Visita a la Imagen de NUESTRA SRA. DE LOS
ÁNGELES.
Era el año de 1580, y la ciudad de México
gemía llena de espanto, inundad a del todo por las aguas: a cada momento se
escuchaban los gritos lastimeros de los que perecían, o el estruendo de las
casas que caían derribadas por el violento impulso de las olas, saliendo
entonces encima de ellas todos los objetos que no tenían el peso suficiente
para sumergirse. Entre estos objetos salió una hermosa Imagen de María Santísima,
pintada en lienzo; y arrebatada por los vientos encima de las aguas, fué a
parar al barrio de Coatlan, en el mismo sitio en
que hoy se venera la prodigiosa Imagen de Nuestra Señora de los Ángeles. Llegó
después a manos de un noble cacique, llamad o ízayoque, quien, prendado de su
hermosura, determinó fabricar una capilla, donde exponerla a la pública
veneración; pero observando que la pintura estaba casi del todo deteriorada la
hizo copiar sobre la pared principal de la capilla, que era de adobe, y en
consecuencia muy frágil, quedando la imagen en extremo bella, y dándosele el
nombre de Nuestra Señora de los Ángeles,
según se cree, por los muchos que tenía pintados al derredor.
Desde el año de 1595 se comenzó a celebrar en
la capilla el Santo Sacrificio dé la Misa; pero poco tiempo después se enfrió
la devoción de tal modo, que no habiendo quien la atendiera, la capilla vino al
suelo enteramente, excepto la pared en que está la Soberana Imagen, la cual
quedó del todo expuesta a las lluvias y demás inclemencias del tiempo. El año
de 1607, con motivo de otra inundación, se volvieron los mexicanos a la Virgen
de los Ángeles, y reedificaron la capilla; pero no bien habían muerto los
promotores de esos cultos, cuando quedó de nuevo en tan completo abandono, que
se volvió a destruir el techo, y quedó la capilla sirviendo de albergue a un
pastor, que iba allí a pasar las noches: así permaneció un gran número de años;
pero la pared en que se halla la Imagen quedó en pie, y aunque estaba toda
manchada y descascarada por las aguas, el sol y los vientos, el sagrado rostro
y manos de la Virgen permanecían intactos, tan frescos y tan bellos, como si
acabaran de pintarse. Un individuo de la familia de los Giraldos reedificó la capilla en 1757; pero
sus escasos recursos hicieron que fuera con tan poca solidez, que, en 1745 vino
a tierra por tercer a vez, excepto siempre la dichosa pared en que moraba la
Reina de los Ángeles. Aun otra vez se pretendió por D.
Miguel Vibanco
reparar el edificio con mayor extensión y solidez, y al efecto zanjó los
cimientos, y ya las paredes comenzaban a salir de tierra, cuando el arzobispo virrey mandó suspender la obra, a
consecuencia de los desórdenes que se cometían por la mucha concurrencia, y
tapar la Sacrosanta Efigie, lo cual se ejecutó con esferas mojadas y tablas
clavadas, rozando bruscamente contra aquella Imagen venerable; pero esto, que
hubiera sido bastante para destruir la más firme pintura, no lo fué para lastimar
ni ligeramente aquella cara celestial y aquellas bienhechoras manos divinamente
conservadas.
La veneranda Imagen permaneció cubierta por
espacio de siete meses, hasta que el inquisidor mayor la descubre, y D.
J. Zambrano
repone un poco la capilla; pero a su muerte vuelve a quedar en abandono, y se
arruina casi del todo, sin que en tantas destrucciones y reposiciones padezcan
la más leve lesión, ni el admirable muro, ni la sagrada efigie.
Por último, un célebre y piadoso artesano,
el siempre memorable sastre D. José Haro, se presenta en la destruida ermita
para adorar a María; y desde luego, inspirado por el cielo, y dulcemente herido
su corazón de amor, determina reponer con suntuosidad aquella casa de oración,
y con heroica resolución pide, suplica, se humilla y dedica cuanto es y cuanto
tiene, para conseguir el dichoso logro de su empresa: por fin, el año de 1781
deja el santuario concluido, y perfectamente adornado con cuanto pudiera
desearse, establecido un capellán y fundadas muchas prácticas religiosas, que
contribuyen en gran manera a aumentar el culto de la sagrada Imagen: la viste
admirablemente con ricas telas y soberbios adornos, no obstante hallarse
pintada sobre el adobe de la prodigiosa pared, y es nombrado mayordomo perpetuo
por el lllmo. Sr. Arzobispo Haro y Peralta.
