de Judá; que así está escrito en el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti saldrá el caudillo que rija mi pueblo de Israel.»





LA SAGRADA FAMILIA EN ESCENA


   Entonces Herodes, llamando en secreto, o a solas, a los Magos, averiguó cuidadosamente de ellos el tiempo en que la estrella les había aparecido; y encaminándolos a Belén, les dijo: «Id, e informaos puntualmente acerca de ese niño; y, en habiéndole hallado, dadme aviso, para ir yo también a adorarle.» Luego que oyeron la respuesta del rey, partieron; y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que, al llegar sobre el sitio en que estaba el Niño, se paró. A la vista de la estrella se regocijaron por extremo. Y, entrando en la casa, hallaron al Niño con María, su Madre, y postrándose le adoraron; y, abiertos sus cofres, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra. Y, habiendo recibido en sueños un aviso del cielo para que no volviesen a Herodes, regresaron a su país por otro camino.


   »Después  que ellos partieron, un ángel del Señor apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al Niño y a su Madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise; porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle.» Se levantó José, tomó al Niño y a su Madre, de noche, y se retiró a Egipto, donde se mantuvo hasta la muerte de Herodes; de suerte que se cumplió lo que había dicho el Señor por boca del Profeta: «Llamé de Egipto a mi Hijo.»



   »Entretanto Herodes, viéndose burlado de los Magos, irritóse sobremanera, y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en toda su comarca, de dos años abajo, conforme al tiempo de la aparición de la estrella que había averiguado de los Magos.



   »Entonces se cumplió lo que predijo el profeta Jeremías cuando dijera: «Una voz se oyó en Ramá, muchos lloros y alaridos: es Raquel, que llora a sus hijos sin querer consolarse, porque ya no existen.»


   »Muerto Herodes, un ángel del Señor apareció en sueños a José, en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al Niño y a su Madre, y vete a la tierra de Israel; porque ya han muerto los que atentaban a la vida del Niño.»  Se levantó José, tomó al Niño y a su Madre, y vino a tierra de Israel. Mas, oyendo que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, temió ir allá; y, avisado en sueños, se retiró al país de Galilea, y vino a morar en una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo que dijeron los profetas: «Será llamado «Nazareno».


VERACIDAD DE ESTE RELATO


   San Mateo es el único evangelista que refiere estos sucesos; los demás no hacen alusión alguna, ni siquiera el mismo San Lucas con ser tan detallista sobre la infancia del Salvador. Los historiadores antiguos, y en particular Josefo, que cuenta muy por menudo la vida de Herodes, tampoco hacen mención de este inhumano degüello. Este silencio ha llevado a muchos exegetas racionalistas a negar o a discutir la veracidad del relato evangélico, y a tildarlo de leyenda o de cuento oriental hábilmente concordado con las profecías.

   Desconciértanos con razón la inaudita crueldad de Herodes, mas no nos extraña; la conducta del feroz tirano coincide, en este drama sangriento, en esta degollación de inocentes, con lo que nos dice la Historia de su astucia y perfidia, de su desprecio de la vida ajena, de su política insidiosa y de su ambición insaciable. No ignoraba las esperanzas mesiánicas de los judíos; sabía por los doctores de la Ley que las setenta semanas de años predichas por Daniel tocaban a su fin, y que era general la convicción de que nacería pronto el Mesías prometido, el Redentor de Israel, el Rey incomparable y poderosísimo, que, según creían los judíos y por consiguiente Herodes, había de restaurar el reino de David y darle un esplendor nunca conocido.


EL SILENCIO DE LOS HISTORIADORES


   Refiere Josefo un suceso muy parecido al de la matanza de los Santos Inocentes; dice que aquel tirano mandó fuesen muertos cuantos de su corte se habían declarado partidarios de los fariseos cuando éstos anunciaban que cesaría el gobierno de Herodes, y que su descendencia sería destronada y sustituida por otra dinastía. A tales extremos de odio le llevó la pasión de dominar que, por unas sospechas, no perdonó ni a los miembros de su propia familia; cinco días antes de su muerte ordenó que también su rebelde hijo Antipater fuese ejecutado.

