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miércoles, 2 de diciembre de 2020

MEDITACIONES DE ADVIENTO—NAVIDAD: Martes de la primera semana.


 


NECESIDAD DE LA ENCARNACIÓN

 

 

   Algo es necesario para algún fin de dos modos: Primero, por necesidad absoluta, sin lo cual algo no puede existir, como el sustento es necesario para la conservación de la vida humana; segundo, en la medida en que por medio de tal cosa se llega mejor y más convenientemente al fin, como el caballo es necesario para realizar un viaje. No fue necesario por el primer modo que Dios se encarnase para la reparación de la naturaleza humana, porque Dios por su virtud omnipotente podía reparar la naturaleza humana de otros muchos modos. Pero por el segundo modo fue necesario que Dios se encarnase. Por eso dice San Agustín: “Demostremos, además, que no faltó otro modo posible a Dios, a cuya potestad está sometido todo igualmente, sino que no había otro modo más conveniente de curar nuestra miseria.”  (De Trinit., lib. XIII, cap. 10.)

Esto es lo que puede considerarse en cuanto a la promoción del hombre al bien.

 

 

   1º) En cuanto a la fe, que se certifica más por lo mismo que cree al mismo Dios que habla; por lo que dice San Agustín: “Para que el hombre caminase más confiadamente hacia la verdad, el Hijo de Dios, que es la misma Verdad, hecho hombre, constituyó y fundó la fe.” (De civ. Dei, lib. XI, cap. 2.)

 

   2º) En cuanto a la esperanza, que se afirma principalmente por esto, y así dice San Agustín: “Nada fue tan necesario para levantar nuestra esperanza, como el demostrarnos cuánto nos amaba Dios. ¿Qué prueba más manifiesta de esto que la de que el Hijo de Dios se dignara formar consorcio con nuestra naturaleza?” (De Trinit., lib. XIII, cap. 10.)

 

  3º) En cuanto a la caridad, que se excita principalmente por esto, y así es que dice San Agustín: “¿Qué mayor motivo existe de la venida del Señor que el manifestar Dios su amor en nosotros?” Y después añade: “Si nos era penoso amar, al menos no nos duela volver a amar.” (De Catechiz. rudibus, cap. 4.)

 

 

4º) En cuanto a la rectitud de obrar, en la cual se nos mostró para ejemplo. Por lo cual dice San Agustín: “No se debía haber seguido al hombre, que podía ser visto; se debía haber seguido a Dios, que no podía ser visto. Y así para mostrar al hombre quién fuese visto por el hombre y a quién el hombre siguiese, Dios se hizo hombre.” (Serm. De nativitate Domini, 22 de Temp.)

 

 

5º) En cuanto a la plena participación de la divinidad, que es la verdadera bienaventuranza del hombre, y el fin de la vida humana, y esto nos fue dado por la humanidad de Cristo. Pues dice San Agustín: “Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciese Dios.” (Serm. De nativ. Domini, 13 de Temp).

 

 

 

 (3ª, q. I, a. II).

 

 

 

   No solamente fue necesario que Dios se encarnara para la promoción del hombre al bien, sino también para la remoción del mal.

 

   1º) El hombre se instruye por esto para que no prefiera al diablo a sí mismo, no venere al que es el autor del pecado. A este propósito dice San Agustín: “Puesto que Dios pudo unirse a la naturaleza humana de tal modo que se hizo una sola persona, no se atrevan, por eso, aquellos espíritus soberbios y malignos a anteponerse al hombre, porque no tienen carne.” (De Trinit., lib. 13, cap. 17).

 

 

   2º) Por esto se nos enseña cuánta es la dignidad de la naturaleza humana, para que no la mancillemos con el pecado. Por lo cual asegura San Agustín: “Dios nos ha demostrado cuán excelso lugar ocupa la naturaleza humana entre las criaturas, apareciendo entre los hombres como verdadero hombre.” (De vera relig., cap. 16). Y el papa San León dice: “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad; y hecho partícipe de la naturaleza divina, no retornes a la antigua vileza con una mala conducta.” (Serm. De nativit, Domini, I).

 

 

   3º) Porque, para destruir la presunción del hombre, se hace más estimable la gracia de Dios en Cristo hombre, sin ningún mérito anterior de nuestra parte.

 

 

   4º) Porque mediante tanta humildad de Dios puede reprimirse y sanarse la soberbia del hombre, que es el mayor obstáculo que le impide unirse a Dios.

 

 

   5º) Para librar al hombre de la servidumbre del pecado; lo cual, como dice San Agustín, debió ciertamente verificarse de tal modo que el diablo fuera vencido por la justicia del hombre Jesucristo; lo que se llevó a cabo mediante el sacrificio de Cristo por nosotros. Un simple hombre no podía satisfacer por todo el género humano, y Dios no debía satisfacer; por lo cual convenía que Jesucristo fuese Dios y hombre. (De Trinit., lib. XIII, cap. 13). Por eso dice el papa San León: “La debilidad es tomada por la fortaleza, la humildad por la majestad, la mortalidad por la eternidad, a fin de que, cual convenía a nuestra curación, un solo y mismo mediador entre Dios y los hombres pudiese morir por una parte y resucitar por otra; porque, si no fuera verdadero Dios, no traería el remedio; y si no fuese verdadero hombre, no daría ejemplo.” (Serm. De nativ. Domini, I).

 

   Hay otras muchas ventajas que resultan de esto y que exceden a la aprehensión del sentido humano, según aquello del Eclesiástico (III, 25): Muchísimas cosas te han sido mostradas sobre el entendimiento de los hombres.

 

 

 

(3ª, q. I, a. II)

 

 

Santo Tomás de Aquino.


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