Detengámonos hoy a considerar este privilegio grandioso que Dios concedió a María en su concepción, para que comprendamos algo del valor que encierra y de la razón por la cual tanto le estima la Santísima Virgen.
1. ° Fue un privilegio único.
— Figúrate al demonio que a la entrada del mundo, según van pasando los hombres a comenzar la vida, a todos marca con el sello del pecado..., en todos pone su asquerosa baba inmunda de serpiente infernal..., así hemos nacido todos..., a los ojos de Dios como algo sucio, asqueroso, repugnante, por esa mancha del demonio.
— Piensa bien lo que significa ese ¡todos!
—Recuerda a los santos más grandes, a los más amantes y más amados de Dios..., mira pasar por tu imaginación a los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, vírgenes... y todos tienen que decir con David: «Fui concebido en la iniquidad y en pecado fui engendrado»...
¡Qué pena! ¡Qué dolor! ¡Qué espectáculo tan triste!
Pero mira cómo cambia la escena.
— Ahora es todo lo contrario..., contempla a esa alma purísima que brota de las manos de Dios, y burlando al demonio entra en el mundo victoriosa, mientras los ángeles la acompañan y la cantan «Toda hermosa eres María, y no hay en Ti mancha alguna».
—Repite muchas veces: todos menos Tú... donde todos caen, Tú no caes... donde todos mueren, Tú vives... donde todos se manchan, Tú permaneces pura e Inmaculada.
— Privilegio gloriosísimo por ser único.
2. ° Privilegio grande.
— Porque por él aparece grande, muy grande, nuestra Madre querida ante los ojos de Dios, de los ángeles y de nosotros mismos. Si todos naciéramos en gracia, no encontraríamos en este privilegio una de las razones más principales para enaltecer la figura de María.
— Ella misma se refería, sin duda, a este privilegio, cuando decía que el Señor había hecho en su alma grandes cosas y que para hacerlas había tenido que poner en juego toda la fuerza de su brazo poderoso.
— Y así es: dice la Historia que Ciro penetró en Babilonia desviando las aguas del río Éufrates entrando por el cauce seco, así tuvo que hacer Dios, desviar la corriente del pecado original que corría por el cauce de la generación humana para que entrara en él la Santísima Virgen sin contaminarse con sus aguas.
— Además, demostró su grandeza al hacer a María objeto de una Redención especial.
— Todos hemos sido redimidos por Cristo y ésta es nuestra gran gloria... pero María, si no pecó, no fue redimida... luego, nosotros ¿hemos recibido de Cristo más que Ella? ¿Tenemos una gloria que Ella no tiene? Nada de eso.
— Muy al contrario.
— Hay dos Redenciones: una liberativa, que levanta a los caídos y da vida a los que habían por el pecado muerto; así fuimos nosotros redimidos.
— Otra es preventiva, la que previene para que uno no caiga; ésta es la de María... en virtud de la Redención de Cristo y por la previsión de sus méritos divinos alcanzó Ella sola la gracia de no caer... Su Redención es, pues, más perfecta que la nuestra y, por tanto, también en esto nos aventaja... ¡Qué grandioso así considerado es este privilegio!
3. ° Privilegio divino.
— Sólo Dios pudo obrar semejante prodigio de hermosura y de gracia... Dios como legislador que es, está por encima de todas las leyes, y por eso Él solo tenía poder para disponer de esta ley universal.
— Este privilegio es una excepción, pero que no podían hacerla los hombres, no estaba en sus manos... únicamente pudo hacerla Dios.
— Recuerda cómo por medio de Josué detuvo el sol, por medio de Moisés dividió las aguas del mar, y por medio de sus ángeles impidió que las llamas del horno de Babilonia hicieran daño a los tres jóvenes hebreos..., ese mismo Dios hizo que las aguas del pecado se dividieran ante María y no la tocaran lo más mínimo. Todo aquello fue una figura de este milagro inmenso del poder y amor de Dios.
— Por eso el triunfo de María Inmaculada es un triunfo de Dios..., este privilegio es verdaderamente divino y La gloria de la Inmaculada, es una gloria divina.
4. ° Nuestro privilegio.
— También nosotros participamos de este privilegio.
— Nacimos en pecado, pero en seguida tuvimos el privilegio de ser bautizados y nuestras almas quedaron ya entonces puras e inocentes, semejantes a la de María.
— La gracia bautismal nos hizo bellísimos y hermosísimos ante Dios... por eso al celebrar con alegría y meditar con gozo en la Concepción Inmaculada de María, debemos celebrar y meditar la nuestra a la vida de la gracia, para preguntarnos ante el ejemplo de María: «¿Sigo yo con aquella pureza inmaculada de mi bautismo?... ¿La he perdido?... ¿no la he sabido apreciar?
— Pedir perdón a María y su ayuda para vivir siempre esa vida de pureza y castidad de su Purísimo Corazón.
“MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA”.
ILDEFONSO RODRÍGUEZ VILLAR— 1940.
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