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martes, 6 de noviembre de 2018

LAS ALMAS DEL PURGATORIO




   La Iglesia, durante todo el mes de noviembre, después de haber honrado y ensalzado a sus hijos del cielo, e invocado su intercesión, no quiere olvidar a sus hijos del Purgatorio. A ello dedica la Conmemoración de los Fieles Difuntos, y da indulgencias especiales durante los primeros ocho días de noviembre, y consagra todo este mes a rogar por las almas de los difuntos. Por lo que a nosotros se refiere, tres motivos nos han de llevar a interesarnos por estas santas almas:

Ante todo, porque son almas necesitadísimas de nuestra misericordia y de nuestros sufragios: «Estaba en la cárcel, y me visitasteis».

Luego, porque un día nos tocará encontrarnos con ellas en el Purgatorio (si así nos lo concede la bondad de Dios), razón por la cual nos interesa enormemente saber qué es de esas almas, cuál es su estado, cómo las trata Dios…

Finalmente, porque muy a menudo imaginamos el Purgatorio como el lugar de la justicia de Dios, de una justicia inflexible, de una justicia sin misericordia: cuando, en realidad, es al contrario una invención de la misericordia de Dios, aunque se trate de una misericordia en la que el hombre ya no puede merecer y debe reparar por todos los pecados de su vida.

   Detengámonos en este último punto, considerando las tres razones por las que en el Purgatorio se manifiesta la misericordia divina:

• primero, en el amor que las tres divinas Personas tienen a esas benditas almas;
• segundo, en el amor y conformidad que esas almas tienen para con Dios;
• tercero, en el mismo sufrimiento que tienen que soportar estas almas.


1º Amor de Dios por las almas del Purgatorio.


   Ante todo, la misericordia de Dios para con esas almas se manifiesta en la predilección que la divina Providencia manifestó para con ellas. El Señor se las eligió de tal manera, que les concedió la gracia de la perseverancia final, y se las adquirió para siempre: son almas definitivamente salvadas. Y por eso, ahora en el Purgatorio, la Santísima Trinidad mira a cada una de estas almas sufrientes con un inmenso amor:


• Dios Padre las contempla resplandecientes de la Sangre de su Hijo, precio único y preciosísimo de su salvación, y las mira y ama infinitamente en su Hijo crucificado y glorioso.

• Dios Hijo se alegra de verlas sumergidas en la voluntad de su Padre, en un consentimiento total al amor del Padre.

• Dios Espíritu Santo realiza en ellas los últimos toques del trabajo de santificación y perfeccionamiento sobrenatural, a través de la dolorosa purificación a que las somete: las mira con una infinita complacencia, y se derrama abundantemente en ellas con sus dones y gracias.


   En definitiva, las almas del Purgatorio son hijas queridísimas de la Misericordia divina: están destinadas a ser las joyas eternas de la Jerusalén celestial.





2º Amor que estas almas tienen a Dios.


   El segundo efecto de la misericordia de Dios con las almas del Purgatorio es el don de una intensa y perfecta vida espiritual, cual no podríamos imaginarla en esta tierra, salvo en los santos más grandes. Y es que, a diferencia de nosotros:


Su fe no es como la nuestra, vacilante y frágil, que se deja tan fácilmente seducir por las creaturas: esas almas se encuentran fijas en Dios, sólo lo miran y consideran a Él, y su fe llega, a través de las pruebas del Purgatorio, a los mayores desprendimientos y renuncias de sí.

Su esperanza es firmísima: saben que se han salvado para siempre, que ciertamente poseerán el cielo, y que ya no pueden perder a Dios por el pecado.

Y su caridad es ardentísima, hasta el punto de convertirse en la principal actitud de esas almas, por la que son purificadas: suspiran por Dios, lo aman como su todo, y con todas las energías de su ser.


   Esta vida espiritual es tan perfecta, que produce en ellas una conformidad perfectísima con las voluntades de Dios: su abandono en Dios es perfecto, y produce en ellas un ordenamiento de todos sus anhelos, de todos sus afectos, de todos sus deseos.



3º Sufrimientos de estas almas.


   El tercer efecto de la misericordia de Dios para con estas almas son los mismos sufrimientos con que las purifica. Por decirlo de algún modo, Dios es un fuego devorador, y este fuego, por misericordia, quiere comunicarse a las almas para convertirlas en Sí mismo; y las almas son como la madera que ese fuego enciende. Según la condición de las almas, este fuego tendrá diferentes acciones y efectos:


Si las almas son ya perfectas, y son en todo semejantes a Dios, el fuego de la caridad divina trabaja en ellas como sobre leña ya perfectamente consumida: se ha convertido en brasa, en la que el fuego ejerce su acción silenciosa y calmamente, como identificándose con ella: son las almas glorificadas.

Si las almas son santas, pero tienen cosas que purgar, el fuego de la caridad divina trabaja en ellas como sobre leña húmeda: le va comunicando progresivamente sus cualidades de fuego, pero con violencia, con dolor diríamos, porque encuentra resistencias en la leña: echa humo, la llama chisporrotea: son las almas del Purgatorio, que son progresivamente asimiladas por la caridad de Dios, hasta que desaparezcan esas resistencias.

Y si las almas se mantienen tenazmente aferradas a su pecado, entonces el fuego de la caridad divina trabaja sobre ellas como sobre leña incombustible: con violencia suprema, sin lograr transformarlas en Dios: son las almas del infierno.


   Así, pues, las almas del Purgatorio sufren inmensamente. Su misma vida espiritual les inflige este sufrimiento. En efecto, para almas que aman perfectamente a Dios, que están perfectamente limpias y abrasadas por la caridad divina, totalmente entregadas al amor que las posee, que las atrae y que quiere darse en plenitud, verse impedidas de alcanzarlo y de poseerlo plenamente es un sufrimiento indecible; es una dolorosa languidez de amor, un exilio lejos del Amado, un devorante deseo de poseerlo; es igual que una espera infligida por su misma conducta: llegó el Amado y no estaba lista…

   A ello vienen a añadirse otras penas secundarias, según la condición de cada alma, como pueden ser: conocimiento perfecto de sus faltas e infidelidades, que mucho deploran; remordimientos por las gracias desaprovechadas o despilfarradas; sufrimiento de estar allí olvidadas y separadas de sus parientes; espera ansiosa de su liberación del Purgatorio, que no saben cuándo tendrá lugar.


Pero, entendámoslo bien, a causa de su perfecta conformidad con la voluntad de Dios, las almas del Purgatorio agradecen a Dios (¡y cuánto!) estos sufrimientos, y los aman para abandonarse a la voluntad de Dios. Dos son los motivos de este amor:

El primero es que las almas del Purgatorio no querrían por nada del mundo presentarse ante Dios en el estado en que se encuentran; y si Dios no les diese la oportunidad de purificarse en el Purgatorio, jamás se atreverían a comparecer en su presencia, conscientes como son de su indignidad; y por eso, viendo cómo estos sufrimientos las limpian, las purifican, las hermosean, los aman con todo su corazón, como puede un santo en esta vida amar la cruz.
El segundo es que las almas del Purgatorio quieren adquirir la semejanza con Jesús Crucificado que no supieron adquirir en esta vida.



Conclusión.


Muchas son las lecciones que nos dan las almas del Purgatorio. No olvidemos que si ellas están en ese lugar de purificación, es por no haber cumplido obligaciones que también nos incumben a nosotros.


Y primero es corresponder al amor que Dios nos tiene a nosotros. Si tantas veces ofendemos a Dios, es porque no somos conscientes, por nuestra culpa, ni del amor que Dios nos tiene, ni de la majestad inmensa de Dios, a quien toda culpa ultraja.

Por eso, otra lección que nos dan las almas del Purgatorio es comprender la gravedad del pecado, incluso en sus manifestaciones más chicas, «veniales», pues por esas faltas expían allí con tan terribles castigos: infidelidades a la gracia, descuidos y negligencias voluntarias, faltas cometidas por apego a las creaturas, ausencia de la debida vigilancia…

Una tercera lección: las almas del Purgatorio nos están estimulando a amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, como lo hacen ahora ellas que se dan cuenta que Dios lo es todo, y lo demás no es nada.

Cuarta lección: el amor de la cruz y de los sufrimientos, que nosotros evitamos tan cuidadosamente. ¡Qué gracia nos hará Dios aceptándonos en el Purgatorio, permitiéndonos en él sufrir algo por El, ya que tan cobardes habremos sido para sufrir algo en esta vida!

Quinta lección: obligación en que estamos de socorrer a estas pobres almas. Santo Tomás dice que la práctica de las obras de misericordia se regula en función de dos principios: el primero, la unión de un alma con Dios; el segundo, la necesidad a que esta alma se encuentra expuesta. Pues bien, las almas del Purgatorio, que reúnen las dos condiciones, son las más dignas de nuestra misericordia, de nuestra ayuda, de nuestros sufragios.


   Pidamos a las almas del Purgatorio la gracia de aprender todas estas lecciones, para que, pensando frecuentemente en ellas en esta vida, y practicando con ellas una misericordia generosa, recibamos del Señor el mismo trato cuando nos toque estar en ese lugar de purificación.

No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido;
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo te amara
Y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
Pues aunque cuanto espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.



Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora
Moreno, Pcia. de Buenos Aires.


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