   Cuenta Macrobio que, habiendo tenido noticias el emperador Augusto de la matanza que Herodes, rey de los judíos, decretara en Siria contra los niños menores de dos años, incluso su propio hijo, exclamó diciendo: «En la casa de Herodes mejor es ser puerco que hijo»; dando a entender con esto que por ser judío no mataría el cerdo, porque la Ley le prohibía comerlo, pero que por ser cruel había matado al hijo. Muy sospechoso es este dicho del César, porque Herodes no tenía en aquel entonces hijos de tan poca edad, con todo, recogemos la anécdota porque demuestra que en la antigüedad se relacionaba la degollación de los Santos Inocentes con la muerte violenta y criminal de un hijo del tirano coronado.

   El silencio de los historiadores contemporáneos respecto a este controvertido asunto tiene, por otra parte, fácil explicación: el registro de pormenores sólo interesaba cuando ellos se referían a datos de cierto alcance; la muerte de unos cuantos niños a manos de un tiranuelo y en un rincón de Judea, no pasaba de ser un acontecimiento insignificante.


FECHA DE LA DEGOLLACIÓN


   Se sabe que Cristo, Señor nuestro, nació, en cuanto hombre, a fines del reinado de Herodes, y es lo más probable que fuera el último año. Murió el tirano en la primavera del 750 de Roma, poco antes de la Pascua; los sucesos acaecidos desde entonces hasta la vuelta de Egipto se realizaron en corto tiempo; sin embargo, no parece posible poder encuadrarlos dentro de los cuarenta días que transcurrieron desde el nacimiento hasta la presentación del Niño en el Templo.

   San Agustín pone — como es muy natural— la huida a Egipto después de la Presentación. También fueron posteriores, por consiguiente, la adoración de los Magos y la degollación de los niños de Belén; de otro modo parece casi imposible la Presentación, porque ya de por sí es difícil explicar el hecho de que el desconfiadísimo monarca, que tanto extremaba la vigilancia, no mandase esbirros con los Magos o en su seguimiento.

   En opinión de autores antiguos, como Eusebio, San Epifanio, Teodoro de Mopsuesto, Hipólito de Tebas y otros, la Sagrada Familia habría prolongado su estancia en Belén, y los Magos habrían llegado cerca de dos años después del nacimiento de Jesús; pero es mucho más probable que el Niño sólo tuviese unos pocos meses.


   Sea de ello lo que fuere, los Magos, en vez de ir a dar informes a Herodes, «volvieron a su país por otro camino», según aviso del ángel. En pocas horas podían llegar al alto Jordán — cruzando por el desierto— y pasar de allí al país de los nabateos; más fácil aún les era dar la vuelta por el sur del mar Muerto o cruzarlo en barca. Esta manera de eludir la invitación de Herodes era sencillamente burlarse de él. Poco tardó el astuto rey en mandar mensajeros que le trajesen informes acerca de aquellos opulentos extranjeros, pero cuando llegaron a Belén, los Magos habían desaparecido ya. Ciertamente sabía todo Belén en qué casa habían entrado los Magos: pero ya no estaba allí la Sagrada Familia. Muy lejos no estaría; mas el despechado rey, en vez de ordenar hacer pesquisas, decretó la matanza de todos los niños varones de Belén y su comarca, menores de dos años.


NÚMERO DE VÍCTIMAS. — SU GLORIA


   ¿Por qué incluyó Herodes en la matanza a los niños de dos años abajo?

   Si hacía dos años que la estrella había aparecido, inútil era matar a los de menor edad; si hacía pocos meses, ¿por qué englobó a los de dos años? No quiso el impío rey quedarse corto en negocio tan importante para él. Cierto que conocía el tiempo en que la estrella se había aparecido a los Magos, pero no sabía cuánto tiempo antes que la viesen había nacido el futuro rey. Por eso, ciego de furor, y para asegurarse más — como también para apartar el siniestro presagio de desgracia doméstica, que según él anunciaba aquel mensajero cósmico—, juzgó que convenía pasar a cuchillo a todos los niños que en aquellos dos años hubiesen nacido; y no sólo alargó el tiempo señalado por los Magos, sí que también extendió el lugar, incluyendo todos los pueblos y aldeas de la comarca de Belén.

   Acerca del número de las víctimas inocentes del crudelísimo rey, nada dice el escritor sagrado, y sólo puede saberse por cálculos aproximados. La liturgia etiópica y el menologio griego adoptan con muy extremada exageración el número de ciento cuarenta y cuatro mil, pero es por falsa interpretación del texto apocalíptico que se lee en la epístola de la misa de los Santos Inocentes y, en el breviario, el 28 de diciembre. Igualmente cayeron en la exageración algunos autores eclesiásticos al afirmar que Herodes hizo degollar a todos los niños de Belén y sus contornos.



