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jueves, 19 de agosto de 2021

MEDITACION: De la confianza que debemos tener en la santísima Virgen.


 

Punto primero.

 

 

   —Considera que la confianza es cierta opinión o cierta seguridad que se tiene en la buena voluntad de una persona que nos favorece, y en el poder que la acompaña para hacer efectiva esta buena voluntad. No basta querer hacer bien; es menester poder hacerle: el poder sin la voluntad no funda la confianza; y la voluntad sin el poder, a lo sumo, es un buen deseo estéril y una benevolencia sin fruto. Ahora, pues, no es dudable que la Virgen tenga este poder. Sabemos (dice san Anselmo) que es tanto su mérito, tanto su valimiento con Dios, que no es posible carezca de efecto aquello que pide y quiere (Lib. de Concept. Virg.): De aquí concluye que no es posible se pierda ni se condene un alma a quien esta Señora tomó debajo de su protección: Ninguna cosa se resiste a tu poder, o Virgen santa (dice Jorge, arzobispo de Nicomedia (Orat, de exit. Virg.), ninguna se opone a tu voluntad: todas obedecen tus preceptos; todas se rinden a tu autoridad. ¿Cómo no ha de ser todopoderosa, dice san Bernardo, habiendo puesto el Señor en sus manos la plenitud de todos los bienes? y quiere (añade el mismo Santo) que todo el bien que nos hace, pase primero por el canal de María (Serm. de Nativit.): Pues ¿qué confianza no deben tener en María (continúa este Padre) todos aquellos que la sirven, y están debajo de su protección, pues conoce todas sus necesidades, puede y quiere socorrerlas? Las conoce, porque es madre de la Sabiduría; quiere, porque es madre de misericordia; puede, porque es madre del Todopoderoso. La cualidad de madre, dice santo Tomás, da cierta autoridad natural sobre el hijo, que ningún privilegio puede derogar. Masque los hijos sean reyes, más que sean soberanos, más que sean supremos dueños, podrá tal vez un hijo rescatar a su misma madre; mas no por eso será esta esclava suya: tenga una madre a su hijo cuantas obligaciones son imaginables, siempre será madre, y ni la condición ni el estado disminuirán un solo punto su autoridad. Pues ¿qué poder será el de la Virgen? ¡oh Dios, y qué motivo de consuelo para los verdaderos siervos de María este gran valimiento que tiene con su Hijo la soberana Reina!

 

 

 

Punto segundo.

 

   —Considera que solamente los que no conocen quién es la santísima Virgen, pueden ignorar el tierno y compasivo amor que profesa a los hombres. Es la madre de los escogidos y el refugio de los pecadores; es el consuelo de los afligidos y la salud de los enfermos; es, como canta la Iglesia, el común asilo y el auxilio ordinario de todos los Cristianos. Es inseparable, dice san Anselmo, la maternidad divina de la maternidad humana: por el mismo hecho de ser María Madre de Dios, quedó constituida Madre de los hombres. Pues ahora, no es la naturaleza más ardiente en sus movimientos (como observa san Ambrosio) que lo es la gracia en los suyos; antes, por el contrario, el fuego de la caridad es mucho más vivo, mucho más puro, mucho más fuerte que el de la naturaleza. Y siendo el de la santísima Virgen de una consumada perfección, infiere de aquí el tierno amor que nos tiene. ¿Qué mayor prueba nos pudo dar, que haber ofrecido ella misma su querido Hijo a la muerte de cruz por la salvación de lodos los hombres? Si quiso Dios que precediese su consentimiento para la encarnación del Verbo, dicen los Padres, parece que no menos había de preceder para su afrentosa muerte. Sabemos todos cuál fue la ternura sin semejante de la santísima Virgen para con aquel amado Hijo; con todo eso, ella misma le ofreció en el templo como víctima por nuestra redención. Por aquí puedes conocer cuánto nos amó. Nunca, nunca comprenderemos hasta dónde llega el exceso del amor que nos tiene esta Señora. ¡Buen Dios, y qué motivo para nuestra confianza! ¡Oh María! (exclama san Buenaventura) por miserable que sea un pecador, siempre le miras con ternura de madre; siempre le abrazas como tal; y no le abandonas hasta haberle reconciliado con el formidable Juez. Bien sé, Virgen santa (dice san Pedro Damiano), que toda estás llena de amor, y que nos amas a todos con una inmutable, con una invencible ternura; pues en Vos y por Vos vuestro Hijo y vuestro Dios nos amó con extremo amor. Pero si la santísima Virgen ama tan tiernamente a los pecadores, ¿con qué ternura no amará a los justos? ¿qué ardor sobre todo no será el suyo por sus fieles y devotos siervos? En la Virgen María, dice el devoto Idiota, se halla todo género de bienes; ama a los que la aman; y lo más admirable es, que sirve más a sus siervos, que lo que estos la sirven ¡Mi Dios! gran consuelo es para todos los hombres el saber que somos tan tiernamente amados de la santísima Virgen. ¿Quién dejará de tener confianza en una Madre tan poderosa? ¿y quién podrá dejar de amarla? No por cierto (exclama san Bernardo); aunque todo el infierno junto se desate contra mí; aunque me espante la multitud y la gravedad de mis pecados; aunque mi propia flaqueza me atemorice, sé que la santísima Virgen me ama; pues no habrá ya cosa capaz de alterar mi confianza. Bástame que me ame esta Señora, para que lo espere todo de su poderosa intercesión.

