I. Lázaro, nuestro amigo,
duerme (Jn 11, 11).
Amigo, esto
es: por los muchos beneficios y obsequios que nos prestó, y por eso no debernos
faltarle en la necesidad.
Duerme. Por
lo que es necesario socorrerlo. El hermano se experimenta
en las angustias (Prov 17, 17) Duerme,
repito, como dice San Agustín: “Dormía para el Señor,
pero estaba muerto para los hombres, que no podían resucitarlo” (Tract., 49.)
El sueño se entiende de diversas maneras:
por el sueño natural, por la negligencia, por el sueño de la culpa, por el
descanso de la contemplación, por el reposo de la gloria futura, y a veces por
la muerte, como lo emplea el Apóstol:
Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca
de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros, que no tienen esperanza
(1
Tes 4, 12).
Pero la muerte se llama sueño a causa de la
esperanza de la resurrección, y por lo tanto la muerte suele ser llamada “dormición”,
desde el tiempo en que Cristo murió y resucitó: Yo dormí, y tuve profundo
sueño (Sal 3, 6).
Mas voy a despertarle del sueño (Jn 11, 11) En esto da a entender Jesús que con
la misma facilidad podía resucitar a Lázaro del sepulcro que despertar al que
duerme en el lecho. Lo cual no es de admirar, porque él es el que resucita a
los muertos y les da la vida. Por eso dice él mismo: Viene la hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán
la voz del Hijo de Dios (Jn 5, 28).
III. Vayamos a él. En lo cual se muestra la clemencia de
Dios, puesto que, no pudiendo los hombres acercarse por sí mismos a él en
estado de pecado y como muertos, los atrae misericordiosamente previniéndolos,
conforme a lo que se dice en Jeremías: Con amor perpetuo te amé;
por eso te atraje, teniendo misericordia
(31,
3).
IV. Vino, pues, Jesús, y
halló que había ya cuatro días que estaba en el sepulcro (Jn 11, 17) Según San Agustín, Lázaro, muerto de
cuatro días, representa al hombre
pecador retenido por la muerte de cuatro pecados: 1º, del
pecado original; 2º,
el pecado actual contra la ley natural; 3º,
el pecado actual contra la ley escrita; 4º, el pecado actual contra la ley del
Evangelio y de la gracia (Tract., 49).
O, de otro modo, el primer día es el pecado del
corazón: Apartad de mis ojos la
malignidad de vuestros pensamientos (Is 1, 16)
El segundo día es el pecado de boca: Ninguna palabra mala
salga de vuestra boca (Ef 4, 29)
El tercer día es el pecado de obra, del cual dice Isaías: Cesad de obrar perversamente (Is 1, 16)
El cuarto día es el pecado de la costumbre perversa.
Como quiera que se exponga, el Señor sana alguna vez a los muertos que tienen
cuatro días, es decir, a los que quebrantan la ley del Evangelio, y a los retenidos por
la costumbre del pecado.
(In Joan., XI)
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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