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martes, 18 de diciembre de 2018

LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO. —18 de diciembre.




   Yo soy voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor (Jn 1, 23).


   Juan se llama a sí mismo voz, porque la voz es por su origen posterior a la palabra interior, pero es anterior en el conocimiento. Porque por la voz conocemos el verbo concebido en el alma, ya que aquélla es signo de éste. Dios envió al precursor Juan para que anunciase a su Verbo concebido desde toda la eternidad; y por eso adecuadamente dice: Yo soy voz. Del que clama, esto es, de Juan que clama y predica en el desierto, o de Cristo que clama en él. Y clama por cuatro motivos:


   1º) El clamor es una manifestación; y por lo tanto, clama para mostrar que Cristo clama manifiestamente en Juan y en sí mismo: El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba (Jn 7, 37). En los profetas no clamó, porque las profecías fueron entregadas en enigma y en figuras.

   2º) El clamor se dirige a los que están lejos. Los judíos estaban alejados de Dios, por eso era necesario que clamase. Has alejado de mí al amigo y al pariente (Sal 87, 19).

   3º) Clama porque estaban sordos: ¿Quién es el sordo, sino mi siervo? (Is 42, 19).

 4º) Clama, porque habla indignado, pues ellos merecieron la ira de Dios: Entonces les hablará Él en su ira (Sal 2, 5).


   Del que clama en el desierto, vive en el desierto, para estar inmune de todo pecado, y para ser más digno de dar testimonio de Cristo, y para que su misma vida fuese para los hombres un testimonio más digno de crédito.

   Pero ¿qué es lo que clama? Enderezad el camino del Señor. El camino preparado y enderezado para recibir a Dios es el camino de la justicia, según aquello de Isaías: La senda del justo es derecha (Is 26, 7).


   Porque entonces la senda del justo es recta, cuando todo el hombre se somete a Dios, esto es, su inteligencia por la fe, su voluntad por el amor, y sus acciones por la obediencia.


(In Joan., I).

MEDITACIONES DE ADVIENTO—NAVIDAD.
Santo Tomás de Aquino.

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