Mete aquí tu dedo, y mira mis manos, y da acá
tu mano, y métela en mi costado; y no se incrédulo, sino fiel. (Jn, 20, 27)
Fue conveniente que el alma de Cristo
en resurrección tornase el cuerpo con las cicatrices de las llagas.
1º) Para gloria del mismo Cristo. Porque dice San
Beda que “conservó las llagas, no
por la impotencia de curarlas, sino para llevar siempre consigo el trofeo de su
victoria” (Super Luc., cap. 97). Por eso dice también San
Agustín
que “tal vez en aquel reino
veremos en los cuerpos de los mártires las cicatrices de las heridas que
sufrieron por el nombre de Cristo, porque no serán en ellos deformidad, sino
dignidad; y la belleza de su virtud brillará por ellas en cierto modo en su
cuerpo” (De civitate
Dei, lib. XXII, cap. 20).
2º) Para confirmar los corazones de sus discípulos en la fe de su resurrección.
3º) Para que, al rogar al Padre por nosotros,
manifieste siempre qué género de muerte padeció por el hombre.
4º) Para hacer ver a los que ha rescatado por su muerte, poniéndoles a su
vista las señales de su suplicio, qué misericordia vino en su socorro.
Finalmente, para hacer ver en el juicio (final) cuán justamente serán condenados allí
mismo (los réprobos). Por esta razón, como dice San
Agustín: “Sabía Cristo por qué
conservaba las cicatrices en su cuerpo; porque, así como las mostró a Tomás,
que no creía si no las tocaba y las veía, así también había de mostrarlas a los
enemigos, para que convenciéndolos de la verdad les pudiera decir: He aquí al
hombre a quien crucificasteis; mirad las llagas que le inferisteis; reconoced
el costado que atravesasteis, pues por vosotros y para vosotros fue abierto, y
sin embargo no quisisteis entrar”
(De
Symb., lib. II, cap. 8).
Así, pues, aquellas cicatrices no son debidas
a la corrupción o defecto, sino al mayor cúmulo de gloria, en cuanto son ciertas
señales de su virtud, y en aquellos lugares de las llagas aparecerá cierto
esplendor especial. Y siempre permanecerán en el cuerpo de Cristo, porque, como
dice San Agustín: “Creo que el cuerpo del Señor está en el cielo
como estaba cuando subió a él” (Ad Consentium, epist. 205).
(3ª, q. LIV, a. 4)
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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