Por el sepulcro se significa la contemplación celestial. Por eso sobre aquello de Job
(3,
22): Y se gozan en extremo
cuando hallan el sepulcro, dice
San Gregorio: Así como el cuerpo en el sepulcro, del mismo modo el alma,
muerta al mundo, se esconde en la contemplación divina, donde está tranquila de
todo estrépito mundano, durante los tres días de sepultura, como con tres
inmersiones: Los esconderás en el secreto de tu rostro de la conturbación de
los hombres (Sal 30, 21) Los atribulados, los vejados por los
oprobios de los hombres, entrando espiritualmente en la presencia de Dios, no
son turbados.
Tres cosas son necesarias para esta
sepultura espiritual en Dios, a saber:
que el alma se ejercite en las virtudes; que toda ella se haga
pura y cándida; que muera totalmente a este mundo, las cuales cosas se
encuentran místicamente verificadas en la sepultura de Cristo.
La primera está
señalada por San Marcos (14, 8), donde se lee que María
Magdalena se adelantó a ungir el cuerpo de Jesús para la sepultura,
pues el ungüento de nardo espique designa las virtudes por su preciosidad, ya
que nada hay más precioso en esta vida que las virtudes.
El alma santa que quiere ser sepultada en la
contemplación divina, debe, por lo tanto, primeramente, ser ungida por el
ejercicio de la virtud. Por eso se dice en Job (5, 26): Entrarás con abundancia en el sepulcro, esto
es, de la contemplación divina, según
dice la Glosa: Como se encierra el montón de trigo a su
tiempo. A
lo que añade la Glosa: “porque el tiempo de la acción es premio de la
contemplación eterna; y es necesario que el perfecto ejercite primero su alma
en las virtudes, y la esconda después en el granero del reposo”.
La segunda se halla expresada en San Marcos (15, 46). Allí se lee que José compró una sábana, porque la sábana es un paño de
lino, blanqueado con mucho trabajo. Por eso significa el candor interior del alma, a cuya perfección se llega
con gran trabajo. El que es justo, sea aun justificado (Ap. 22, 11). También nosotros andemos en novedad de vida (Rom 6, 4), avanzando de lo bueno a lo mejor, y
por la justicia de la fe, a la esperanza de la gloria. Así, pues, deben, los hombres esconderse en el sepulcro de la contemplación
divina con candor de limpieza interior. Por lo cual, sobre aquello de Mateo: Bienaventurados los de limpio corazón, porque
ellos verán a Dios (5, 8),
dice San Jerónimo: El Señor, puro, es mirado por el corazón puro.
La tercera está expresada por las palabras de San Juan: Y Nicodemo... vino también trayendo una
confección, como de cien libras, de mirra y de áloe (Jn 19, 39), porque
mediante las cien libras de mirra y de áloe, con las cuales se conserva
incorrupta la carne, se designa la perfecta mortificación de los sentidos
exteriores; por la cual la mente se conserva muerta al mundo para no ser
corrompida por los vicios, según aquello del Apóstol: Aunque este nuestro hombre, que está fuera, se
debilite; pero el que está dentro, se renueva de día en día (2 Cor 4,
16), esto es, se purifica más intensamente de los vicios continuamente
por el fuego de la tribulación.
Por consiguiente, el alma del hombre debe primero morir a este mundo con Cristo, y
después ser sepultada con él en el secreto de la contemplación divina. Por eso dice el
Apóstol: Porque estáis ya muertos
a las cosas vanas y caducas, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3)
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