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lunes, 9 de mayo de 2022

MES DE MAYO, MES DE MARÍA: DÍA OCHO.


 

Visita a la Imagen de NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE, que se venera en su Santuario, extramuros de la ciudad de Oaxaca.

 

 

   Ya indicamos ayer, al referir la historia de la Aparición, que la bondad de María Santísima se había dignado dispensar sus favores por medio de las copias de la admirable original de Nuestra Señora de Guadalupe de México: una de las más célebres, es la que tiene la dicha de poseer la ciudad de Oaxaca, y venera en su Santuario: por mil títulos la aprecia y reverencia, y su historia es la siguiente:

 

   Estando de Deán en México el Ilustrísimo Sr. Dr. D. Alonso de Cuevas y Avalos, mandó sacar una copia de la imagen original de Nuestra Señora de Guadalupe, a un indio para ello muy diestro, y a fuerza de oraciones y penitencias que hizo al tiempo que la estaban pintando, consiguió que saliera tan hermosa, que según se dice, es la más parecida a su original. El Sr. Cuevas y Avalos la conservó en México, con mucha veneración, hasta que promovido al Obispado de Oaxaca, marchó a aquella ciudad, llevando consigo su querida imagen, y le fabricó extramuros de la capital, un hermoso Santuario, que dotó con todo lo necesario para el culto.

 



   Los oaxaqueños tuvieron desde luego en mucha estimación la Santa imagen, encontrando en ella el alivio de sus necesidades y el consuelo en sus aflicciones; pero se aumentó mucho su culto y veneración, desde el día 14 de Noviembre de 1605, en que sucedió el prodigio que vamos a referir, tomado del «Zodiaco Mariano.»

 

   Estaba la Santa imagen cubierta con un velo de tafetan formado de cuatro lienzos, y en el día referido se prendió fuego a él, estando las velas del altar, aunque encendidas, como una vara distante del velo; pero de los cuatro lienzos, solamente se quemó el segundo desde abajo hasta arriba, sin pegar la llama a los otros tres, ni al listón con que estaban sujetos a la varilla, del cual quedaron colgados dos pedazos del lienzo hecho ceniza como del tamaño de un geme; y juntos con los otros lienzos que permanecieron intactos, otros grandes pedazos de ceniza, uno de más de vara de largo y una ochava de ancho, los cuales no se cayeron en cuatro días que permaneció así la Santa Imagen, hasta que pudo ir a verla el lllmo. Sr. Obispo Dr. fray Tomas de Monterroso, quien hizo correr el velo a un lado y otro, y hasta la tercera vez cayeron las cenizas.

 

   Entre las innumerables personas que acudieron a presenciar el prodigio, estaba el presbítero D. Juan de Quintero, quien tomó unas pocas de aquellas cenizas, y volviendo, a su casa, las dio a beber a una hermana suya, llamada Crescencia, que estaba gravemente enferma de fiebre, y en el momento comenzó a sudar copiosamente, lo que no había podido conseguirse con otras muchas medicinas que para ello se le habían aplicado, y al siguiente día amaneció buena.

 

   El ya nombrado Sr. Obispo Monterroso, después de practicados todos los requisitos que para estos casos previene el Sagrado Concilio de Trento, declaró milagrosos los acontecimientos referidos, con lo que, según se dijo, creció en gran manera la devoción de los oaxaqueños.

 

   Crezca también nuestra confianza en María Santísima de Guadalupe, al ver que aun a las copias de su divino original de México ha comunicado virtud para favorecernos, y no saldremos desamparados.

 

 



 

VIDA DE MARÍA

Visitación a Santa Isabel.

 

 

   Ya lleva María Santísima en su seno al Criador del universo; ya no tiene que levantar los ojos al cielo, porque el cielo ha bajado y está en ella: se ha hecho María una misma cosa con Jesús; y desde luego su alma purísima se siente inflamada en la caridad más ardiente: reboza dentro de su pecho la virtud del Altísimo, y ansia por comunicarla a sus hermanos, por lo cual, inspirada por el que es ya su Hijo, marcha apresurad a la ciudad de Ebron, y llega a la casa de su prima Santa Isabel, llenándola de bienes; consuela a Zacarías, santifica al Bautista , y nos enseña a vivir santamente en medio del trato social para el que hemos sido criados.

 

 



 

CARIDAD DE MARÍA

María, hermosa y frondosísima hiedra.

(Convolvulus Ipomea.)