   En aquel entonces tendría Belén, a lo más, unas dos mil almas; contando que por término medio se registran anualmente unos treinta nacimientos por cada mil habitantes y suponiendo que la mitad sean niñas, quedan quince niños; y descontando los que mueren — en número relativamente crecido, se reducen éstos a siete u ocho, lo que da, para dos años y por mil un contingente de catorce a dieciséis varones, o a lo más veinte; por consiguiente podemos contar entre treinta y cuarenta los que cayeron muertos al filo de las espadas de los fieros sicarios de Herodes en la horrible matanza.


DÍAS DE LUTO Y DÍA DE GLORIA


   Se ignora el género de muerte que sufrieron estos bienaventurados. Lo que pasó en aquella cruel jornada no lo puntualiza San Mateo, pero lo dice la imaginación de los hagiógrafos, predicadores y artistas que pintan la ferocidad de los soldados, los alaridos de las madres, y el terror y los gritos de las tiernas criaturas. Se puede creer, con San Vicente Ferrer, que Herodes se daría traza para juntarlos con maña en algún salón o plaza pública, con la promesa de algún premio a las madres que los llevasen; las cuales, ciertamente, estarían muy lejos de pensar que iban a entregarlos a los verdugos. 

   Lo que no deja de referir el historiador sagrado, con palabras emocionantes, son los lamentos y súplicas de las atribuladas madres, en cuyo dolor ve San Mateo cumplido lo que profetizara Jeremías cuando la toma de Jerusalén por los caldeos. Los cautivos judíos que mandaban a Babilonia fueron juntados en Ramá, de la tribu de Benjamín, población situada a dos horas de camino al norte de la ciudad santa. En trance tan doloroso, expresa el Profeta la aflicción del pueblo de Dios con una admirable comparación. Supone que Raquel, madre de Benjamín, sale en aquel instante de su tumba, en los contornos de Belén, y llora a sus descendientes con tan grandes y tan sentidos lamentos que se oyen en Ramá. Así lloraron las madres de estos inocentes corderillos sobre los sagrados despojos.



   Descríbenos la Iglesia la gloria y la dicha de que gozan los Santos Inocentes en el cielo con las mismas palabras con que refiere San Juan su visión de aquellos ciento cuarenta y cuatro mil vírgenes que siguen por todas partes al místico Cordero. A tan gloriosísima y escogida falange pertenecen éstos que fueron flores y primicias de los mártires que, sin haber conocido la corrupción de la tierra, fueron lavados en la sangre del divino Cordero.


RELIQUIAS Y CULTO


   Desde los primeros días de la Iglesia profesan los cristianos un verdadero culto y gran devoción a los Santos Inocentes; en todas partes ha habido desde muy antiguo ansias por tener reliquias de estos simpáticos cortesanos del Rey de los Cielos. Muchas son las iglesias que se glorían de ser particioneras de tan rico tesoro.

   En Belén, no lejos de la cueva del Nacimiento, se halla una capilla dedicada a los inocentes mártires del Divino Niño; muy justo y razonable es que así sean honrados cerquita de la cuna del que fue ocasión de su muerte, amén de que — según rezan las tradiciones— fue aquel mismo el lugar de sepultura de sus cuerpos mutilados. 


El vicario custodial, Dobromir Jasztal, celebró misa este 28 de diciembre en Belén, justo sobre la tumba de los Santos Inocentes: una de las pequeñas grutas bajo la iglesia de Santa Catalina de la Natividad en Belén, en la capilla de San José. Asistieron algunos frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, junto a religiosas, fieles locales y peregrinos.  



  
En Roma reciben culto especial en la basílica de San Pablo extramuros, y en la iglesia de los Agonizantes. En la primera se guardan varios cuerpecitos y en ella hay estación el 28 de diciembre, en que se conmemora su fiesta. En dicho día los Padres Benedictinos exponen a la pública veneración el santo Cristo milagroso que habló a Santa Brígida.

   Desde muy remota antigüedad, viene honrando la Iglesia con culto especial a los Santos Inocentes convertidos en hermanos de los ángeles. Celebrábase ya su fiesta en el siglo II, y de ello da testimonio una homilía que se atribuye a Orígenes, en la cual se hace de estos bienaventurados una expresiva mención. San Ireneo, San Cipriano y San Hilario hablan de ella. Se atribuyen a San Agustín dos panegíricos que habría predicado el día de la octava, lo que prueba que ésta existía ya en su tiempo. El oficio de la fiesta, compuesto muy probablemente por San Gregorio Magno, se celebró con rito semidoble hasta que San Pío V lo elevó a rito doble.

