Enviaron, pues, sus
hermanas a decir a Jesús: Señor, he aquí que el que amas está enfermo (Jn 11, 3).
Tres cosas se ofrecen aquí a nuestra
consideración:
La primera, que los amigos de Cristo son a
veces afligidos corporalmente, Por esto no es una señal de que uno no es amigo
de Dios, si alguna vez es afligido corporalmente, como arguyó erróneamente Elifaz
contra Job: Recapacita, te ruego,
¿qué inocente pereció jamás, o cuándo los justos fueron destruidos? (Job 4, 7) Por eso dicen (las
hermanas de Lázaro):
he aquí que el que amas
está enfermo. Y
en los Proverbios se lee: Al que ama el Señor, lo
castiga, y se complace en él, como un padre en su hijo (3, 12).
La segunda cosa es que no dicen: “Señor, ven, sánalo”; sino únicamente exponen la
enfermedad, diciendo: Está enfermo. En
lo cual se indica que basta al amigo exponer solamente la necesidad, sin añadir
ninguna petición; porque el amigo, cuando quiere el bien de su amigo como el
suyo propio, así como es solícito para repeler su mal, del mismo modo lo es
también para repeler el mal de su amigo. Y esto es principalmente verdadero en
aquel que ama verdaderamente: Guarda el Señor a todos los que le aman.
(Sal 144, 20)
La tercera es que, deseando estas dos
hermanas la curación de su hermano enfermo, no se llegaron personalmente a
Cristo, como el paralítico y el centurión, y esto por la confianza que tenían
con Cristo, por el amor especial y la familiaridad que Cristo les había
mostrado; y tal vez el llanto las detenía, como dice San
Juan Crisóstomo: Si fuera firme el amigo, dice el Eclesiástico, será para ti como un igual, y obrará con
confianza en tus cosas domésticas (6, 11)
(In Joan., XI)
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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