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domingo, 29 de noviembre de 2020

MEDITACIONES DE ADVIENTO—NAVIDAD: Primer domingo de Adviento.


 


INMENSIDAD DEL AMOR DIVINO.

 

 

   De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquél que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16.).

 

   La causa de todos nuestros bienes es el Señor y el amor divino; porque amar es propiamente querer bien para alguno. Y como la voluntad de Dios es causa de todas las cosas, el bien nos viene a nosotros porque Dios nos ama. El amor de Dios es, pues, causa del bien de nuestra naturaleza. También lo es del bien de la gracia (Jer 31, 3): Con amor perpetuo te amé; por eso te atraje hacia mí, esto es, por medio de la gracia.

 

 

   Que sea también dador del bien de la gracia procede de gran caridad, y, por lo tanto, se demuestra aquí con cuatro razones que esa caridad de Dios es máxima:

 

1º) Por razón de la persona que ama, pues Dios es el que ama y sin medida. Por eso dice: De tal manera amó Dios.

 

2º) Por la condición del amado; porque el amado es el hombre, esto es, el hombre mundano, corpóreo, pecador. Mas Dios hace brillar su caridad en nosotros, porque, siendo todavía sus enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Rom. 5, 8-10). Por eso dice: Dios ha amado tanto al mundo.

 

3º) Por la grandeza de los dones; porque el amor se demuestra por medio del don, pues, come, dice San Gregorio, la prueba del amor es la acción.

 

   Dios nos dio el don máximo, pues nos dio a su Hijo unigénito; a su Hijo por naturaleza, consubstancial a Él mismo, no adoptivo; unigénito, para mostrar que el amor de Dios no se divide entre muchos hijos, sino que va todo entero al Hijo que Él nos dio, como prueba de su amor sin medida.

 

4º) Por la magnitud del fruto; pues por ese don alcanzamos la vida eterna. Por eso dice: Para que todo aquel que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna, la que nos adquirió por su muerte de cruz.

 

   Se dice que una cosa perece cuando se la impide llegar a su fin propio. El hombre tiene por fin propio la vida eterna, y cuantas veces peca se aparta de ese fin. Y aun cuando, mientras vive, no perece totalmente, pues puede rehabilitarse, sin embargo, cuando muere en pecado perece totalmente. En las palabras: tenga vida eterna, se indica la inmensidad del amor divino; porque al dar la vida eterna, Dios se da a sí mismo; pues la vida eterna no es otra cosa que gozar de Dios. Darse a sí mismo es señal de un gran amor.

 

 

(In Joan., 3).

 

Santo Tomás de Aquino.

 

 


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