¿Ya estará asegurado para siempre el culto de María? ¿Ya no
se repetirán esas tristes alternativas de reposiciones y destrucciones, de ferviente
culto y de completo abandono? Así lo creyó el Br.
D. Pablo Antonio Peñuelas, cuando
escribió en 1781 la historia de Nuestra Señora de los Ángeles, de donde hemos
tomado los anteriores apuntes; pero ¡ay! se engañó:
el fervor aumentó al principio de tal manera, que fué necesario construir una
fábrica todavía más suntuosa, que fué dedicada en 1808; pero todavía una vez se
entibia la devoción, y va a cerrarse el santuario, porque no hay con que
sostener el culto; empero el año de 1812 se presenta un hombre verdaderamente
ilustre, el Sr. Dr. D. J. María de Santiago, que enamorado de aquella Imagen
celestial, y profundamente conmovido, al contemplar los prodigios obrados por
Dios, para conservar el muro y la Imagen, le consagra su rico patrimonio, sus relaciones
y su individuo mismo, y obtiene de los Sumos Pontífices las más singulares
gracias en favor del Santuario: Pio VI
lo agregó a San Juan de Letrán, Pió VII erigió allí una piadosa
congregación, y Gregorio XVI concedió oficio propio a la Virgen
Santísima bajo la adoración de los ángeles: falleció este hombre venerable en
1845, y poco después Pio IX concedió al Santuario el jubileo
de Porcíúncula.
Para describir la bellísima Imagen, copiaremos
literalmente al ya citado padre Peñuelas: «Es, dice, Nuestra Señora de los
Ángeles tan bella y agraciada, que no hay arbitrio para no rendirle el corazón
a la primera vista, y sacrificarle todos los afectos qué arrastra dulce y eficazmente.
Su tamaño no llega a siete cuartas, pues es la estatura natural de una doncella
joven de trece años: el pelo es entre oscuro y rojo, derramado blandamente por
los hombros, particularmente sobre el izquierdo, poblado y crespo en los
extremos y ceñido por el cerebro. La frente espaciosa y dilatada, sobre unas
cejas arqueadas y tupidas; los ojos hermosos y modestamente inclinados, tanto,
que apenas descubre la mitad de la pupila; la nariz seguida y no muy redonda;
los labios encendidos y pequeños, que resaltan con mucha hermosura sobre una
barba partida de un hoyito que se señala al medio; los carrillos con un color
tan vivo como el de la rosa más fragante y más fresca; el cuello corto y aguileño; el rostro, de un
colorcito muy apacible, trigueño rosado, se inclina mucho sobre la derecha, no
descubriendo más que el oído siniestro; las manos y los dedos muy torneados y
hermosos, descansando todo el cuerpo, según el ademan, sobre el pie derecho.»
En cuanto a su traje y adorno, todo es
verdaderamente admirable, si atendemos a que la sagrada Imagen es una pintura,
y una pintura de que solo existen el rostro y las manos, maravillosamente
conservados; y sin embargo, se le acomodan hermosos vestidos de costosas telas,
tiene en su cabeza corona imperial, ricas sortijas adornan sus dedos, y un
arete precioso la oreja izquierda, única que descubre: ¡asombrosa idea, que solo
el cielo pudo haber inspirado a D. José Haro! Todo está tan bien acomodado, como si
estuviera en una imagen de bulto; y, sin embargo, nada toca las sacrosantas
manos, rostro y cuello, de suerte, que al mismo Haro que
lo ideó, se le oyó decir muchas veces que no lo comprendía.
