PUNTO RIMERO
Considera la
sinrazón con que se tiene por objeto digno de envidia la prosperidad de los
malos. Son unos reos condenados a muerte, a quienes se da todo lo que
piden; son unos enfermos desahuciados, a quienes no se niega cosa alguna que
apetezcan. ¿A
quién le pasó jamás por el pensamiento envidiar la suerte de unos, ni de otros?
¿quién los consideró felices, porque en todo se les daba gusto? Aflige Dios a los buenos, y permite las
prosperidades a los malos, para que nos acordemos de la otra vida. ¿Cuándo pensó
David en la patria celestial, mansión de los bienaventurados? En medio de las aflicciones, en lo más fuerte de mis
persecuciones espero firmemente que el Señor me dará a gustar los consuelos de
una dulce paz en la tierra de los vivos. En
este mundo, ni me lisonjeo, ni quiero ser feliz, sé muy bien que no se dan
flores en este valle de lágrimas, no se hizo la alegría para este lugar de
destierro, ni el mundo se puede llamar patria sino de aquellos que renuncian voluntariamente
la Jerusalén celestial. Lo que engaña a la mayor
parte de los hombres, lo que los escandaliza es el errado concepto en que están
de que los malos son dichosos porque son malos. Todo lo contrario,
sucede; son malos porque son dichosos. Hay quejas
y hay murmuraciones de que Dios llena a los malos de prosperidades;
murmuraciones injustas, quejas sin razón. Dios todo
lo hace con justicia, y con infinita sabiduría. Más acertado fuera el
discurso, si se concluyera que debe ser un gran mal la prosperidad, puesto que
la concede Dios a los malos. A los patriarcas de la ley antigua los
recompensaba con bienes temporales, porque basta la venida del Redentor tenían
cerradas las puertas del cielo; pero los que en la ley de gracia gozan esos
mismos bienes, no pueden creer que Dios se los dé por el mismo motivo. Cuando
los príncipes están resueltos a alejar de su persona a los cortesanos, les
suelen dar empleos. No pocas veces una gratificación es una desgracia. David siempre fué bueno, y según el corazón de Dios, mientras
estuvo en la adversidad: conservó la inocencia entre el fuego de la tribulación;
pero la perdió cuando se vio en el dulce reposo de la prosperidad. La
prosperidad de los malos los ciega, los adormece, los encanta de suerte, que no
conocen ni la desdicha, ni el peligro que les amenaza. La abundancia atolondra.
Casi todas las flores de subido olor que lisonjean el olfato, hacen daño a la cabeza:
esta se anda al rededor en los lugares más elevados. ¡Mi Dios, qué castigo tan
digno de temerse es la prosperidad de los malos!
PUNTO SEGUNDO.
Considera lo que significan aquellas palabras:
colmate de bienes
mientras viviste (Luc. 16) Esto es cuanto puedes esperar; ya
estás premiado. ¿Quién
tendrá envidia a aquel desdichado rico? Todo brillaba en su casa, todo respiraba alegría. La abundancia
sustentaba la profanidad y las delicias; una continua serie de prosperidades
mantenía en sus desórdenes a aquel hombre afortunado según el mundo; pero muere
en fin el rico; ríndase todo aquel gran mundo a la cortadora guadaña de la
muerte; desvanécese aquel corto número de días, que casi se olvidan en el mismo
punto que desaparecen; comienza la eternidad; y aquel rico, aquel grande, aquel
hombre afortunado nada encuentra en sus manos para esta eternidad. En
vano clama: Padre Abrahán, ten misericordia de mí. La respuesta es: Ya te colmaron de bienes
durante tu vida. Dirás que con la vida se acabó esa superficial, esa falsa, esa
corta prosperidad.
Bien está; pero recepisti, ya recibiste lo que te tocaba.
