Toda la liturgia de
Adviento es una gran expectación de la
venida del Salvador. La Iglesia nos recuerda los ardientes deseos del Mesías, que
continuamente estuvieron resonando a través del Antiguo Testamento, y nos
invita a repetirlos con ella de una forma cada vez más apremiante a medida que
se acerca Navidad.
Ya en
el primer domingo, el profeta Isaías anuncia al pueblo de Israel el Mesías que
aguarda: “Miro a lo lejos, y he ahí
que veo a Dios venir en su poder; una nube cubre toda la tierra. Id a su
encuentro y preguntad: Dinos si eres Tú el que ha de reinar sobre el pueblo de
Israel. Vosotros todos, habitantes de la tierra, hijos de los hombres, ricos y
pobre juntos. Id a su encuentro y preguntad: Pastor de Israel, que guías a José
como rebaño, atiéndenos. Dinos si eres Tú. Alzáos, ¡oh puertas!; abríos, ¡oh
antiguas entradas!, que va a pasar el Rey de la gloria. El que ha de reinar
sobre el pueblo de Israel.”
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Profeta Asíais |
En verdad que el Salvador ha venido ya; pero nosotros le esperamos
de nuevo. Para nosotros y para
nuestro tiempo esperamos sus gracias redentoras y santificadoras que han de
transformar nuestras vidas humanas en imagen de la suya. Para todas las generaciones de hombres que
han de sucederse sobre la tierra, esperamos, al fin de los tiempos, la vuelta
gloriosa de Cristo, Redentor del mundo, quien llevará consigo a todos los elegidos al reino de su Padre.
Toda la obra de Cristo, hasta en sus más lejanas resonancias, la evoca ahora la
Iglesia a la luz de los textos de la revelación.
El Mesías esperado es Rey no solamente de
Israel, su pueblo, sino también de todas las naciones. Es el propio Hijo de Dios, hecho hombre
para salvar a todos los hombres, y para llevarlo consigo al reino de su Padre. A los que
le hayan recibido aquí como a su Salvador, les dirá un día: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado
para vosotros desde el principio del mundo”.
Las perspectivas del
Adviento son, pues, inmensas. La Iglesia nos pone
delante de los ojos toda la obra de la Redención. A medida que se suceden las
generaciones humanas va extendiéndose el Reino de Dios, hasta el día en que
Cristo, reuniendo de los cuatro extremos del mundo a sus elegidos, les presente
a su Padre como su conquista, para darles participación en su Reino glorioso.
Clamemos, pues, con nuestros deseos por este doble
advenimiento, de gracia para la vida presente, de gloria para la futura. La Encarnación del Señor es fuente de toda la
esperanza cristiana. Al prepararnos a celebrar su venida a este mundo, como un
hecho pasado, nos convida la Iglesia a trabajar con ella en la extensión de su
Reino, esperando al mismo tiempo con invencible confianza su segunda venida.
Este tiempo de espera que nos separa del cumplimiento final
se ha dado a la Iglesia para que anuncie la buena nueva de la salvación hasta
en los confines de la tierra.
La liturgia del tiempo se desarrolla
alrededor de tres grandes figuras: Isaías, San Juan Bautista, la Santísima Virgen. A través de la misión que la Providencia les
encomendara, se nos presenta la maravillosa evocación de la preparación divina,
lejana y próxima, de la salvación prometida por Dios al mundo a raíz del pecado
de nuestros primeros padres.
Isaías es el gran profeta del Adviento. En el siglo
VIII antes de Jesucristo, en el momento más patético de la historia del pueblo judío,
quiere que se confié únicamente en Dios y que se espere la salvación del Mesías
que ha de venir. Después de un duro
destierro, salvará el Mesías los restos de Israel, hará reinar sobre la tierra
la paz y la justicia perfecta, y extenderá a las naciones el conocimiento del
verdadero Dios.
Juan Bautista, el último de los profetas y
el primero de los testigos de la venida del Mesías, nos muestra a
Cristo y nos impele a seguirle: “He ahí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Hay que hacer
penitencia y convertirse.
Finalmente,
aparece la Virgen María, la madre del Salvador, en quien se cumple el misterio de la
gracia, con plenitud sin igual, antes de extenderse al resto de los hombres. Por
su fe y su consentimiento en los designios de Dios sobre Ella, personifica la
espera y la acogida de la Iglesia.
Ojalá que las insistentes
llamadas del gran profeta, las exhortaciones del Precursor y la intercesión de
la Santísima Virgen nos preparen para celebrar el nacimiento del Salvador con
el ardiente amor que a ellos conmovía ante la realización del plan salvífico de
Dios.
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