El que desea obedecer fielmente a la voz de Dios debe determinarse,
no sólo a seguirla, sino a seguirla sin demora y cuanto antes, si no quiere
exponerse a grave riesgo de perder la vocación. Y si por circunstancias
especiales se viere forzado a esperar, se esmerará por conservarla como la joya
más preciosa que le hubieran confiado.
Tres
son los medios más principales para custodiar la vocación: secreto, oración y recogimiento.
DE LA ORACIÓN.
En segundo lugar hay que tener muy presente
que la vocación
religiosa sólo se conserva con la oración;
el que abandona la oración, ciertamente la perderá. Hay que
rezar y rezar mucho. El alma que se sienta llamada
por Dios, haga por la mañana al levantarse una hora, o por lo menos media hora
de meditación en su propia casa; y si en su casa no la puede hacer con sosiego,
que la haga en la Iglesia. Por la noche debe hacer otra media hora de oración mental.
Para alcanzar la gracia de la perseverancia
en la vocación, no deje ningún día la visita al Santísimo Sacramento y a María Santísima, y de comulgar tres veces, o al menos dos, cada
semana.
El asunto ordinario de la meditación sean
las verdades que se relacionan con la vocación, considerando cuán grande es el
favor divino que el Señor le ha dispensado, cuan bien asegura su salvación eterna
si corresponde a él, y, por el contrario, si es infiel, cuanto se expone a
condenarse eternamente. Traerá con frecuencia a la memoria el recuerdo y
momento de la muerte, y considerara el gozo y contento que entonces experimentará
si ha obedecido a la voz de Dios, y los remordimientos y torturas de conciencia
que entonces sentirá si acaba su vida en el siglo.
A este fin ponemos más adelante algunas
consideraciones que pueden servir para la oración mental de que aquí vamos
hablando.
También es necesario que todas las plegarias
que se dirijan a Jesús y María, especialmente en la visita y despues de la Comunión,
vayan dirigidas para alcanzar la perseverancia;
y en todas las oraciones y comuniones renueve siempre la total entrega que de
si hizo a Dios, diciendo:
“Aquí me tenéis Señor, ya no soy mío, sino totalmente
vuestro. Yo me he dado a Vos enteramente, ahora vuelvo a renovar mi donación y
entrega. Aceptadla, Señor, y dadme la fuerza necesaria para seros fiel y entrar
cuanto antes en vuestra santa casa”.
LA VOCACIÓN RELIGIOSA”
“Editorial ICTION” Bs. As. Argentina.
Año 1981.
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