   Se complace la Iglesia en presentarnos la degollación de estas santas víctimas como una prueba irrecusable de la realeza de Jesucristo; pues si Herodes ve a un rival en ese niño de Belén y lo persigue con tanta saña es porque cree en la palabra de los Magos y la de los príncipes de los sacerdotes que le aseguran que en Belén de Judá ha nacido el caudillo que ha de regir a Israel. Ciertamente no se pudo dar pregón más sonoro ni más eficaz, para declarar por todo el mundo que había venido del cielo un nuevo «Rey de los judíos», que el publicarse y saberse que el rey Herodes, por temor de este Rey recién nacido y de perder su reino, había usado de una crueldad tan extraña y tan fiera.

   En el himno de Vísperas de la Epifanía increpa la Iglesia al impío monarca diciendo: « ¿Qué temes, cruel Herodes, de un Dios que viene a reinar? No arrebata cetros mortales y caducos, quien a dar viene tronos celestiales». A ese Dios Rey «confiesan con su muerte los Inocentes», prosigue Orígenes; y en el tercer nocturno de Maitines se dice que «su pasión fue exaltación de Cristo». La alabanza que a Dios tributan es confusión para los enemigos de Cristo, los cuales no sólo no lograron lo que pretendían, sino que fueron instrumentos de que se valió Dios para dar cumplimiento a las profecías.

   A fuer de Madre compasiva, y en atención a las madres «que lloran a sus hijos, sin querer consolarse, porque ya no existen», la Iglesia viste el día de la fiesta (28 de diciembre) ornamentos morados y suprime el 'Gloria in excelsis y el Alleluia; pero el día de la octava usa ornamentos rojos para recordar que conquistaron eterno galardón sufriendo la muerte por Cristo. 

   El inspirado himno que en honra de estos Santos Mártires canta la Iglesia en las Vísperas del día, es debido al insigne vate zaragozano Prudencio (348-413). Dice así:

   « ¡Salve, flores de los Mártires! Vosotros a quienes, apenas nacidos, arrebató el perseguidor de Cristo como el huracán a las rosas nacientes. Vosotros, ¡oh tierno rebaño!, las primeras víctimas inmoladas a Jesús; bajo el altar, adornados con vuestro candor, jugáis con vuestras palmas y vuestras coronas».



   La fiesta de los Santos Inocentes daba ocasión en los tiempos medievales a ceremonias infantiles; pero, por haber degenerado en abusos, fueron más tarde suprimidas. Muy celebrada era también en los colegios de la infancia, y esta piadosa costumbre se conserva aún en algunas partes, donde, para regocijo y enseñanza de los alumnos, se invierten las condiciones sociales y las categorías académicas, pasando los párvulos al lugar de los más antiguos y aventajados, y los inferiores a ocupar el puesto de los superiores, consiguiéndose de este modo que los súbditos aprendan a amar a los mayores, y éstos recuerden a su vez que a los ojos de Dios no estriba la verdadera grandeza que pregona el mundo, sino en la inocencia y la humildad.

   Hansen puesto también bajo el patrocinio de los primeros testigos del nombre de Cristo, a los pobres niños expósitos, víctimas inocentes de la miseria, cuando no de una baja, culpable y triste delincuencia.



EL SANTO
DE CADA DÍA
POR
                                            EDELVIVES.


martes, 25 de diciembre de 2018

SERMÓN DE NAVIDAD MISA DEL GALLO 2018. R. P. Nicolás López Badra (prior). Priorato Nuestra Señora de Itatí. Capilla San Miguel Arcángel. FSSPX. Corrientes – Argentina.

TRADICIONES DE NAVIDAD.




   Los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros estaban sostenidos, pendiendo de las ramas de un árbol gigantesco llamado el “divino Idrasil” o el "dios Odín", al que le rendían culto cada año, en el solsticio de invierno, cuando suponían que se renovaba la vida.


   La celebración de ese día consistía en adornar un árbol de encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a él bailaban y cantaba adorando a su falso dios.

   Cuenta la historia que san Bonifacio, evangelizador de Alemania, en el año 740, aproximadamente, derribó el árbol que representaba al dios Odín, y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios, y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, la Luz del mundo, y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador. 



   Esta costumbre se difundió por toda Europa en la Edad Media y con la Evangelización y migraciones llegó a América.

