PUNTO PRIMERO.
Considera que no se ama al prójimo, porque
no se ama a Dios. El amor de Dios es el principio y la medida del amor a nuestros
hermanos. Vanamente se lisonjea de virtuoso el que mira al prójimo con
frialdad. Si alguno dice que ama a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso,
y no hay verdad en él, dice san Juan; porque el que no ama a su prójimo, ¿cómo puede
amar a Dios? este es un mandamiento que nos viene de Dios, concluye el
Apóstol: el que tiene amor a Dios,
le tiene también a su hermano.
Esta doctrina la aprendió el amado discípulo de Jesucristo. La señal, decía el
Salvador, por donde todos conocerán que sois discípulos míos, será si os amareis
unos a otros. Esta caridad, este amor eficaz y verdadero es el que caracteriza a
los verdaderos cristianos, y el amor de Dios es el que anima esta caridad. Este
amor benéfico es el que infunde entrañas paternales para con todos los
infelices; el que inspira una tierna compasión de todos los atribulados; las
almas duras e insensibles a los trabajos de otros. también lo son a las
impresiones del Espíritu Santo; su divino fuego no calienta a los corazones de
piedra. ¡Qué
error tan grosero, mi Dios, persuadirse que te ama, lisonjearse de virtuoso el
que conserva en su corazón ciertas aversiones, el que fomenta ciertos secretos celos,
el que siente cierta maligna complacencia en las desgracias de otros,
alegrándose interiormente cuando los ve abatidos y humillados! Tengamos siempre en la memoria este oráculo, comprendamos
bien su alma y su sentido: el que no ama a su prójimo, vive en estado de
muerte. El amor que nos tenemos a nosotros mismos ha de ser la medida y como el
modelo del que debemos tener a los demás. ¿Nos alegran mucho nuestras adversidades y nuestros
contratiempos? ¿nos complacemos cuando nos vemos abatidos? ¿deseamos vernos
despreciados, estamos muy agradecidos a los que nos desacreditan y deshonran?
Amaras a tu prójimo como a ti mismo. ¡Buen Dios!, cuantas
reflexiones tenemos que hacer sobre este mandamiento y sobre la manera con que
le guardamos.
PUNTO SEGUNDO.
Considera que el precepto de amar al prójimo
es semejante al de amar a Dios, y por consiguiente tan indispensable el uno como
el otro. Son estos dos preceptos la basa de la ley y el cimiento de la
religión; cualquiera de estos dos pilares que falte, da en tierra el edificio.
Lisonjearse uno de que ama a Dios, cuando no ama a sus hermanos, es error
grosero. ¡Ah
Señor, y cuántos viven en él el dia de hoy!
Aquella caridad pura, sincera, benéfica, universal (porque tal
ha de ser para ser verdadera),
esta cristiana caridad ¿reina hoy en todos los estados, en todas las condiciones
y en todas las familias? Quizá
jamás hubo en el mundo menos caridad. Destiérrala del corazón de muchos el
interés, y apágala en el de otros la pasión. ¿Cuándo se vio más extendida la emulación y
la envidia? ¿nacen del puro amor de Dios esas aversiones, esas amarguras, esas
murmuraciones? Y aunque tus hermanos fueran tan negros y tan
malvados como te los pinta la pasión, ¿no era menester amarlos, pues al fin son hermanos tuyos? y
este amor ¿no
te debía mover a excusarlos o a lo menos a no desacreditarlos, para no hacerles
cada dia mayor daño? ¿será la caridad cristiana la que cría esa hiel que se derrama
en tus palabras y se descubre hasta en tus ojos, haciéndote ver defectos aun en
sus mismas virtudes? ¿de dónde puede nacer ese encarnizamiento, ese gusto que
bailas en hablar mal, y en desacreditar en todas ocasiones a los que te han
ocasionado algún disgusto, a gentes que acaso no viste en tu vida, y que tienen
muchas bellas prendas, y son muy respetables por otros mil motivos? ¿será uno
tan ciego que crea obrar en esto por puro celo de la mayor gloria de Dios?
¿ignora que debe amar al prójimo como se ama a sí mismo? Es cierto
que no se nos esconden nuestros propios pecados; ¿pues por qué no nos moverá el celo de la
gloria de Dios a aborrecernos, a desacreditarnos a nosotros mismos? Esta
es la ilusión tan común el dia de hoy a tantas gentes. El precepto de la
caridad cristiana es esencial; a ninguno se le dispensó jamás, sus obligaciones
son muy delicadas. ¡Ah mi Dios, y qué materia esta respecto de tantos y de
tantas para gemir y para temer!
Suplicóos,
Señor, que me perdonéis mis iniquidades en este particular. Confieso que soy
reo y que nunca os he amado a vos, pues no he amado a mis hermanos. Espero en
vuestra misericordia que de hoy en adelante se conocerá, por mi amor a mis prójimos,
que soy vuestro discípulo y que os amo de todo mi corazón.
JACULATORIAS.
Sí,
mi Dios, el amor que profesaré a mis hermanos les anunciará la gloria de
vuestro santo nombre; y en medio de la congregación de los fieles cantaré animosamente
vuestras alabanzas.
Ya es
tiempo, Señor, de que se observen con fidelidad vuestros divinos mandamientos,
particularmente cuando tantos disipan y desprecian vuestra santa ley.
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