El
nacimiento de Jesucristo trajo una alegría general a todo el mundo. Él fue
aquel Redentor deseado por tantos años y con tantos suspiros; que por esto fue llamado
el Deseado de las gentes,
y el deseo de los collados eternos. Hele;
ya ha venido, y ha nacido en una pequeña cueva. Aquel gozo grande, que el Ángel
anunció a los pastores, hoy lo anuncia también a nosotros, y nos dice: Ecce evangelizo vobis
gaudium magnum, gozo que será para todo el pueblo; porque hoy os es nacido el
Salvador del mundo. ¡Qué gran fiesta se
hace en un reino cuando nace al monarca su primogénito! Pues, mayor fiesta debemos hacer
nosotros, viendo nacido al Hijo de Dios que ha venido del cielo a visitarnos,
movido de las entrañas de su misericordia. Nosotros
estábamos perdidos, y he aquí que él ha venido a salvarnos: el Pastor ha venido
a salvar sus ovejuelas de la muerte, dando su vida por amor de ellas. El
Cordero de Dios ha venido a sacrificarse por alcanzarnos la divina gracia, y
para hacerse nuestro libertador, nuestra vida, nuestra luz, y aun nuestro
alimento en el santísimo Sacramento. Dice san Agustín, que por eso Jesucristo al nacer quiso
ser puesto en el pesebre donde hallaban pasto los animales; para darnos a entender,
que él se hizo hombre a fin de hacerse él mismo nuestra comida para la
eternidad. Jesús,
en efecto, nace todos los días en el Sacramento por medio del sacerdote y
de la consagración. El altar es el pesebre, y allí vamos nosotros a alimentarnos de
sus carnes. Alguno habrá que desee tener el santo Niño en los brazos, como le tuvo el santo
viejo Simeón;
pues cuando comulgamos nos enseña la fe que no solo
en los brazos, sí que dentro de nuestro pecho está aquel mismo Jesús que estuvo
en el pesebre de Belén; para esto él ha nacido, para darse todo a nosotros: Parvulus natus est nobis,
et Filius datus est nobis.
Afectos y súplicas.
Señor, yo soy la oveja que, por andar tras
de mis placeres y caprichos, me he perdido miserablemente; mas Vos, o Pastor y juntamente
Cordero divino; sois aquel que habéis, venido del cielo a salvarme, sacrificándoos
cual víctima sobre la cruz en satisfacción de mis pecados. Si yo, pues, quiero
enmendarme, ¿qué
debo temer? ¿Por qué no debo confiarlo todo de Vos, mi Salvador, que habéis
nacido de intento para salvarme? ¿Qué mayor señal de misericordia podíais darme,
o dulce Redentor mío, para inspirarme confianza, que daros Vos mismo? Yo
os he hecho llorar en el establo de Belén; pero si Vos habéis venido a
buscarme, yo me arrojo confiado a vuestros pies; y aunque os vea afligido y
envilecido en ese pesebre, reclinado sobre la paja, os reconozco por mi Rey y
Soberano. Oigo ya esos vuestros dulces vagidos, queme convidan a amaros, y me
piden el corazón.
Aquí le tenéis, Jesús mío. Hoy lo presento a vuestros pies;
mudadlo, inflamadlo Vos, que a este fin habéis venido al mundo, para inflamar
los corazones con el fuego de vuestro santo amor. Oigo también que desde ese
pesebre me decís: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Y yo respondo: ¡Ah Jesús mío! y si no amo
a Vos, que sois mi Dios y Señor, ¿a quién he de amar? No, amado Señor mío, yo
todo me entrego a Vos, y os amo con todo el corazón. Yo os amo, yo os amo, yo
os amo. ¡Oh sumo bien, oh único amor de mi alma! Ea, aceptadme por vuestro en
este día, y no permitáis que haya de dejar de amaros.
Reina mía, María, os pido por aquel consuelo que tuvisteis la primera vez que
mirasteis nacido a vuestro hijo, y le distéis los primeros abrazos, intercedáis
con él, para que me acepte por hijo, y me encadene para siempre con el don de
su santo amor.
MEDITACIONES PARA TODOS LOS DÍAS DE ADVIENTO.
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
OBISPO, DOCTOR DE LA IGLESIA.
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