Una espada traspasará tu alma de ti misma (Lc 2, 35).
En estas palabras se advierte la gran compasión de la bienaventurada Virgen hacia
Cristo. Conviene saber que cuatro cosas hicieron sobremanera amarga la
Pasión de Cristo a la bienaventurada Virgen.
Primero,
la bondad del Hijo, que
no hizo pecado, ni fue hallado engaño en su boca (1 Ped 2,
22); segundo, la crueldad de los que le
crucificaron, pues ni siquiera quisieron dar agua al moribundo, ni
permitieron que la madre se la diera, aun cuando ella diligentemente se la
hubiese dado; tercero, la ignominia del suplicio: Condenémosle a la muerte más infame (Sab 2, 20); cuarto,
la crueldad del tormento:
¡Oh vosotros, todos los
que pasáis por el camino, atended, y mirad, si hay dolor como mi dolor! (Lam 1, 12)
(Serm).
Orígenes (Hom. XVII in Luc.) y algunos otros
doctores entienden aquellas palabras de Simeón:
Una espada traspasará tu
alma de ti misma (Lc 2, 35),
del dolor que padeció la Bienaventurada Virgen en
la Pasión de Cristo. Pero San Ambrosio dice que la
espada significa la prudencia de María que no ignoraba el misterio celestial;
porque la palabra de Dios es viva y fuerte y más aguda que la espada más
afilada.
Pero otros
entienden por espada la duda, pues dice San Agustín que “la Bienaventurada Virgen dudó con cierto
estupor de la muerte del señor” (Erróneamente se atribuye a San Agustín. Se
trata de otro autor en Quaest. veteris et novi Testamenti, q. 73); pero
esa duda no debe entenderse, sin embargo, como duda de infidelidad, sino de
admiración y discusión; porque dice San Basilio (Epist. ad Optimum, 317) que al asistir la Bienaventurada
Virgen a la crucifixión y observarlo todo, después del testimonio de Gabriel,
después del conocimiento inefable de la divina concepción, después de haber
sido testigo de tantos milagros, vacilaba su espíritu, al verle, por un lado,
sufrir tormentos ignominiosos, y por otro, al considerar sus maravillas.
(3ª., q. XXVII, a. 4, ad 2um)
...Aun
cuando la Santísima Virgen conoció por la fe que Dios quería que Cristo
padeciese, y conformó su voluntad al querer divino, como hacen los perfectos,
la Bienaventurada estaba triste por la muerte de Cristo, por cuanto la voluntad
inferior repugnaba esa cosa particularmente querida, y esto no es contrario a
la perfección.
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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