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martes, 22 de octubre de 2019

“LA HERIDA” QUE DEJO EL CONCILIO VATICANO II. Introducción.



Octubre de 1965: Jean-Pierre, 22 años. Estudiante de medicina, entra al Seminario de Issy-les- Moulineaux para iniciar sus estudios al sacerdocio.

   Con setenta y ocho compañeros, franquea las puertas de un establecimiento que está más allá del tiempo, donde el ritmo y las tradiciones parecen no haber cambiado después de muchos siglos. Dentro del mismo Seminario vivirá el gigantesco cambio que sufrirán la Iglesia y la sociedad. Lleva la crónica de las innovaciones, de los cuestionamientos, de las crisis. No faltan episodios trágicos, sorprendentes y a veces realmente cómicos.


   Junio de 1966: el Seminario ha cambiado definitivamente, como la Iglesia, como el mundo.

   La vida de Jean-Pierre será profundamente perturbada.


   Hoy por hoy médico, casado y padre de cinco hijos, Jean Pierre da un testimonio de emocionante autenticidad de lo que quedara, en su vida y en la Iglesia, como una herida.

   La voz de un antiguo seminarista francés que ha vivido ayer lo que quizás sucede hoy en los Seminarios de América del Sur.  



domingo, 6 de octubre de 2019

RESPETO HUMANO. PARTE III.




NECESIDAD DE DESPRECIAR EL RESPETO HUMANO.


  
Hemos de pisotear el respeto humano; es una necesidad vigorosa. Se ha de creer de corazón para obtener la justicia, y confesar con la boca para conseguir la salvación, dice el gran apóstol. (Rom. 10,  10).


No os avergoncéis de la manifestación de nuestro Señor, ni de mí, que soy su cautivo, dice S. Pablo a su discípulo Timoteo; sufrid más bien conmigo por el Evangelio, según la fuerza de Dios. (2ª Timoteo 1, 8)


¿Es de los hombres o de Dios de quien he de desear la aprobación? escribe aquel apóstol a los gálatas. ¿Trato acaso de agradar a los hombres? Si yo agradase aún a los hombres, no sería siervo de Jesucristo: (Gálatas 1, 10)


El que se haya avergonzado de mí y de mis palabras, dice Jesucristo, verá que el Hijo del hombre se avergüenza de él cuando venga en su majestad y en la de su Padre y de los santos ángeles:(Luc. 9, 26).


El que me haya confesado delante de los hombres, dice también en otra parte, verá como le confieso delante de mi Padre, que está en los Cielos. Y yo negaré también delante de mi Padre que está en los Cielos a cualquiera que me haya negado delante de los hombres (Mt. 10, 32-33).


Y el dejarse dominar por el respeto humano es ciertamente avergonzarse de Dios y negarle.


No temáis el oprobio ni las blasfemias de los hombres, dice Isaías.



“TESOROS”
De Cornelio Á. Lápide. — 1882.

jueves, 26 de septiembre de 2019

RESPETO HUMANO. PARTE II.




DESORDEN QUE HAY EN EL RESPETO HUMANO.


   Primer desorden del respeto humano: destruye el amor de preferencia que debemos a Dios; lo que es destruir toda la religión. Preferir Dios a la criatura es el sagrado deber de todos los hombres; y el respeto humano hace preferir la criatura al Creador. ¿Por qué, en efecto, llamamos a este respeto humano, sino porque nos hace preferir la criatura a Dios...?

   Segundo desorden del respeto humano: precipita al hombre en una especie de apostasía. ¿Cuántas irreverencias en el lugar santo por temor de parecer hipócritas y cristianos...?

   Tercer desorden del respeto humano: hace inútiles las más preciosas gracias de Dios. Sentimos la necesidad de una vida más arreglada; pero el respeto humano paraliza estas buenas disposiciones... Todas las gracias llegan a ser inútiles por esta desgraciada debilidad...


EL RESPETO HUMANO ES UN ESCÁNDALO.


   El respeto humano es un escándalo injurioso para Dios, porque destruye el culto de Dios...

   El respeto humano, es, sobre todo, un sensible y perniciosísimo escándalo en los ricos y en los poderosos...



¿DE DÓNDE VIENE EL RESPETO HUMANO?