Innumerables son los prodigios que ha obrado
la santa Imagen en favor de sus devotos; pero por no ser más difusos,
contraigámonos a reflexionar,
detenida y concienzudamente, en el incontrastable de la conservación del muro y
de la Imagen, y demos muchas gracias a Dios, que ha querido manifestar de un
modo tan claro, el amor de su Santísima Madre a la ciudad de México y a toda
nuestra católica República.
VIDA DE MARIA
Inmaculada Concepción.
Ha llegado, por fin, el dichoso tiempo en
que el mundo comience a ser iluminado: ya se
aproxima el radiante sol del Redentor, y la autora sagrada de María lo precede;
la tierra salta de gozo y los ángeles del cielo se abisman asombrados, al contemplar
la sin igual criatura que acaba de animar el Eterno en el infecundo seno de
Anna; María comienza a existir, y desde luego es tan pura, tan santa, que
excede a todos los ángeles y bienaventurados juntos. Gloria a Dios,
autor de tantas maravillas, que tanto quiso honrar la mísera descendencia de
Adán. La Iglesia Santa siempre había tenido la creencia de la pureza original
de María; pero no había pronunciado su supremo fallo, hasta el año de 1854, en
que lo hizo por la inmortal boca de Pio IX. Adoremos
tan singular portento, y amemos mucho, mucho a esa Virgen Purísima, a esa
paloma cándida, lirio entre espinas, huerto cerrado, fuente sellada, Madre de Dios
y también de los hombres.
PUREZA DE MARÍA
María, Azucena
blanquísima y fragranté.
(Lilium candidum.)
¡Qué
bellas! ¡qué aromáticas se ostentan las hermosas azucenas! ¡Cómo atraen al
viajero, obligándolo por medio de su perfume delicado, a que las busque con la
vista! ¡Cómo embalsaman los campos, estando todavía cerradas sus Cándidas
flores! ¡Oh hermoso, aunque imperfecto símil de María en el vientre de su madre! No nace todavía, es azucena cerrada
que no ha visto la luz, pero ya llena con su fragancia el mundo, y a diferencia
de los demás hijos está más pura que la azucena en medio de los valles; tan
bella, tan agraciada, que su mismo Criador se admira de su obra, y le prodiga
elogios con palabras de exquisita ternura.
ORACIÓN
¡Purísima Virgen María mi Señora, Reina de los
ángeles y de los hombres, dechado perfectísimo de virtud, en todos los
instantes de tu vida! Por
aquella gracia singular, única, asombrosa, que te quiso dispensar la bondad del
Altísimo, al destinarte para Madre suya, exceptuándote del pecado original,
desde el primer instante de tu ser, llenando de asombro a las inteligencias
celestiales que se postraron luego delante de su Reina, te suplicamos nos
envíes un destello de esa pureza soberana, infundiéndolo en nuestro corazón,
para poder amar a Dios, arrepentidos de nuestras culpas, obteniendo su gracia y
perseverando en ella hasta la muerte. Así lo esperamos, Madre benignísima, á
vista de tus misericordias, pues de una manera bien patente te has declarado
amparo y custodia de la dichosa ciudad de México, en tu prodigiosa Imagen de
los Ángeles: extiende compasiva tu mano bienhechora, y bendice a toda la República,
y en especial, a estos tus hijos, que se han reunido hoy para adorarte,
proclamándote su guía, su tesoro y su Madre amorosa y Clementísima.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días antes de la
meditación.
Advierte, alma mía, que estás en la
presencia de Dios, mas íntimamente presente a Su Majestad, que á ti misma. Está
mirando el Señor todos tus pensamientos, afectos y movimientos interior y
exteriormente. Lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más: pobre,
miserable é inmunda, con la abominable lepra de todos los pecados con que has
ofendido hasta aquí su infinita bondad. Pero el Señor, obligado del peso de su
misma infinita misericordia, desea más que tú misma darte el perdón general de
todas tus culpas y el logro de esta meditación. ¿Qué hicieras, si supieras que era la
última de tu vida? Puede ser que no tengas otra de tiempo tan
oportuno. Ahora puedes conseguir con un pequé de
corazón, lo que no conseguirán con eterno llanto los condenados en el
infierno, que es el perdón de tus pecados. Alerta, pues: no pierdas tiempo tan
precioso, por amor de Dios.
