Como Cristo resucitó de muerte a vida por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida (Rom 6, 4).
Debe advertirse que la vida vieja es la vida
terrestre, consumida por la vejez de los pecados, según aquello de Jeremías: Hizo envejecida mi piel y mi carne (Lam 3, 4). A lo que dice la
Glosa: De ahí que gima el alma, cuando es envejecida
exteriormente como la piel, y la conciencia interiormente hermosa se consume
como la carne, corrompida por el pus del pecado. Pero la nueva vida es
vida celestial, que debe ser renovada de día en día por la gracia, según
aquello: Renovaos, pues, en el
espíritu de vuestro entendimiento
(Ef
4, 23).
Y a los Romanos: Como Cristo resucitó de muerte a la vida por
la gloria del Padre, así también nosotros
(Rom
6, 4) ¿Cómo resucitó
Cristo? San
Pablo lo dice luego: Habiendo Cristo
resucitado de entre los muertos, ya no muere (Ibíd. 9) Y más adelante: Así también vosotros
consideraos que estáis de ciertos muertos al pecado, pero vivos para Dios en
nuestro Señor Jesucristo (Ibíd. 11).
Advierte: Así como Cristo murió una vez, del mismo modo
muera el pecado una vez en nosotros, y que no sea renovado. Así como Cristo,
vive siempre, vivid también vosotros siempre por las virtudes, y esto en Jesucristo
Señor nuestro; fuera de él no hay ninguna esperanza.
Sabemos que la vida se manifiesta por el
movimiento, por lo cual la vida vieja se muestra por el movimiento de las
acciones terrenas, de las cuales se dice: Resolvieron fijar en tierra sus ojos (Sal 16,
11). Mas la vida nueva
se manifiesta por el movimiento de las acciones celestiales, de las cuales dice
el Apóstol: Si resucitasteis con Cristo,
buscad las cosas que son de arriba
(Col
3, 1). Y la
Glosa añade: Pensad, retened con
alegría las cosas halladas, y
eso es lo que dice San Pablo: Pensad en las cosas de arriba.
(De Hurnanitate Christi)
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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