Habéis sido rescatados... por la preciosa
sangre de Cristo, como de un cordero inmaculado (1 Ped 18-19).
Por el pecado del primer padre todo el género
humano se había separado de Dios, como
dice San Pablo a los de Éfeso (2, 12), pero no del poder de Dios, sino de
la visión del rostro de Dios, a la que son admitidos los hijos y domésticos.
Por otra parte, habíamos venido a caer bajo el poder usurpado del diablo, al
cual el hombre se había sometido prestándole consentimiento en cuanto de él
dependía, no obstante que el hombre no podía darse a otro, pues no era suyo,
sino de otro.
Por consiguiente, Cristo
hizo dos cosas mediante su Pasión;
porque nos libró del poder del enemigo, venciéndolo
por medios contrarios a los empleados en la victoria sobre el hombre, es
decir, por la humildad, la obediencia y la
austeridad de la pena que se opone al deleite del manjar prohibido. Y
satisfaciendo además por la culpa, los unió a Dios y los hizo domésticos e
hijos de Dios.
De aquí que esta liberación tuviera dos
caracteres de compra. Porque en cuanto nos arrebató del poder del diablo, se
dice que Cristo nos redimió; así como un rey
rescata con los sufrimientos de la guerra el reino ocupado por el adversario.
Pero en cuanto aplacó a Dios en favor nuestro, se dice que nos redimió, pagando
el precio de su satisfacción por nosotros, a fin de librarnos de la pena y del
pecado.
Mas no ofreció el
precio de su sangre al diablo, sino a Dios, para satisfacer por nosotros; y nos
arrancó de las manos del diablo por la victoria de su Pasión.
Y aun cuando el diablo nos había usurpado
injustamente, nosotros, sin embargo, vinimos a caer justamente en su poder,
desde que fuimos vencidos por él; y por eso fue también necesario que él mismo
fuese vencido por procedimientos contrarios a aquéllos por los que nos había
vencido, pues no venció violentamente, sino induciéndonos fraudulentamente al
pecado.
Pero debe decirse que la repetición de la palabra
“redimir” no
se refiere al acto de compra, como si ya otras veces hubiésemos sido comprados,
sino al término del acto, porque en otro tiempo en el estado de inocencia habíamos
sido suyos; ya que comprar es hacer suya una cosa. O bien se puede decir que la redención se refiere a aquella venta por la cual habíamos sido
vendidos al diablo al consentir en el pecado, y de la cual se origina esta segunda
compra.
(3, dist. 19, q. I, a. 4)
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