Creo, Señor, que estáis íntimamente presente
a mi corazón. Os doy las gracias por los innumerables beneficios que he
recibido, y recibo en cada instante, de vuestra infinita liberalidad y
misericordia, especialmente porque me habéis conservado hasta aquí la vida,
habiendo yo merecido tantas veces las penas del infierno por mis pecados.
Concededme, Padre amorosísimo, un corazón agradecido a vuestras grandes
misericordias, y el logro de esta meditación, a mayor honra y gloria vuestra y
bien de mi alma. Esté yo en vuestra divina presencia con la humildad, atención
y reverencia de alma y cuerpo que corresponde en una vilísima criatura, cual yo
soy, que tantas veces os ha despreciado con ofenderos en vuestra misma
presencia. Detesto de todo mi corazón mis pasadas ingratitudes; las aborrezco,
por ser ofensas de vuestra infinita bondad: me pesa en el alma de haberos
ofendido, por ser quien sois. Quisiera deshacer todos mis pecados, por ser
desprecio de un Dios infinitamente bueno. Dadme, Criador y Dueño mío
amabilísimo, verdadera contrición de todos mis pecados, y propósito firmísimo
de la enmienda.
Bien conozco que no hay en mí otra cosa que
la nada, y sobre la nada el pecado. No soy en vuestra divina presencia más que
un condenado, y condenado tan innumerables veces, cuantas he repetido las
ofensas de vuestra infinita bondad. Compadeceos, Dios mío, de mis tinieblas: no
permitáis que pierda tiempo tan oportuno. Enseñadme a tener oración; regid mi
memoria; alumbrad mi entendimiento; moved mi voluntad. Obligaos de vuestra
misma bondad y de los méritos infinitos de vuestra Santísima vida, pasión y
muerte, y de los méritos é intercesión de vuestra Santísima Madre. Poned,
Señora, en mi corazón aquellos pensamientos, afectos y determinaciones que son
del agrado de vuestro Santísimo Hijo.
MEDITACIÓN
1—Demos
fervientes gracias al Señor por los prodigios singularísimos que obró en la
Concepción Inmaculada de María: ponderemos cuán grande debió ser su santidad y
su pureza cuando causó la admiración de los cielos, y cuán propicia deberá escuchar
a sus devotos, que la celebran, y se regocijan, recordando la mayor tal vez de
sus glorias.
2—Recordemos
las maravillas obradas en la conservación de Nuestra Señora de los Ángeles; y
revistámonos de confianza grande al presentar nuestras peticiones a la divina
Señora: ofrezcámosle con todas veras nuestro corazón y reguémosle que nos dé
perseverancia para concluir nuestras devotas prácticas en todo el mes.
3°—Pidámosle
la virtud de la pureza, suplicándole que interponga los méritos de su preservación
como Madre de Dios, para que su divino hijo nos conceda esta gracia, etc.
CANTO
¡Gloria a
la Virgen celestial y bella!
¡Gloria a
la Madre del divino Verbo!
¡A la Mujer
a quien la culpa fiera,
Ni en el
materno seno,
Pudo
manchar, como manchara de Eva
La progenie
infelice!
El
osado dragón que se atreviera,
Con
su infernal, emponzoñado aliento,
A
querer profanar tanta belleza,
Bajo
el pie de María sucumbe luego.
El
pie que en Vano su maldad acecha;
Y
en vez de la victoria,
Que
obtener pretendiera.
Hasta
el averno, de dolor rugiendo,
Para
ocultarse, avergonzado vuela.
María,
en tanto, celestial sonrisa
Dirige
a los mortales, como prueba
De
que está ya vengada,
Dé
la serpiente la maldad proterva.
¡Salve mil
veces, venturoso día,
En que la
Virgen bella,
Con su
divina planta,
Rompió de
los mortales la cadena!
PRACTICA PARA MAÑANA
—Darán una limosna, según
sus facultades; y los que absolutamente no puedan, visitarán al Señor Sacramentado,
pidiéndole el consuelo de los necesitados.
MES DE MARIA: LAS FLORES DE MAYO.
Por LUCIO MARMOLEJO (1868).
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