   Poco a poco, la tradición fue cambiando: se reemplazaron las manzanas por esferas y las velas por focos que representan la alegría y la luz que Jesucristo trajo al mundo.

   Las esferas actualmente simbolizan las oraciones que hacemos durante el período de Adviento: las de color azul representan las oraciones de arrepentimiento; las plateadas de agradecimiento; las doradas, de alabanza; y las rojas, de petición.

   Se acostumbra a poner en la punta del pino una estrella que representa la fe que debe guiar nuestras vidas.

   También se suelen poner adornos de diversas figuras en el árbol. Estos representan las buenas acciones y sacrificios, los “regalos” que le daremos Nuestro Señor en la Navidad.

   Para aprovechar la tradición, es costumbre adornar el árbol de Navidad a lo largo de todo el Adviento, explicando a los niños el simbolismo. Ellos elaboran sus propias esferas (24 a 28, dependiendo de los días que tenga el Adviento) con una oración o un propósito en cada una, y conforme pasen los días las van colgando en el árbol de Navidad hasta el día del nacimiento del Divino Infante.





LOS PESEBRES, BELENES O NACIMIENTOS.


   En el año 1223 san Francisco de Asís dio origen a los pesebres o nacimientos que actualmente conocemos, lo que popularizó entre los laicos una costumbre que hasta ese momento era propia del clero, haciéndola extralitúrgica y popular.






LOS HIMNOS Y VILLANCICOS.

   
   Los primeros villancicos que se conocen fueron compuestos por los evangelizadores en el siglo V con la finalidad de llevar la Buena Nueva a los aldeanos y campesinos que no sabían leer. Sus letras hablaban en lenguaje popular sobre el misterio de la Encarnación y estaban inspirados en la liturgia de la Navidad. Se llamaba villanus al aldeano, y con el tiempo el nombre cambió a “villancicos”.

   Estos hablan en un tono sensible e ingenioso de los sentimientos de la Virgen María y de los pastores ante el Nacimiento de Cristo. En el siglo XIII se extienden por todo el mundo junto con los nacimientos de san Francisco de Asís.




SANTA CLAUS O SAN NICOLÁS.

   
    La imagen de Santa Claus, tuvo su origen en la historia de san Nicolás.

   En cierta ocasión, el Jefe de la guardia romana, llamado Marco, quería vender como esclavo a un niño muy pequeño llamado Adrián y Nicolás se lo impidió.

   En otra ocasión, Marco quería apoderarse de unas jovencitas si su padre no le pagaba una deuda. Nicolás se enteró y tomó tres sacos llenos de oro y en la noche de Navidad, en plena oscuridad, llegó hasta la casa, arrojó los sacos por la chimenea y salvó así a las muchachas.

   Marco, quien quería acabar con la fe cristiana, mandó quemar todas las iglesias y encarcelar a todos los cristianos que no quisieran renegar de su fe. Así fue como Nicolás fue capturado y encarcelado. Cuando el emperador Constantino se convirtió y mando liberar a todos los cristianos, Nicolás había envejecido. Al salir de la cárcel, tenía la barba crecida y blanca, y llevaba sus ropajes rojos que lo distinguían como obispo.

   Los cristianos de Alemania tomaron la historia de los tres sacos de oro echados por la chimenea el día de Navidad y la imagen de Nicolás al salir de la cárcel, para entretejer la historia de Santa Claus, viejecito sonriente vestido de rojo, que entra por la chimenea el día de Navidad para dejar regalos a los niños buenos.

   El nombre de Santa Claus viene de la evolución paulatina del de san Nicolás: Sto. Nicldauss, St. Nick, St. Klauss; Santa Claus, Santa Clos.



   No obstante, el ejemplo de san Nicolás nos enseña a ser generosos, a dar a los que no tienen y a hacerlo con discreción, con un profundo amor al prójimo.


Padre Javier Conté

jueves, 20 de diciembre de 2018

EL ROCÍO CELESTIAL. — 19 de diciembre.




   Cielos, enviad rocío de lo alto, y las nubes lluevan al justo: ábrase la tierra, y brote al Salvador (Is 45, 8).

   Aquí anuncia el profeta tres cosas referentes al nacimiento de Cristo, a saber: el principio del nacimiento, el mismo nacimiento del que es dado a luz y del fruto de ese nacimiento.

   I. El principio es triple.

   El primero es el cielo que destila el rocío, como principio efectivo, es decir, la operación de las tres Personas, por lo cual se dice cielos en plural. El Padre enviando al Hijo; el Hijo tomando carne; el Espíritu Santo realizando la concepción en María.

