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miércoles, 7 de julio de 2021

MEDITACION: DEL AMOR DEL PROJIMO.


 

 

PUNTO PRIMERO.

 

   Considera que no se ama al prójimo, porque no se ama a Dios. El amor de Dios es el principio y la medida del amor a nuestros hermanos. Vanamente se lisonjea de virtuoso el que mira al prójimo con frialdad. Si alguno dice que ama a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso, y no hay verdad en él, dice san Juan; porque el que no ama a su prójimo, ¿cómo puede amar a Dios? este es un mandamiento que nos viene de Dios, concluye el Apóstol: el que tiene amor a Dios, le tiene también a su hermano. Esta doctrina la aprendió el amado discípulo de Jesucristo. La señal, decía el Salvador, por donde todos conocerán que sois discípulos míos, será si os amareis unos a otros. Esta caridad, este amor eficaz y verdadero es el que caracteriza a los verdaderos cristianos, y el amor de Dios es el que anima esta caridad. Este amor benéfico es el que infunde entrañas paternales para con todos los infelices; el que inspira una tierna compasión de todos los atribulados; las almas duras e insensibles a los trabajos de otros. también lo son a las impresiones del Espíritu Santo; su divino fuego no calienta a los corazones de piedra. ¡Qué error tan grosero, mi Dios, persuadirse que te ama, lisonjearse de virtuoso el que conserva en su corazón ciertas aversiones, el que fomenta ciertos secretos celos, el que siente cierta maligna complacencia en las desgracias de otros, alegrándose interiormente cuando los ve abatidos y humillados! Tengamos siempre en la memoria este oráculo, comprendamos bien su alma y su sentido: el que no ama a su prójimo, vive en estado de muerte. El amor que nos tenemos a nosotros mismos ha de ser la medida y como el modelo del que debemos tener a los demás. ¿Nos alegran mucho nuestras adversidades y nuestros contratiempos? ¿nos complacemos cuando nos vemos abatidos? ¿deseamos vernos despreciados, estamos muy agradecidos a los que nos desacreditan y deshonran? Amaras a tu prójimo como a ti mismo. ¡Buen Dios!, cuantas reflexiones tenemos que hacer sobre este mandamiento y sobre la manera con que le guardamos.




PUNTO SEGUNDO.

 

 

   Considera que el precepto de amar al prójimo es semejante al de amar a Dios, y por consiguiente tan indispensable el uno como el otro. Son estos dos preceptos la basa de la ley y el cimiento de la religión; cualquiera de estos dos pilares que falte, da en tierra el edificio. Lisonjearse uno de que ama a Dios, cuando no ama a sus hermanos, es error grosero. ¡Ah Señor, y cuántos viven en él el dia de hoy! Aquella caridad pura, sincera, benéfica, universal (porque tal ha de ser para ser verdadera), esta cristiana caridad ¿reina hoy en todos los estados, en todas las condiciones y en todas las familias? Quizá jamás hubo en el mundo menos caridad. Destiérrala del corazón de muchos el interés, y apágala en el de otros la pasión. ¿Cuándo se vio más extendida la emulación y la envidia? ¿nacen del puro amor de Dios esas aversiones, esas amarguras, esas murmuraciones? Y aunque tus hermanos fueran tan negros y tan malvados como te los pinta la pasión, ¿no era menester amarlos, pues al fin son hermanos tuyos? y este amor ¿no te debía mover a excusarlos o a lo menos a no desacreditarlos, para no hacerles cada dia mayor daño? ¿será la caridad cristiana la que cría esa hiel que se derrama en tus palabras y se descubre hasta en tus ojos, haciéndote ver defectos aun en sus mismas virtudes? ¿de dónde puede nacer ese encarnizamiento, ese gusto que bailas en hablar mal, y en desacreditar en todas ocasiones a los que te han ocasionado algún disgusto, a gentes que acaso no viste en tu vida, y que tienen muchas bellas prendas, y son muy respetables por otros mil motivos? ¿será uno tan ciego que crea obrar en esto por puro celo de la mayor gloria de Dios? ¿ignora que debe amar al prójimo como se ama a sí mismo? Es cierto que no se nos esconden nuestros propios pecados; ¿pues por qué no nos moverá el celo de la gloria de Dios a aborrecernos, a desacreditarnos a nosotros mismos? Esta es la ilusión tan común el dia de hoy a tantas gentes. El precepto de la caridad cristiana es esencial; a ninguno se le dispensó jamás, sus obligaciones son muy delicadas. ¡Ah mi Dios, y qué materia esta respecto de tantos y de tantas para gemir y para temer!

 

 

   Suplicóos, Señor, que me perdonéis mis iniquidades en este particular. Confieso que soy reo y que nunca os he amado a vos, pues no he amado a mis hermanos. Espero en vuestra misericordia que de hoy en adelante se conocerá, por mi amor a mis prójimos, que soy vuestro discípulo y que os amo de todo mi corazón.

 

 

JACULATORIAS.

 

 

   Sí, mi Dios, el amor que profesaré a mis hermanos les anunciará la gloria de vuestro santo nombre; y en medio de la congregación de los fieles cantaré animosamente vuestras alabanzas.

 

   Ya es tiempo, Señor, de que se observen con fidelidad vuestros divinos mandamientos, particularmente cuando tantos disipan y desprecian vuestra santa ley.

 


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