 

 

   Admiremos la caridad de María, manifestada de una manera tan asombrosa en su visitación a Santa Isabel, y contemplémosla simbolizada en la frondosa planta de la hiedra: ¡cómo se une con los árboles por medio de los exuberantes lazos de su follaje, como María con sus hermanos por su ardiente caridad! ¡cómo protege de los ardientes rayos del sol las delicadas plantas que en torno suyo crecen con la agradable sombra de sus tupidas enramadas, como María, cuya ferviente caridad defiende a los hombres en los peligros, les obtiene de Dios gracia en las tentaciones, y los consuela en sus aflicciones, como lo hizo en la casa de Santa Isabel, cuya familia toda llenó de bienes! ¡cómo se cubre la hermosa planta de la yedra de flores bellísimas de un azul más brillante y mas lindo que el del firmamento, como el Santísimo corazón de María, que está cubierto con las llamas brillantísimas de la caridad, más lindas y agradables a Dios, que cuantas han ardido en todos los demás seres creados!

 

 


 

ORACIÓN

 

 

¡Oh Santísima Reina de los Ángeles! hoy contemplamos regocijados la ardentísima caridad con que, prescindiendo de todo obstáculo mundano, y obediente a la divina inspiración, fuiste desde Nazaret hasta Ebron, para visitar a tu prima Santa Isabel, y llenar su casa de celestiales bendiciones; no te arredran lo largo del camino, lo pedregoso de las montañas, ni los peligros de toda clase a que debías exponerte; que no te arredre ¡oh misericordiosa Madre! lo feo y numeroso de nuestros pecados, para ejercer sobre nosotros tu compasiva caridad; no dudamos, Señora, que así lo harás, confiados en lo mucho que proteges a todos nosotros los mexicanos, aun por medio de las copias de tu Imagen de Guadalupe, como lo atestigua, entre otras muchas, la que se venera en la ciudad de Oaxaca, a quien hemos consagrado el día de hoy; si, pues, como lo esperamos, atiendes nuestros ruegos, nada nos quedará que desear, puesto que obtendremos la patria celestial. Amén.

 

 

 

MEDITACIÓN

 

 

1—Admiremos el modelo que María Santísima nos presenta en su visita a Santa Isabel, para enseñarnos la manera de conducirnos en la sociedad, y a vivir santamente en medio de los hombres y de los escollos del mundo.

2—Agradezcamos, como se debe, ese ejemplo, y veamos si lo hemos seguido; veamos si nuestras visitas llevan los mismos nobles objetos que la de María Santísima, y veremos qué diferencia, o por mejor decir, qué contradicción.

3—Lloremos arrepentidos tantos desvaríos, y propongámonos seguir, en lo posible, las huellas de María; ya lo hemos visto, la virtud no impide cumplir los deberes de la urbanidad, no prohíbe ciertos desahogos honestos, pero sí no tolera,

que, al cumplir con los deberes sociales, nos apartemos del sendero recto, que vayamos a buscar por su medio ocasiones de pecado, que nuestro fin sea torpe, etc.

 

 



CANTO

 

 

Ved a la Virgen Santa levantarse,

Y tomar el camino apresurada,

Que de Isabel conduce a la morada:

No le importan los riesgos,

De que en su viaje se verá cercada:

Su caridad ferviente

La impele, y obediente

Olvida el sol y el frio,

Y el precipicio y el profundo rio.

Llega por fin, e iluminada en tanto

La anciana madre del Bautista exclama:

«¿Por qué, porqué, a mí tanto

Tan singular favor, que del Eterno

Venga la Augusta Madre a visitarme?

Bendito sea tu Hijo,

Que quiso tanta dicha dispensarme.»

Y María, la Virgen sin mancilla,

Confiesa su grandeza soberana;

Pero en esto se humilla.

Pues nada se atribuye.

Y de Dios lo clemente

De aquí tan solamente

Para ensalzarlo su humildad concluye.

Á Zacarías consuela,

A Isabel edifica,

Y al Bautista en su seno santifica,

Y a la ciudad entera,

Y a la casa dichosa

Llena de bendiciones bondadosa.

Visítanos, Señora,

Cuando se acerque la hora de la muerte,

y de la eterna desgraciada suerte

Nos librará tu mano bienhechora.

 

 


 

PRÁCTICA PARA MAÑANA

 

 

—Se rezará siete veces al día la Salve Regina.

 

 

 

MES DE MARÍA: LAS FLORES DE MAYO.

Por LUCIO MARMOLEJO (1868).

 


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