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miércoles, 3 de abril de 2024

MEDITACIÓN: JUEVES DE PASCUA

 


 

Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San Sulpicio.

 

 

EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (XX, 11-17). 

 

 

   María estaba de pie junto al sepulcro exterior, llorando. Mientras lloraba, se inclinó y miró dentro del sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabeza y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Le dicen: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Cuando hubo dicho esto, se volvió y vio a Jesús de pie; y ella no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el jardinero, le dijo: Señor, si lo has llevado de aquí, dime dónde lo has puesto, y me lo llevaré. Jesús le dijo: María. Ella, volviéndose, le dice: Rabboni (es decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre, pero ve a mis hermanos y diles que subo a mi Padre y a tu Padre, a mi Dios y a tu Dios.

 

 

 

 

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE

 

 

   Meditaremos mañana sobre la aparición de Cristo resucitado a María Magdalena, como se narra en el evangelio del día, y veremos,  el amor ardiente de esta santa alma en la búsqueda del Salvador;  la forma en que Jesús responde a su amor.

 

   —Luego tomaremos la resolución:

   1º a menudo realizar, durante el día, actos de amor hacia Nuestro Señor;

    cada vez que suene el reloj para animarnos a vivir mejor, y mejor a realizar la acción actual.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de la Sabiduría: “La Sabiduría la encuentran los que la buscan” (Sab. VI, 13).

 



 

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

 


 

   Adoramos a Jesucristo concediéndole a Santa María Magdalena el favor de ser la primera, después de la Santísima Virgen, a la que se apareció, después de salir del sepulcro. Felicitemos a esta ilustre amante de Nuestro Señor y, como ella, agradezcamos a Jesucristo diciendo: Buen Maestro. ¡Oh, cuán bueno es Él!, y cómo en verdad merece el amor de todo nuestro corazón.

 

 


PRIMER PUNTOEl amor ardiente mostrado por María Magdalena al buscar al Salvador.

 

 

Después de la muerte de Jesús, María Magdalena parecía no poder separarse de Aquel a quien había entregado todo su amor; corre hacia la tumba y, al ver que el cuerpo sagrado ya no está allí, imagina que se lo han llevado. ¿Dónde se ha puesto? Está decidida a descubrirlo, cueste lo que cueste; y en lugar de irse, como habían hecho los discípulos y las otras mujeres, se queda allí, retenida por el amor, para buscar a Aquel a quien ha perdido; mantenida allí por el dolor, para llorar por Aquel a quien no puede encontrar. Ella permanece en el lugar, sin temer nada, porque, después de haber perdido a Jesús, ya no tiene nada que perder. Jesús era la vida de su alma, y habiéndolo perdido, en su opinión, era más deseable morir que vivir, porque esperaba encontrar, al morir, a Aquel a quien no podría encontrar mientras vivía. Ella permanece allí y mira varias veces el sepulcro para ver si Jesús no está en él. ¿Por qué lloras? dijo el ángel que estaba sentado allí. “Se han llevado a mi Señor”, responde ella, “y no sé dónde lo han puesto” (Juan XX, 13). Gira la cabeza y percibe a un hombre; es Jesús, que se le presenta sin darse a conocer. “Señor, exclama, si lo has llevado de aquí, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (Juan XX, 15). Un deseo ardiente no admitirá que nada es imposible y hace que una persona sea capaz de todo. ¡Qué admirable es el amor de María Magdalena! ¡Y qué ardiente es! ¡Cuán intrépido es el deseo que la consume de encontrar a Jesús! ¡Feliz el alma que ama a Jesús hasta el punto de desearlo! Dios hace de nuestros deseos la medida de sus beneficios; ya menudo, con Él, las mayores bendiciones no cuestan más que un deseo. Si a veces pospone conceder nuestras peticiones en el mismo momento en que las ofrecemos, es sólo para hacer que deseemos más fervientemente sus gracias y para que las apreciemos mejor cuando nos las conceda. ¡Oh, si quisiéramos poseer a Jesús dentro de nosotros mediante el recogimiento y el amor, no digo como lo deseaba María Magdalena, sino sólo en la medida en que el hombre mundano desea riquezas y honores, cuán pronto deberíamos convertirnos en santos! Nuestra gran desgracia es no amar y, en consecuencia, no desear ardientemente nuestra perfección. Perdemos un poco y nos lamentamos por ello; perdemos a Jesús al perder el recogimiento, la humildad, la paciencia, la mortificación, la caridad, y no nos angustia en lo más mínimo, y no decimos con María Magdalena: “Dime dónde está. Estoy dispuesto a hacer todo lo posible para recuperarlo”. Roguemos al Salvador que infunda en nuestros corazones los ardientes deseos que nos harían santos.

 

 

 


SEGUNDO PUNTOCómo Jesús respondió al amor de María Magdalena.

 

 


   Santa María Magdalena, al principio, tenía solo una fe muy imperfecta, porque, al no haber encontrado a Jesucristo, supuso que había sido llevado, y no que había resucitado. Jesús, sin embargo, conmovido por su amor, le envía: dos ángeles vestidos de blanco, a quienes ve sentados en el mismo lugar donde había estado su cuerpo, uno a la cabeza, el otro a los pies; luego se le presenta en persona, bajo la forma humilde de un jardinero. Ella no lo reconoce, pero Él se le da a conocer con una sola palabra: “¡María!” Le dice a ella. Entonces María Magdalena ya no puede contenerse. Embriagada de alegría y de amor, cae a los pies de Jesús, exclamando: ¡Rabboni! buen maestro! A ella le encantaría quedarse allí para siempre, besando Sus sagrados pies, presionándolos contra sus labios y su corazón. No, dijo Jesús, debes hacer algo más que deleitarte en Mi presencia; tienes que ir pronto y encontrar a Mis hermanos, y decirles que he resucitado, y que pronto me verán ascender a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. ¡Feliz María Magdalena! ella es la primera, después de María, a quien Jesús se ha mostrado; ella es la elegida del Salvador, que tal vez sea la apóstol de los mismos apóstoles, y vaya a anunciarles que Jesús ha resucitado. Ella obedece prontamente el mandamiento y nos enseña con su ejemplo que debemos saber dejar a Cristo, para consolar y ayudar a nuestro prójimo; que es mejor ser obediente y humilde que gozar de divinos consuelos; que no basta con amar que debemos hacer que Dios, a quien amamos, sea también amado por los demás; por último, que debemos saber moderar nuestro gozo, por santo y espiritual que sea, y no abandonarnos nunca del todo a él, no sea que caigamos en la tentación de cometer alguna falta de respeto que nos haga olvidar el temor reverencial que es por Dios y por la prudente aprensión de perder las gracias recibidas. ¡Qué lecciones preciosas se nos transmiten en este comportamiento de María Magdalena!


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