 

 

   Lo mismo digo yo, amantísima Madre mía, y lo mismo os repetiré toda mi vida. Un solo dolor me aflige, y es el no haberos amado hasta aquí; pero con el auxilio de la divina gracia, que Vos me conseguiréis, espero reparar mi pasada ingratitud, por la ternura con que os amaré el resto de mis días. Después de Dios tengo, Señora, puesta en Vos toda mi confianza.

 

 

 

Jaculatorias.

 

   Olvídeme yo, Señora, de mí, si algún día me olvidare de tí. (Salm. 136).

 

 

   Tened, o Virgen santa, misericordia de mí, pues en Vos tengo yo puesta toda mi confianza. (Salm. 56).

 

 

 

PROPÓSITOS.

 

 

1— En la segunda homilía que compuso san Bernardo sobre aquellas palabras del Evangelio: nos enseña un admirable ejercicio de devoción. Oh tú, cualquiera que seas, dice el Santo, que te hallas engolfado en este borrascoso mar del mundo, agitado de la tempestad, y rodeado de escollos y de bajíos, si quieres evitar el naufragio, ten siempre fijos los ojos en esta estrella de la mañana. Si soplan furiosos los vientos de las tentaciones, si vas a estrellarte contra los escollos de la tribulación, no pierdas de vista la estrella, invoca a María. Si te sientes molestado del espíritu de la ambición, del orgullo, de la envidia, de la murmuración, mira a la estrella, invoca a María. Si la cólera, si la avaricia, si el demonio de la impureza te fatiga, recurre a María. Si te espanta la memoria de los pecados pasados; si los remordimientos de una conciencia manchada te atribulan; si el temor de los terribles juicios de Dios te quiere inducir a la desesperación, piensa en María. En toda suerte de peligros, en todo género de enfadosos accidentes, en toda especie de dudas, sea tu recurso María. Ten continuamente en la boca el nombre de María, y tenle también profundamente grabado en lo íntimo del corazón. Pero, sobre todo, procura imitar sus virtudes si quieres que sean oídas tus oraciones. Con semejante guía nunca te descaminarás; y a la sombra de su protección puedes vivir tranquilo y en reposo. Segura está tu salvación si te es propicia la santísima Virgen. Esto era lo que sentía aquel gran Santo; practica tú lo mismo.

 

 

2— Todos los días de tu vida has de rezar la oración siguiente, que compuso san Agustín, y adoptó la Iglesia, repitiéndola muchas veces en el oficio divino: “Santa María, socorre a los miserables, anima a los pusilánimes, fortalece a los flacos, ruega por el pueblo, pide por el clero, intercede por el devoto sexo de las mujeres, experimenten tu asistencia y tu poderosa protección todos aquellos que están dedicados a tu servicio, y celebran tu santo nombre”.

 


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