Del misterio de la Resurrección del
Señor podemos sacar cuatro enseñanzas para nuestra instrucción.
1º) Debemos
procurar resucitar espiritualmente de la muerte del alma, en la que incurrirnos
por el pecado, a la vida de justicia que se logra por la penitencia. Despierta tú que duermes y levántate de entre
los muertos, y te alumbrará Cristo (Ef 5, 14)
Y ésta es la resurrección primera. Bienaventurado y santo el que tiene parte en
la primera resurrección (Que muere en estado de
gracia). (Apoc 20,
6).
2º) No
debemos diferir el resucitar hasta la hora de la muerte; sino pronto; pues Cristo resucitó al tercer día: No tardes en convertirte al Señor, y no lo
dilates de día en día (Eclo 5, 8),
porque, vejado por la enfermedad, no podrás pensar en las cosas que pertenecen
a la salvación; y porque pierdes además la participación en todos los bienes
que se hacen en la Iglesia, e incurres en muchos males perseverando en el
pecado. Por otra parte, cuanto más tiempo posee el diablo, tanto más difícilmente
abandona, como
dice San Beda.
3º)
Debemos resucitar a una vida incorruptible, de suerte que no
muramos otra vez,
es decir, que no pequemos más. Habiendo Cristo resucitado de entre los
muertos, ya no muere; la muerte no se enseñoreará más de él (Rom 6, 9) Y más adelante: Así también vosotros
consideraos que estáis de cierto muerto al pecado, pero vivos para Dios, en
nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo
mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias. Ni ofrezcáis vuestros
miembros al pecado por instrumentos de iniquidad, más ofreceos a Dios, como resucitados
de los muertos (Ibíd. 11-13)
4º)
Debemos resucitar a una vida nueva y gloriosa, esto es, que evitemos
todas aquellas cosas que antes fueron ocasiones y causa de muerte y de pecado. Como Cristo resucitó de muerte a vida por la gloria
del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida (Rom 6, 4). Y esta nueva vida es la vida de la justicia que renueva al alma y la conduce a la
vida de la gloria.
(In Symb.).
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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