   Muchos de entre los mismos príncipes creyeron en Jesucristo, dice el Evangelio; pero, a causa de los fariseos, no lo confesaban por miedo de ser arrojados de la sinagoga; pues preferían la gloria de los hombres a la gloria de Dios. ¡Cuántos imitan este triste ejemplo...!


   ¡Se teme la crítica...! Tengamos los sentimientos de S. Agustín, que decía: Pensad de Agustín lo que os plazca; todo lo que deseo, todo lo que quiero y lo que busco, es que mi conciencia no se acuse ante Dios. (Lib. I contra Secundinum, c. I).



“TESOROS”

De Cornelio Á. Lápide. — 1882.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

RESPETO HUMANO. PARTE I.




EL RESPETO HUMANO ES UNA ESCLAVITUD.


   Que cosa más servil que quedar reducidos, o más bien reducirnos a nosotros mismos a la necesidad de conformar nuestra religión al capricho de otro, y practicarla, no según el Evangelio, sino según las ideas de los demás, no dar señales de profesarla, ni cumplir los deberes que nos impone, siendo tan solo cristianos según el capricho ajeno.

   San Agustín condena a los sabios del paganismo, a quienes la razón manifestaba la de un Dios único, y que adoraban a varios por respeto humano. Y por otro respeto humano, el cobarde cristiano no sirve al Dios que conoce y en quien cree. Aquéllos eran supersticiosos e idólatras; y éste, por respeto humano, es hoy infiel e impío. Aquéllos, para no atraerse el odio de los pueblos, practicaban lo que condenaban, adoraban lo que despreciaban, profesaban lo que detestaban, dice S. Agustín: Los paganos remedaban a los devotos (Lib. de Civit.), dice Bourdaloue, y nosotros remedamos a los ateos. En ellos no era más que una ficción que sólo interesaba a las dignidades falsas; pero la nuestra es una abominación real. (Sermón sobre el respeto humano).

   Obrar así es hacernos esclavos; y nacidos libres, debemos serlo inviolablemente por Dios, a quien debemos fe, respeto, adoración, reconocimiento y amor...


EL RESPETO HUMANO ES DEBILIDAD Y COBARDÍA.

   En el tiempo de la pasión, la sirvienta que estaba a la puerta dijo a Pedro; ¿Eres también uno de los discípulos de este hombre? Y él contestó; No lo soy; (Juan 18, 17). Tal es la debilidad y la cobardía del respeto humano...

   El que teme al hombre caerá de repente, dicen los Proverbios. No han invocado al Señor, dice el Salmista, se han estremecido de terror allí donde no había que temer.

   ¿Qué cobardía, por ejemplo, no atreverse a manifestarse cristiano con una sencilla señal de la cruz? ¿No es la cruz, dice S. Agustín, la que nos bendice y el agua que nos regenera, y el sacrificio que nos alimenta, y la unción santa que nos fortifica? (Tract. CXXVIII. in Joann).

   El respeto humano es cosa indigna y cobarde... Nada degrada, envilece ni deshonra al hombre como el respeto humano...

   ¿Qué es lo que nos contiene? Una palabra, un signo, una chanza... ¡Que pequeñez de espíritu, y que mezquindad de corazón!... En vano tratamos de ocultar esta debilidad y esta cobardía...


“TESOROS”
De Cornelio Á. Lápide. — 1882.

jueves, 19 de septiembre de 2019

MODO PRÁCTICO DE CONFESARSE BIEN Y CON BREVEDAD.




   Primeramente, pedirás la gracia al Señor por intercesión de su bendita Madre, María Santísima.

   Después harás el examen; si no te has confesado en mucho tiempo, lo harás siguiendo los Mandamiento; pero si acostumbras a confesarte a menudo, lo harás por lo que hayas faltado a Dios, al prójimo y a ti misma por comisión y omisión.

   Luego procurarás excitarte al dolor de tus pecados, acercándote al confesor con aquella humildad, confusión y dolor con que el hijo pródigo se acercó a su padre, o con el arrepentimiento que tuvo la Magdalena al acercarse a Jesucristo.

   Ponte, si hay otros aguardando, en el lugar correspondiente, y con el posible recogimiento te excitarás más y más al dolor de tus pecados, repitiendo a menudo los actos de contrición y atrición.

   Cuando te corresponda confesarte te persignarás y santiguarás, y profundamente inclinada dirás: Yo pecadora, etcétera, y darás principio a la confesión de este modo:

   Padre, hace tantos días que no me he confesado. Cumplí la penitencia, o no. Tengo tal estado. He examinado la conciencia, y me acuso:
   En primer lugar, de haber faltado en tales cosas. (Aquí se dirá la falta.)
   En segundo lugar, de haber sido omisa en tal y tal cosa.
   En tercer lugar, de haber dicho tal o tales palabras que no debía, etc., etc.
   Por materia más cierta de este Sacramento, me acuso de todos los pecados de mi vida pasada cometidos contra tal Mandamiento (aquí se dirá el Mandamiento en que hayas faltado en la vida pasada), confesado ya, y en particular del primero y último, y del que es más grave en la presencia divina; de éstos y de todos me acuso y pido con toda humildad perdón a Dios, y a vos, Padre, la penitencia y absolución con propósito de enmendarme asistida de la divina gracia.

   Escucharás después con atención las palabras o la exhortación que te hará el Padre confesor, al cual responderás con brevedad é ingenuamente a las preguntas que te hiciere; y mientras hablare el confesor debes estar atenta, sin pararte en examinar si te ha quedado algo que decir, ni distraerte en otras cosas; finalmente, al tiempo de recibir la absolución dirás el acto de Contrición: Señor mío Jesucristo, etc.

   Será bueno que la persona que trata de perfección dé cuenta, no en cada confesión, sino de vez en cuando, a su director cómo le va en la oración, si es puntual, si se ha detenido en ella todo el tiempo señalado, si en la víspera se prepara a ella leyendo el punto, si nota lo principal que le pasa, etc.

   Con este método se puede fácilmente confesar, y con poco tiempo adelantar en la perfección y llegar por este camino a la patria celestial, a la cual, y no a otro fin, deben dirigirse nuestros pensamientos, obras y deseos.


DEVOCIONARIO.
POR
GABINO CHÁVEZ (Presbítero). —1894.


viernes, 13 de septiembre de 2019

CONFESIÓN.




 ¡Qué hermosa transformación la que hace en el alma el santo sacramento de la Penitencia! El culpado se convierte en inocente, el esclavo de Satanás en hijo de Dios, y el que poco antes era monstruo horrendo por la culpa, en imagen bellísima del Creador. ¡Tanto es el poder de la divina gracia que se comunica en este Sacramento! Necio es, pues, el que mira con horror a un Sacramento tan saludable, recibiéndolo tan sólo, o por temor a las censuras de la Iglesia, o por respeto al qué dirán. ¿Qué delincuente se detuviera perezoso en las prisiones si dependiera su libertad de la confesión ingenua de su culpa? ¿Qué náufrago no alargaría la mano a la tabla que le ofreciese la Providencia? ¿Qué enfermo consentiría en morir por evitar lo poco de mal sabor de la medicina?

   No quieras, hija de María, ser calificada de necia si, hallándote agobiada bajo el peso de las culpas, o por siniestras preocupaciones o por frívolas excusas, huyes del alivio que se te ofrece en este Sacramento, o no lo frecuentas a menudo y con las debidas disposiciones. Mira que un solo grado de gracia de los que allí se comunican es de más precio que todo cuanto hermoso y bello hay en la Naturaleza. ¿Y quién á tan poca costa no atesora para el cielo lo que vale tanto? ¿Quién no solicita purificarse en esta vida de aquellas manchas que para quitarse necesitan de mucho fuego en el purgatorio?

   Pero antes de pasar a la práctica de este Sacramento quiero prevenirte contra otra necedad peligrosísima, harto frecuente por desgracia aun en personas que se acercan a menudo a los santos Sacramentos: la necedad de callar pecados. Prudente es el rubor que impide el pecado, pero imprudente el que dificulta la penitencia. Una refinada soberbia suele ser el origen de esta confusión culpable, que tantas almas tiene precipitadas en el abismo infernal; porque, si eres humilde, te holgarás de que el confesor te tenga por defectuosa y delincuente.

   Ea, rompe con valor ese rubor que oprime la garganta, y descubre tu pecho al que como padre te guardará inviolable secreto. Nada dirá, que nada puede decir; y aunque pudiera lo callaría, porque más hace el penitente en fiarle su mayor secreto que él en guardarlo. No creas se escandalice el confesor prudente por la enormidad del delito, porque harto conocida le es tu miseria, o por lo que ha leído, o por lo que ha aprendido en los demás.

   Manifiesta con confianza todas tus culpas graves, según las tengas en la conciencia, y sabe que mientras así no lo hagas añades pecados a pecados, quitas el mérito a tus obras y compras leña para quemarte en el infierno. Si oras, si das limosna, si ayunas a pan y agua, si derramas toda la sangre de tus venas al golpe de la disciplina, y al mismo tiempo callas o disimulas algún pecado, no podrás, a pesar de todo eso, entrar en el cielo; de nada te servirá. ¡Qué locura! ¡Por no querer pasar un poquito de vergüenza en el rincón de un confesonario, padecer eterna confusión! —Si no tienes valor para descubrir el mal estado de tu conciencia al propio director (que fuera lo más acertado), busca otro y comienza tu confesión por estas palabras: Padre, vengo poseída de la vergüenza.

   Convencida Santa Teresa de Jesús de que las confesiones mal hechas precipitan a muchas almas en el infierno, escribía llena de celo a un predicador estas palabras: «Padre, predicad muchas veces contra las confesiones mal hechas, porque el demonio no tiene otro lazo con que coger tantas almas cuantas coge con éste.» No basta, pues, confesarse; es preciso hacerlo bien, y con las disposiciones requeridas, de examen, dolor, propósito, confesión de boca y satisfacción. Hazlo así, que yo te aseguro feliz éxito en el Tribunal divino, ante el cual no valdrá excusa alguna, — Además, importa mucho que obedezcas ciegamente; y así, cuando el director te diga que estás bien confesada, lo creas y ahorres ciertas inflexiones extravagantes de si te has o no explicado bien, si te han o no entendido, si tienes o no dolor de tus pecados, si hubo o no falta en el examen, persuadiéndote que sólo se va seguro por el camino de la obediencia. —Evita el ser larga en el confesionario; para esto omite cuentos ridículos, noticias que no pertenecen al Sacramento, faltas ajenas y ciertas pretensiones de mundo que hacen sospechosas las confesiones.


POR
GABINO CHÁVEZ
Presbítero (1894).

martes, 3 de septiembre de 2019

JURAMENTO ANTIMODERNISTA. Por S.S. Pío X.





Motu Propio: “Sacrorum Antistitum”
Impuesto al clero en septiembre de 1910
por S.S. Pío X



El 1 de Septiembre el papa Pío X impuso al clero el Juramento antimodernista para neutralizar la herejía modernista








 Juramento para ser proferido por todos los miembros del clero, pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos y profesores en seminarios de filosofía y teología.




Motu proprio “Sacrorum Antistitum” con el juramento antimodernista que todo el clero debía prestar a partir del subdiaconado.


Acepto las verdades declaradas por el magisterio infalible de la Iglesia.


«Yo, ________ abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.


La existencia de Dios es demostrable con certeza

En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto.
En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales, en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.


La Iglesia fundada por Cristo

En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.



La Tradición apostólica

En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. Por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.


Adhesión del intelecto a la Verdad divinamente revelada.

En quinto lugar: mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades del subconsciente, bajo el impulso del corazón y el movimiento de la voluntad moralmente informada, sino que un verdadero asentimiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente, asentimiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Señor. Más aún, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.

Rechazo asimismo el error de aquellos que dicen que la fe sostenida por la Iglesia contradice a la historia, y que los dogmas católicos, en el sentido en que ahora se entienden, son irreconciliables con una visión más realista de los orígenes de la religión cristiana.

Condeno y rechazo la opinión de aquellos que dicen que un cristiano bien educado asume una doble personalidad, la de un creyente y al mismo tiempo la de un historiador, como si fuera permisible para un historiador sostener cosas que contradigan la fe del creyente, o establecer premisas las cuales, provisto que no haya una negación directa de los dogmas, llevarían a la conclusión de que los dogmas son o bien falsos, o bien dudosos.


La verdadera exégesis de la Escritura se funda en los Padres eclesiásticos

Repruebo también el método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, apartándose de la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe, y las normas de la Sede Apostólica, abraza los errores de los racionalistas y licenciosamente y sin prudencia abrazan la crítica textual como la única y suprema norma.

Rechazo también la opinión de aquellos que sostienen que un profesor enseñando o escribiendo acerca de una materia histórico-teológica debiera primero poner a un costado cualquier opinión preconcebida acerca del origen sobrenatural de la tradición católica o acerca de la promesa divina de preservar por siempre toda la verdad revelada; y de que deberían interpretar los escritos de cada uno de los Padres solamente por medio de principios científicos, excluyendo toda autoridad sagrada, y con la misma libertad de juicio que es común en la investigación de todos los documentos históricos ordinarios.


Rechazo del panteísmo modernista

Declaro estar completamente opuesto al error de los modernistas que sostienen que no hay nada divino en la sagrada tradición; o, lo que es mucho peor, decir que la hay, pero en un sentido panteísta, con el resultado de que no quedaría nada más que este simple hecho—uno a ser puesto a la par con los hechos ordinarios de la historia, a saber, el hecho de que un grupo de hombres por su propia labor, capacidad y talento han continuado durante las edades subsecuentes una escuela comenzada por Cristo y sus apóstoles.

Prometo que he de sostener todos estos artículos fiel, entera y sinceramente, y que he de guardarlos inviolados, sin desviarme de ellos en la enseñanza o en ninguna otra manera de escrito o de palabra. Esto prometo, esto juro, así me ayude Dios, y estos santos Evangelios».


San Pío X

lunes, 19 de agosto de 2019

NECESIDAD DE LA CONFESIÓN.




   “Los pecados serán perdonados a aquellos a quienes los perdonáreís”, dice Jesucristo a sus Apóstoles. (Juan 20, 23). Por consiguiente, si queremos obtener el perdón de nuestros pecados, es preciso confesarlos. Jesucristo no promete su gracia y el cielo sino con esta condición…  “Lo que desatáreis en la tierra, quedará desatado en el cielo”. (Mateo 18, 18). Y como no hay otro medio para desatar que la confesión, puesto que sólo a ella Jesucristo ha unido la libertad del alma, resulta por consecuencia que es necesaria la confesión. La confesión es necesaria para humillarnos, para arrojar lejos de nosotros el pecado y expiarlo......


   Dios nos ha confiado el ministerio de la reconciliación, dice S. Pablo. Es pues preciso acudir a los Sacerdotes, si queremos reconciliarnos con Dios.


   Si confesamos nuestros pecados, dice el apóstol S. Juan, Dios fiel y justo es él para perdonárnoslos. Si confesamos nuestros pecados; es pues necesario confesarnos. Nos dice el Apóstol: Si oráis, si ayunáis, Dios perdonará vuestros pecados; sino: Si confesáis vuestros pecados. Por consiguiente, sólo a la confesión ha unido Dios la remisión de los pecados......


   Para apoderarse de la ciudad de Betulia, Holofernes mandó que cortaran el canal que llevaba agua dentro de ella, (Judit 7, 7). La confesión es el único canal por donde llega al hombre el agua de la gracia y del perdón. Por consiguiente, sin confesión, no hay gracia, no hay perdón, no hay cielo......


    Sobre las palabras del Salmo 99, dice S. Agustín; el Profeta indica que nadie puedo llegar a la puerta de la misericordia de Dios sino por la confesión de sus pecados: (In Psal.).


   Dios, dice el mismo Doctor, ha creado al justo: el hombre ha producido al pecador. Pecadores, destruid lo que habéis hecho, a fin de que Dios salve lo que ha hecho. Es menester que aborrezcáis en vosotros vuestra obra, para que améis en vosotros la obra de Dios. Cuando empecéis por detestar lo que habéis hecho, el bien nacerá en vosotros con la confesión de vuestros pecados; el principio de las buenas obras es la declaración de las malas. (Tract. XII in Joann.).


   Después del bautismo, dice S. Bernardo, no tiene el hombre otro remedio que acudir a la confesión. (Epist.).


