¿Quién os ha enseñado a
huir de la ira venidera? Haced, pues, fruto digno de penitencia (Mt 3, 7-8).
I. Dos motivos
inducen a la penitencia: el reconocimiento
del pecado propio y el temor del juicio de Dios. Por el temor del Señor todos se desvían del mal (Prov 15,
27), y Tened entendida que hay
juicio (Job, 19, 29). San Ambrosio y San Juan Crisóstomo lo
entienden del juicio futuro. ¿Quién os ha enseñado a
huir del mal?, como
si dijese: nadie sino sólo Dios. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salud (Sal 84, 8).
Rabano Mauricio
explica del futuro, diciendo: “Es bueno que hagáis penitencia, pues de lo contrario ¿quién os enseñará a huir de la ira?” Y en el salmo 138, 8
se dice: ¿Adónde me escaparé de tu
Espíritu, y adónde huiré de tu presencia?
La ira de Dios debe entenderse aquí, no del
sentimiento interior, sino del efecto de esa cólera, esto es, de la venganza.
Entre los que no quieren arrepentirse, unos
lo hacen porque no creen en el juicio de Dios. A éstos se dijo: No digas: Bastante tengo
para vivir (Eccli 5, 1), y Huid,
pues, de la vista de la espada, porque espada hay vengadora de iniquidades (Job 19,
29).
Otros, porque se fían en la dilación de la justicia. A éstos se dice: No tarda el Señor su
promesa, como algunos lo piensan; sino que espera con paciencia por amor de
vosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a
penitencia (2 Ped 3, 9). San Juan excluye ambos motivos, diciendo: Porque ya está puesta la
segur (Mt
3, 10), como si dijese: no tardará.
II. Haced, pues, fruto digno de penitencia. En el árbol los frutos siguen a las flores; y si a las flores
no siguen los frutos, el árbol nada vale. La
flor de la penitencia se muestra en la contrición, pero el fruto reside en la ejecución:
Mis flores son frutos de honor y de riqueza (Ecli. 24,
17).
Y debe notarse que uno es el fruto de la justicia y otro el de la penitencia; pues se exige más del penitente que del que
no peca.
El fruto digno de penitencia es triple.
El primero es castigar en sí el pecado
cometido, y esto por sentencia del sacerdote: Después que me
convertiste, hice penitencia; y después que me mostraste, herí mi muslo (Jer. 31,
19),
es decir,
afligí mi carne.
El
segundo es huir de los pecados y de las ocasiones de pecado. Por lo cual se
dice que satisfacer es destruir las causas de los pecados: Hijo, ¿pecaste? No añadas otra vez; más ruega por las culpas
antiguas que te sean perdonadas. Como de la vista de la serpiente, huye de los
pecados (Ecli. 21, 1).
El tercero consiste en poner tanto empeño en
obrar bien cuanto antes se puso para pecar: Como para maldad ofrecisteis
vuestros miembros que sirviesen a la inmundicia y a la iniquidad, así para
santificación ofreced ahora vuestros miembros, que sirvan a la justicia (Rom 6, 19).
(In Matth., III)
MEDITACIONES DE
ADVIENTO—NAVIDAD.
Santo Tomás de Aquino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario