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domingo, 2 de diciembre de 2018

¿QUÉ ES EL ADVIENTO?




   Toda la liturgia de Adviento es una gran expectación  de la venida del Salvador. La Iglesia nos recuerda los ardientes deseos del Mesías, que continuamente estuvieron resonando a través del Antiguo Testamento, y nos invita a repetirlos con ella de una forma cada vez más apremiante a medida que se acerca Navidad.

   Ya en el primer domingo, el profeta Isaías anuncia al pueblo de Israel el Mesías que aguarda: “Miro a lo lejos, y he ahí que veo a Dios venir en su poder; una nube cubre toda la tierra. Id a su encuentro y preguntad: Dinos si eres Tú el que ha de reinar sobre el pueblo de Israel. Vosotros todos, habitantes de la tierra, hijos de los hombres, ricos y pobre juntos. Id a su encuentro y preguntad: Pastor de Israel, que guías a José como rebaño, atiéndenos. Dinos si eres Tú. Alzáos, ¡oh puertas!; abríos, ¡oh antiguas entradas!, que va a pasar el Rey de la gloria. El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.”

Profeta Asíais 


   En verdad que el Salvador ha venido ya; pero nosotros le esperamos de nuevo. Para nosotros y para nuestro tiempo esperamos sus gracias redentoras y santificadoras que han de transformar nuestras vidas humanas en imagen de la suya. Para todas las generaciones de hombres que han de sucederse sobre la tierra, esperamos, al fin de los tiempos, la vuelta gloriosa de Cristo, Redentor del mundo, quien llevará consigo  a todos los elegidos al reino de su Padre. Toda la obra de Cristo, hasta en sus más lejanas resonancias, la evoca ahora la Iglesia a la luz de los textos de la revelación.

   El Mesías esperado es Rey no solamente de Israel, su pueblo, sino también de todas las naciones. Es el propio Hijo de Dios, hecho hombre para salvar a todos los hombres, y para llevarlo consigo al reino de su Padre. A los que le hayan recibido aquí como a su Salvador, les dirá un día: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo”.

   Las perspectivas del Adviento son, pues, inmensas. La Iglesia nos pone delante de los ojos toda la obra de la Redención. A medida que se suceden las generaciones humanas va extendiéndose el Reino de Dios, hasta el día en que Cristo, reuniendo de los cuatro extremos del mundo a sus elegidos, les presente a su Padre como su conquista, para darles participación en su Reino glorioso.  

   Clamemos, pues, con nuestros deseos por este doble advenimiento, de gracia para la vida presente, de gloria para la futura. La Encarnación del Señor es fuente de toda la esperanza cristiana. Al prepararnos a celebrar su venida a este mundo, como un hecho pasado, nos convida la Iglesia a trabajar con ella en la extensión de su Reino, esperando al mismo tiempo con invencible confianza su segunda venida.

   Este tiempo de espera que nos separa del cumplimiento final se ha dado a la Iglesia para que anuncie la buena nueva de la salvación hasta en los confines de la tierra.

   La liturgia del tiempo se desarrolla alrededor de tres grandes figuras: Isaías, San Juan Bautista, la Santísima Virgen. A través de la misión que la Providencia les encomendara, se nos presenta la maravillosa evocación de la preparación divina, lejana y próxima, de la salvación prometida por Dios al mundo a raíz del pecado de nuestros primeros padres.

   Isaías es el gran profeta del Adviento. En el siglo VIII antes de Jesucristo, en el momento más patético de la historia del pueblo judío, quiere que se confié únicamente en Dios y que se espere la salvación del Mesías que ha de venir. Después de un duro destierro, salvará el Mesías los restos de Israel, hará reinar sobre la tierra la paz y la justicia perfecta, y extenderá a las naciones el conocimiento del verdadero Dios.



   Juan Bautista, el último de los profetas y el primero de los testigos de la venida del Mesías, nos muestra a Cristo y nos impele a seguirle: “He ahí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Hay que hacer penitencia y convertirse.



   Finalmente, aparece la Virgen María, la madre del Salvador, en quien se cumple el misterio de la gracia, con plenitud sin igual, antes de extenderse al resto de los hombres. Por su fe y su consentimiento en los designios de Dios sobre Ella, personifica la espera y la acogida de la Iglesia.



   Ojalá que las insistentes llamadas del gran profeta, las exhortaciones del Precursor y la intercesión de la Santísima Virgen nos preparen para celebrar el nacimiento del Salvador con el ardiente amor que a ellos conmovía ante la realización del plan salvífico de Dios.  


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