No me avergüenzo del Evangelio, dice el gran apóstol San Pablo (Rom. 1, 16).
A mí, dice en otra parte, me es indiferente ser
juzgado por vosotros o por cualquier otro hombre: (1. Cor. 4, 3).
Hay una gran gloria
en seguir al Señor, dice el Eclesiástico: Él es
quien prolonga nuestros días.
Porque no han renegado de Jesucristo, dice S. Agustín, pasan de este mundo al
Padre celestial; confesándole, merecen la corona de vida, y la poseen para
siempre.
¿Qué acto tan grande hizo el buen ladrón, dice
S. Crisóstomo, para ir inmediatamente de
la cruz al Cielo? ¿Queréis que os explique su virtud en dos palabras? Mientras
Pedro negaba a Jesucristo, no lejos de la cruz, el buen ladrón le confesaba
entonces públicamente en la cruz... (De Cruce et Latr., homil.)
La fuerza, la gracia, la salvación y la gloria están en
el desprecio del respeto humano...
Jamás el cristiano valeroso se abandona de Dios ni de su
religión... Si la Magdalena, el publicano, el pródigo y el buen ladrón hubiesen
oído la voz del respeto humano, no habrían abandonado el camino de la
perdición.
Si sufrimos con Jesucristo, reinaremos también con él,
dice S. Pablo: Si a él renunciamos,
renunciará él también a nosotros: (II. Tim. 2, 12).
Se han avergonzado
de lo que no debían, dice el Salmista; Dios los
dispersará. Porque se levantan contra él, caerán en la confusión, pues el Señor
los ha despreciado (52: 6-7). He aquí un triple castigo
para los que se dejan guiar por el respeto humano para agradar al mundo;
1—el quebrantamiento de los huesos, es decir,
la pérdida de la vida, de la dicha, de la paz y de la salvación...;
2 —la confusión, la ignominia y la pérdida de la
gloria...;
3 —el desprecio de Dios y la reprobación.
FIN
“TESOROS”
De Cornelio Á. Lápide. — 1882.
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