La Iglesia, durante todo
el mes de noviembre, después de haber honrado y ensalzado a sus hijos del
cielo, e invocado su intercesión, no quiere olvidar a sus hijos del Purgatorio.
A ello dedica la Conmemoración de los Fieles Difuntos, y da indulgencias
especiales durante los primeros ocho días de noviembre, y consagra todo este
mes a rogar por las almas de los difuntos. Por lo que a nosotros se refiere,
tres motivos nos han de llevar a interesarnos por estas santas almas:
1º Ante todo, porque
son almas necesitadísimas de nuestra misericordia y de nuestros sufragios: «Estaba en la cárcel, y me visitasteis».
2º Luego, porque un
día nos tocará encontrarnos con ellas en el Purgatorio (si así nos lo concede la bondad de Dios), razón por la cual nos
interesa enormemente saber qué es de esas almas, cuál es su estado, cómo las
trata Dios…
3º Finalmente, porque
muy a menudo imaginamos el Purgatorio como el lugar de la justicia de Dios, de
una justicia inflexible, de una justicia sin misericordia: cuando, en realidad, es al contrario una
invención de la misericordia de Dios, aunque se trate de una misericordia en la
que el hombre ya no puede merecer y debe reparar por todos los pecados de su
vida.
Detengámonos en este último punto, considerando
las tres razones por las que en el Purgatorio se manifiesta la misericordia
divina:
• primero, en el amor que
las tres divinas Personas tienen a esas benditas almas;
• segundo, en el amor y
conformidad que esas almas tienen para con Dios;
• tercero, en el mismo sufrimiento
que tienen que soportar estas almas.
1º Amor de Dios por las almas del
Purgatorio.
Ante todo, la misericordia de Dios para con
esas almas se manifiesta en la predilección que la divina Providencia manifestó
para con ellas. El Señor se las eligió de tal manera, que les concedió la
gracia de la perseverancia final, y se las adquirió para siempre: son almas
definitivamente salvadas. Y por eso,
ahora en el Purgatorio, la Santísima Trinidad mira a cada una de estas almas
sufrientes con un inmenso amor:
• Dios Padre las
contempla resplandecientes de la Sangre de su Hijo, precio único y preciosísimo
de su salvación, y las mira y ama infinitamente en su Hijo crucificado y
glorioso.
• Dios Hijo se
alegra de verlas sumergidas en la voluntad de su Padre, en un consentimiento
total al amor del Padre.
• Dios Espíritu Santo realiza
en ellas los últimos toques del trabajo de santificación y perfeccionamiento
sobrenatural, a través de la dolorosa purificación a que las somete: las mira
con una infinita complacencia, y se derrama abundantemente en ellas con sus
dones y gracias.
En definitiva, las almas del Purgatorio son hijas queridísimas
de la Misericordia divina: están
destinadas a ser las joyas eternas de la Jerusalén celestial.
2º Amor que estas almas tienen a Dios.
El segundo efecto de la misericordia de Dios
con las almas del Purgatorio es el don de una intensa y perfecta vida espiritual, cual no
podríamos imaginarla en esta tierra, salvo en los santos más grandes. Y es que, a diferencia de nosotros:
• Su
fe no es como la nuestra,
vacilante y frágil, que se deja tan fácilmente seducir por las creaturas: esas
almas se encuentran fijas en Dios, sólo lo miran y consideran a Él, y su fe
llega, a través de las pruebas del Purgatorio, a los mayores desprendimientos y
renuncias de sí.
• Su
esperanza es
firmísima: saben que se han salvado para siempre, que ciertamente poseerán el
cielo, y que ya no pueden perder a Dios por el pecado.
• Y su caridad es ardentísima, hasta el
punto de convertirse en la principal actitud de esas almas, por la que son
purificadas: suspiran por Dios, lo aman como su todo, y con todas las energías
de su ser.
Esta vida espiritual es tan perfecta, que
produce en ellas una conformidad perfectísima con las voluntades de Dios: su abandono en Dios
es perfecto, y produce en ellas un
ordenamiento de todos sus anhelos, de todos sus afectos, de todos sus deseos.
3º Sufrimientos de estas almas.
El tercer efecto de la misericordia de Dios
para con estas almas son los mismos sufrimientos con que las purifica.
Por decirlo de algún modo, Dios es un fuego devorador, y este fuego, por
misericordia, quiere comunicarse a las almas para convertirlas en Sí mismo; y
las almas son como la madera que ese fuego enciende. Según la condición de las
almas, este fuego tendrá diferentes acciones y efectos:
• Si
las almas son ya perfectas, y son en todo semejantes a Dios, el fuego de la
caridad divina trabaja en ellas como sobre leña ya perfectamente consumida: se ha convertido en brasa, en la que el fuego ejerce su
acción silenciosa y calmamente, como identificándose con ella: son las
almas glorificadas.
• Si
las almas son santas, pero tienen cosas que purgar, el fuego de la caridad
divina trabaja en ellas como sobre leña húmeda: le
va comunicando progresivamente sus cualidades de fuego, pero con violencia, con
dolor diríamos, porque encuentra resistencias en la leña: echa humo, la llama
chisporrotea: son las almas del Purgatorio, que
son progresivamente asimiladas por la caridad de Dios, hasta que desaparezcan
esas resistencias.
• Y
si las almas se mantienen tenazmente aferradas a su pecado, entonces el fuego
de la caridad divina trabaja sobre ellas como sobre leña incombustible:
con violencia suprema, sin lograr transformarlas en
Dios: son las almas del infierno.
Así, pues, las almas del Purgatorio sufren inmensamente. Su misma vida espiritual les inflige este
sufrimiento. En efecto, para almas que aman perfectamente a Dios, que están
perfectamente limpias y abrasadas por la caridad divina, totalmente entregadas
al amor que las posee, que las atrae y que quiere darse en plenitud, verse
impedidas de alcanzarlo y de poseerlo plenamente es un sufrimiento indecible;
es una dolorosa languidez de amor, un exilio lejos del Amado, un devorante
deseo de poseerlo; es igual que una espera infligida por su misma conducta: llegó el Amado y no
estaba lista…
A ello vienen a añadirse otras penas
secundarias, según la condición de cada alma, como pueden ser: conocimiento
perfecto de sus faltas e infidelidades, que mucho deploran; remordimientos por
las gracias desaprovechadas o despilfarradas; sufrimiento de estar allí
olvidadas y separadas de sus parientes; espera ansiosa de su liberación del
Purgatorio, que no saben cuándo tendrá lugar.
Pero, entendámoslo bien, a causa de su
perfecta conformidad con la voluntad de Dios, las almas del Purgatorio
agradecen a Dios (¡y cuánto!) estos
sufrimientos, y los aman para abandonarse a la voluntad de Dios. Dos son los
motivos de este amor:
• El
primero es que las almas del Purgatorio no querrían por nada del mundo presentarse
ante Dios en el estado en que se encuentran; y si Dios no les diese la oportunidad
de purificarse en el Purgatorio, jamás se atreverían a comparecer en su
presencia, conscientes como son de su indignidad; y por eso, viendo cómo estos
sufrimientos las limpian, las purifican, las hermosean, los aman con todo su
corazón, como puede un santo en esta vida amar la cruz.
• El
segundo es que las almas del Purgatorio quieren adquirir la semejanza con Jesús
Crucificado que no supieron adquirir en esta vida.
Conclusión.
Muchas son las lecciones que nos dan
las almas del Purgatorio. No olvidemos que si ellas están en ese lugar de
purificación, es por no haber cumplido obligaciones que también nos incumben a
nosotros.
• Y primero es
corresponder al amor que Dios nos tiene a nosotros. Si tantas veces ofendemos a
Dios, es porque no somos conscientes, por nuestra culpa, ni del amor que Dios
nos tiene, ni de la majestad inmensa de Dios, a quien toda culpa ultraja.
• Por
eso, otra lección que nos dan las almas del Purgatorio es comprender la
gravedad del pecado, incluso en sus manifestaciones más chicas, «veniales», pues por esas faltas expían allí con tan terribles castigos:
infidelidades a la gracia, descuidos y negligencias voluntarias, faltas
cometidas por apego a las creaturas, ausencia de la debida vigilancia…
• Una tercera lección: las almas del Purgatorio nos están estimulando a amar a
Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras
fuerzas, como lo hacen ahora ellas que se dan cuenta que Dios lo es todo, y lo
demás no es nada.
• Cuarta lección: el amor de la cruz y de los sufrimientos, que nosotros
evitamos tan cuidadosamente. ¡Qué gracia nos
hará Dios aceptándonos en el Purgatorio, permitiéndonos en él sufrir algo por
El, ya que tan cobardes habremos sido para sufrir algo en esta vida!
• Quinta lección:
obligación en que estamos de socorrer a estas pobres almas. Santo Tomás dice que la práctica de las obras de misericordia se
regula en función de dos principios: el primero, la unión de un alma con Dios; el segundo, la necesidad a que esta alma se encuentra expuesta. Pues
bien, las almas del Purgatorio, que reúnen las dos condiciones, son las más dignas de nuestra
misericordia, de nuestra ayuda, de nuestros sufragios.
Pidamos a las almas del Purgatorio la gracia
de aprender todas estas lecciones, para que, pensando frecuentemente en ellas
en esta vida, y practicando con ellas una misericordia generosa, recibamos del
Señor el mismo trato cuando nos toque estar en ese lugar de purificación.
No me mueve, mi Dios,
para quererte
El cielo que me tienes
prometido;
Ni me mueve el infierno
tan temido
Para dejar por eso de
ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor,
y en tal manera,
Que aunque no hubiera
cielo te amara
Y aunque no hubiera
infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
Pues aunque cuanto espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.
Seminario Internacional
Nuestra Señora Corredentora
Moreno, Pcia. de Buenos
Aires.
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