Estimemos ahora esas fortunas repentinas y
precipitadas, esos honores acumulados, esas prosperidades engañosas y
deslumbradoras de esta vida; no hay cosa más despreciable, ni más falsa, ni más
opuesta a la verdadera felicidad. Son pocos los hombres que por algún tiempo no
hayan sido buenos; ninguno que no haya hecho algún bien durante su vida. Si
Dios reservara premiar a los malos para la otra, sería preciso que los colocase
en el cielo, porque solo en él hay premios eternos en el otro mundo. Por eso se
dice que una continua prosperidad es señal de reprobación; y por lo mismo
compara san Gregorio los dichosos del siglo a los bueyes que se dejan engordar,
sin trabajarlos, y en los mejores pastos, porque están destinados para el
matadero. Si los que tiran del carro, prosigue este santo padre, pudieran
hablar y discurrir, ¿tendrían envidia a los que pastan en el prado? Se quiere
conservar a los que trabajan, y se ha resuelto degollar a los que engordan. ¡O
prosperidades dé los malos, y qué dignas de compasión os representáis a los que
os miran con los ojos de la fe, y consideran las cosas según sus principios!
Prosperidades engañosas, vosotras alucináis a los mortales, imaginándose estos
que los hacéis dichosos, cuando solo sabéis hacer desdichados é infelices.
Divino Salvador mío, no me tratéis como a
estas desgraciadas victimas de vuestra divina justicia, no me concedáis en esta
vida prosperidad alguna que haya de privarme de los bienes celestiales; antes
bien afligidme de todos modos en esta miserable vida, como me hagáis dichoso
por toda la eternidad.
JACULATORIAS
Sí, mi Dios, tengo una firme confianza de que
me daréis a gustar en el cielo, en aquella feliz patria de los que viven, los
inexplicables bienes de que inundáis a vuestros elegidos. (Salm. 26)
No os pido, Señor, para esta vida prosperidad
alguna que pueda perjudicar a mi salvación. No me deis pobreza, ni riquezas,
concededme solamente lo preciso para vivir. (Prov. 30)
PROPOSITOS
1. Desde
hoy en adelante no califiques de prosperidades las grandes fortunas, las
ganancias excesivas, ni esos diluvios de felicidades y de bienes; es un error
común, que debes corregir.
Si no hubiera más vida que la presente, serian deseables esas dichas; más para
los pocos días que podemos vivir, hay una eternidad, y de ordinario una
eternidad de penetrantes arrepentimientos, de suplicios sin fin, por unos
deleites insulsos y trabajosos, que se pasaron como sueños; por el contrario,
todas las prosperidades temporales las debes considerar como señales de tu poca
virtud. Siempre que te suceda algún próspero suceso, teme no sea que quiera Dios
recompensarte en este mundo lo poco bueno que puedes haber hecho, para decirte
cuando te castigue en el otro: Acuérdate de que ya te colmé de bienes. Este pensamiento moderará tu alegría,
que siempre perjudica a un alma cristiana, y al mismo tiempo será el medio más
eficaz, para vivir de modo que no te trate Dios como a aquel rico.
2. Guárdate
bien de tener jamás envidia a la fortuna de otro. Algunos que brillan, campan y
sobresalen en este mundo, por toda la eternidad estarán envidiando al que vivió
en él arrinconado, desconocido y lleno de miseria. Acuérdate que la prosperidad
es una continua tentación, que dura tanto como la buena fortuna, mientras esta
persevera, no hay pasión que no despierte, ninguna que deje de hacer alguna tentativa
y de ganar algún terreno. Si el corazón y el entendimiento fueran cristianos, a
todas las prosperidades las tendríamos por pruebas, y por pruebas muy
peligrosas, tú a lo menos considéralas como tales. ¿Te suceden prósperos sucesos? ¿reina en tu
casa la abundancia? ¿tienes fortuna en todo?
Rinde mil gracias al Señor, recibe estos
dones como bienes de su mano; pero guárdate bien de derramarte en una altanera
alegría, tan material como mundana. Míralo todo a las luces que se te
acaban de proponer, y considera que esos bienes más generalmente son recompensa
de los malos, que de los buenos. Cuando te sale bien alguna
cosa, teme no sea que quiera Dios premiarte con ella, y, al contrario, ríndele
mil gracias en todos los contratiempos.
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