   Confesad vuestros pecados uno a otro, dice el apóstol Santiago. (v. 16).


  Jesucristo dijo a sus Apóstoles: Id é instruid a todas las naciones en el camino de la salud, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo mismo estaré continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos: (Mateo 28, 19-20).


   También les dijo a los setenta y dos discípulos, según nos refiere S. Lucas: El que os escucha a vosotros, me escucha a mí; y el que os desprecia a vosotros, a mí me desprecia: y quien a mí me desprecia, desprecia a Aquel que me ha enviado: (Luc. X. 16). Tened por pagano y publicano a todo el que no escucha a la Iglesia: (Mateo 18, 17).


   La Iglesia, sagrada esposa de Jesucristo, ha pues recibido de su divino Esposo todos los poderes que el mismo tenia, y por consiguiente el de hacer leyes. Mas, he aquí una de las que ha hecho y mandó observar so pena de pecado mortal: Confesarás todos tus pecados a lo menos una vez cada año.


   Dice el Concilio de Trento; Es tan necesario el sacramento de la Penitencia para la salvación de los que han caído después del bautismo, como lo es el bautismo para los que no lo han recibido: (Sess. XIV. de Poenit., c. II).


   Si alguno, dice el mismo Concilio, niega que la confesión sacramental sea necesaria por derecho divino para la salvación, téngasele por anatematizado: (Sess. XIV. de Poenit., c. VI).


   La confesión es pues necesaria, y el que no obedece a este precepto desprecia a la Iglesia; es anatema.


   Siempre ha existido la confesión, dice el abate Gaume; y además, siempre se ha mirado la confesión como el único medio de obtener la remisión de los pecados. Y hasta es imposible que haya otro. En efecto: si hubiese en la Religión otro medio distinto de la confesión para volver en gracia con Dios; si bastase, por ejemplo, humillarse en su presencia, ayunar, orar, dar limosna, confesarle la falta en el secreto del corazón, ¿qué sucedería? —Que nadie se confesaría. — ¿Y quién sería bastante simple de ir a solicitar con tono suplicante, a los pies de un hombre, una gracia que tan fácilmente podría obtenerse sin él y a pesar suyo? De dos medios, los hombres escogerán siempre el que, más fácil, concilie también admirablemente los intereses de la salvación y del amor propio. Desde entonces, ¿a qué queda reducida la confesión establecida por el mismo Jesucristo? Cae y queda sin honor ni efecto en el mundo. ¿Qué es del magnífico poder que dio a sus ministros de perdonar y retener los pecados? ¿No es evidente que este poder tan admirable y tan divino se volvería ridículo y completamente ilusorio, puesto que jamás podría ejercerse?


   Así es que, o hay obligación para todos los pecadores de confesar sus pecados a los Sacerdotes, o bien Jesucristo se ha burlado de sus Sacerdotes diciéndoles: Los pecados serán perdonados a aquellos A quienes los perdonéis, y serán retenidos a aquellos a quienes los retengáis. También se habría burlado de S. Pedro cuando le dijo: Te daré las llaves del reino de los cielos. ¿De qué les serviría tener las llaves del Cielo, sí se podía entrar en él sin estar abierto por su ministerio?


   Ya veis que, si la confesión no fuese el único medio, el medio indispensable de obtener el perdón de los pecados, las palabras del Hijo de Dios serian insignificantes, falsas y mentirosas: blasfemia horrible que equivaldría a negar la misma divinidad de Jesucristo. (Catéch. de persév., art. Confess.).


   Para prescindir de la ley de la confesión, añade el Sr. Ganme, es menester desafiar no sólo la autoridad de Jesucristo y de la Iglesia, sino también la del sentido común; es preciso ahogar la voz de la naturaleza que grita a todos los culpables: No hay perdón sin arrepentimiento, y no hay arrepentimiento sin confesión de la falta. (Ut supra).


   El sacramento de la Penitencia es necesario por necesidad de medio y de derecho divino a todos los que han perdido la inocencia de su bautismo, haciéndose culpables de algún pecado mortal; es el sólo y único medio que Dios ha dejado a su Iglesia para reconciliarlos con Dios.



“TESOROS”
DE
CORNELIO Á LÀPIDE.