NECESIDAD DE LA
ENCARNACIÓN PARA OFRECER SATISFACCIÓN SUFICIENTE POR EL PECADO.
I.
De dos maneras puede decirse suficiente una satisfacción:
1º) De manera perfecta, porque es condigna, por cierta
adecuación, para compensar la culpa cometida, y así la satisfacción que un
simple hombre diera por el pecado no podía ser suficiente, porque toda la
naturaleza humana estaba corrompida por el pecado, ni el bien de una persona, y
aun de muchas, podía compensar equivalentemente el daño de toda la naturaleza; además
el pecado cometido contra Dios es en cierto modo infinito por razón de la
infinita majestad de Dios ofendido, pues la ofensa es tanto más grave cuanto
más grande es aquél contra quien se delinque. Por lo tanto, fue necesario para una satisfacción condigna que el acto
del que satisfacía tuviera eficacia infinita, como lo es el acto del que es
Dios y hombre.
2º) La satisfacción del hombre puede ser suficiente de manera
imperfecta, esto es, según la aceptación de aquel que se contente con
ella, aunque no sea condigna, y de este modo la satisfacción de un simple
hombre es suficiente; y puesto que todo lo imperfecto presupone algo perfecto
que lo sostenga, de ahí resulta que toda
satisfacción de un simple hombre recibe su eficacia de la satisfacción de
Cristo.
(3, q. I, a. II, ad 2um)
II.
La Encarnación ofrece la certeza del perdón del pecado.
Así como el hombre se dispone a la bienaventuranza
por las virtudes, del mismo modo se aleja de ella por los pecados; el pecado,
contrario a la virtud, es un impedimento para la bienaventuranza, no sólo
porque introduce un desorden en el alma, en cuanto que la aparta del orden del
fin debido; sino también porque ofende a Dios, del cual espera el premio de la
bienaventuranza; y además, teniendo el hombre conocimiento
de esa ofensa, pierde por el pecado la esperanza de acercarse a Dios, la cual
es necesaria para conseguir la bienaventuranza.
Por tanto, es
necesario al género humano, lleno de pecados, que se le preste algún remedio
contra los pecados; mas este remedio puede darlo, únicamente Dios; el cual no
sólo puede mover la voluntad del hombre hacia el bien, para reintegrarla al
orden debido, sino que también puede perdonar la ofensa cometida contra Él;
pues la ofensa sólo puede ser perdonada por aquél contra quien se comete.
Además, para que
el hombre sea librado de la conciencia de la ofensa pasada, es necesario que
esté cierto de la remisión de la ofensa por el mismo Dios; certeza que no puede
constarle, si Dios no le certifica de ello.
Por tanto, fue conveniente y útil al
género humano, para conseguir la bienaventuranza que Dios se hiciese hombre,
para que de este modo consiguiese de Dios el perdón de los pecados y tuviese
certeza de ese perdón por el hombre Dios.
(Contra Gentiles, lib. 4, cap. 54)
Santo Tomás de Aquino.
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