Y después que fueron pasados los ocho días
para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 21).
Como se lee en el Génesis, Abrahán recibió
de Dios a la vez la imposición del nombre y el mandato de la circuncisión. Por eso era
costumbre entre los judíos imponer nombres a los niños en el mismo día de la
circuncisión, como si no lo tuviesen perfecto antes de la circuncisión, del
mismo modo que ahora se imponen nombres a los niños en el bautismo.
Debe advertirse que los nombres de cada uno
de los hombres se imponen siempre por razón de alguna propiedad de aquel a
quien se impone, ya por el tiempo, como se imponen los nombres de los santos a los
que nacen en las fiestas de ellos, ya por el parentesco. Pero los nombres que
Dios impone a algunos siempre significan algún don gratuito concedido a ellos
por el mismo Dios, como se dijo a Abrahán: Serás llamado Abrahán,
porque te he puesto por padre de muchas gentes (Gen 17, 5),
y también a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16, 18).
Si, pues, a Cristo le fue conferido este don de la gracia
para que por él se salvasen todos, con razón se le llamó Jesús, esto es, Salvador,
habiendo el Ángel anunciado de antemano ese nombre, no solamente a la madre,
sino también a José, que era su futuro padre nutricio.
Se dice en Isaías (62, 2): Y te será puesto un nombre nuevo, que el Señor nombrará con su
boca; y,
sin embargo, este nombre de Jesús fue dado a muchos en el Antiguo Testamento. Pero debemos contestar a ello que el
nombre de Jesús pudo convenir a los que habían existido antes de Cristo por
otra razón; por ejemplo, porque ejecutaron alguna obra saludable particular y
temporal; pero si se considera la salvación espiritual y universal, este nombre es
propio de Cristo y en este sentido se dice que es un nombre nuevo.
(3ª,
q. XXXVII, a. 2).
MEDITACIONES
DE ADVIENTO—NAVIDAD.
Santo
Tomás de Aquino.
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