INMENSIDAD DEL AMOR
DIVINO.
De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su
Hijo Unigénito, para que todo aquél que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna (Jn 3, 16.).
La causa de todos nuestros bienes es el
Señor y el amor divino; porque amar es propiamente querer bien para alguno. Y
como la voluntad de Dios es causa de todas las cosas, el bien nos viene a
nosotros porque Dios nos ama. El amor de Dios es, pues, causa del bien de
nuestra naturaleza. También lo es del bien de la gracia (Jer 31, 3): Con amor perpetuo te amé; por eso te atraje
hacia mí, esto
es, por medio de la gracia.
Que sea también dador del bien de la gracia
procede de gran caridad, y, por lo tanto, se demuestra aquí con cuatro razones
que esa caridad de Dios es máxima:
1º)
Por razón de la persona que ama, pues Dios es el que ama y sin medida. Por eso dice: De tal manera amó Dios.
2º)
Por la condición del amado; porque el amado es el
hombre, esto es, el hombre mundano,
corpóreo, pecador. Mas Dios hace brillar su caridad en nosotros, porque,
siendo todavía sus enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo (Rom. 5, 8-10). Por eso
dice: Dios ha amado tanto al
mundo.
3º)
Por la grandeza de los dones; porque el amor se
demuestra por medio del don, pues, come, dice San
Gregorio, la prueba del amor es la acción.
Dios nos dio el don máximo, pues nos dio a
su Hijo unigénito; a su Hijo por naturaleza, consubstancial a Él
mismo, no adoptivo; unigénito, para mostrar que el amor de Dios no se divide entre
muchos hijos, sino que va todo entero al Hijo que Él nos dio, como prueba de su
amor sin medida.
4º)
Por la magnitud del fruto; pues por ese don
alcanzamos la vida eterna. Por eso dice: Para que todo aquel que crea en Él no perezca,
sino que tenga vida eterna,
la que nos adquirió por su muerte de cruz.
Se dice que una cosa perece cuando se la
impide llegar a su fin propio. El hombre tiene por fin propio la vida eterna, y
cuantas veces peca se aparta de ese fin. Y aun cuando, mientras vive, no perece
totalmente, pues puede rehabilitarse, sin embargo, cuando muere en pecado
perece totalmente. En las palabras: tenga vida eterna, se indica la inmensidad del amor
divino; porque al dar la vida eterna,
Dios se da a sí mismo; pues la vida eterna no es otra cosa que gozar de Dios.
Darse a sí mismo es señal de un gran amor.
(In Joan., 3).
Santo Tomás de Aquino.
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