   El segundo principio es la nube que llueve, que es el principio de preparación en el cual entra el misterio del ángel anunciador: Haciendo de las nubes carro tuyo (Sal 104, 3).

   El tercer principio es la tierra fecunda, que es el principio de la concepción, a saber, la Bienaventurada Virgen, de la cual se dice: Nuestra tierra producirá su fruto (Sal 84, 13), y cuyo corazón se abrirá para recibir el privilegio de la gracia: No temas, María, porque has hallado gracia (Lc 1, 30). Su entendimiento se abrirá para creer las palabras del ángel; y su seno para concebir al Hijo de Dios.


II. El nacimiento se compara al rocío, a la lluvia y al germen; porque Cristo es rocío para refrigerar, como nube de rocío en el calor de la siega (Is 18, 4) Es lluvia para fecundar: Descenderá como la lluvia sobre el retoño (Sal 71, 6). Y como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí vacía, sino que haya hecho cuanto yo quise y haya cumplido aquello a que la envié (Is 55, 10-11). Es por último germen para fructificar: Y suscitaré a David un Germen justo (Jer 23, 5).


III. El fruto del nacimiento de Cristo es la justicia, que nace con él de tres maneras: ya la que cumplió con la obra: Porque así nos conviene cumplir toda justicia (Mt 3, 15); ya la que enseñó con las palabras: Yo soy el que hablo justicia, y el que combato para salvar (Is 63, 1); ya la que dio como dádiva: El cual para nosotros ha sido hecho por Dios sabiduría, y santificación, y justificación, y redención; para que como está escrito: El que se gloria, se gloríe en el Señor (1 Cor 1, 30-31).

(In Is., cap. 45).

MEDITACIONES DE ADVIENTO—NAVIDAD.
Santo Tomás de Aquino.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

MEDITACIONES DE ADVIENTO—NAVIDAD. — Miércoles de la tercera semana.




EL DON DEL HIJO DE DIOS EN LA ENCARNACIÓN.


   En esto se demostró la caridad de Dios hacia nosotros, en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito; para que vivamos por él (1, Jn 4, 9).

   En esto, como en signo cierto, se demostró la caridad de Dios en nosotros, esto es, se demostró para con nosotros; en que... envió a su Hijo, no a un siervo. San Gregorio dice: “¿Por ventura no es inefable amor de caridad que Dios, para redimir al siervo, haya entregado al Hijo, al suyo, consubstancial a Él propio, su Hijo por naturaleza y no adoptivo?”

   Unigénito y no uno entre muchos, le envió Dios Padre, es decir: Él, tan grande, a los que somos tan pequeños; al mundo, para salvar al mundo; para que vivamos, nosotros que estábamos muertos, resucitados por él. Así se lee en la epístola a los de Éfeso: Por la extremada caridad con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (Ef. 2, 4-5).


   Cuatro razones hay por las cuales el don debe ser grato y bien recibido.

   1ª) Por parte del donante; cuando el que da, da con gran amor dilección. Por lo cual a veces más se estima el afecto del dador que lo da. Ciertamente esta dádiva nos fue dada por la máxima dilección o caridad del Padre. Éste es el motivo expresado en el texto: En esto se demostró la caridad de Dios.

   2ª) Por parte del don, o sea, de Aquel que es enviado; porque cuando el don es grande y precioso, tanto mejor debe ser recibido y agradar. Ciertamente, el don que se nos hizo fue el máximo, como se indica en las palabras: a su Hijo unigénito.

   3ª) Por parte del que recibe el don, cuando aquél a quien se otorga está muy necesitado de él. Ciertamente necesitábamos mucho tal don, el cual había de resucitarnos, porque estábamos muertos; lo cual se expresa, cuando se dice que vivamos por él.

4ª) Por parte de la persona encargada de transmitir el don. Porque alguna vez el don adquiere valor especial de la gracia personal del mensajero; como nos agrada recibir un don de manos de una hermosa joven. Y así debe sernos grato recibir el don de Dios por medio de la Virgen inmaculada y llena de gracia; lo cual dejan entender aquellas palabras: Dios envió a. su Hijo, pues consta que lo envió por medio de la Virgen, como dice el Apóstol: Envió Dios a su Hijo, hecho de una mujer (Gal 4, 4).

 (In Iam Joan., IV).

Santo Tomás de Aquino.