En la Pasión de Cristo encontramos
remedio contra todos los males en que incurrimos por el pecado. En cinco especies
de males incurrimos por el pecado.
1º) En la mancha. Porque, cuando
el hombre peca, afea su alma; pues, así como la virtud es la hermosura del alma,
del mismo modo el pecado es su mancha. ¿Cómo es, Israel, que estás en tierra de
enemigos? Has envejecido en tierra
ajena, te has contaminado con los muertos
(Baruc
3, 10-11). La Pasión de Cristo borra esta mancha, porque Cristo con
su Pasión hizo un baño de su sangre, para lavar a los pecadores. El alma se
lava con la sangre de Cristo en el Bautismo, el cual, en virtud de la sangre de
Cristo, tiene una virtud regenerativa. Por eso cuando alguno se mancha por
pecado, injuria a Cristo, y peca más gravemente que antes.
2º) En la ofensa de Dios. Porque, así
como el hombre carnal ama la hermosura carnal, así Dios ama la espiritual, que
es la hermosura del alma. Cuando, pues, el alma se mancha por el pecado, es
ofendido Dios, y él tiene odio al pecador. Mas la Pasión de Cristo remueve
esto, pues él satisfizo a Dios Padre por el pecado, por el que el hombre no
podía satisfacer. Su caridad y su obediencia fueron mayores que el pecado y la
prevaricación del primer hombre.
3º) En la debilidad. Porque
el hombre, pecando una vez, cree que después podrá
abstenerse del pecado; pero ocurre todo lo contrario; pues por el primer pecado
se debilita y se hace más propenso a pecar, y el pecado domina más al hombre, y
éste, en cuanto de él depende, se pone en un estado del que no se levanta; como
el que se arroja a un pozo, si no es alzado por la virtud divina. Por
consiguiente, después que pecó el hombre, fue
debilitada y corrompida su naturaleza; y desde entonces está más propenso a
pecar.
Pero Cristo
disminuyó esa enfermedad y debilidad, aunque no la destruyó del todo;
sin embargo, de tal modo fue confortado el hombre
por la Pasión de Cristo, debilitado el pecado, que no le domina tanto, y puede el
hombre hacer esfuerzos, ayudado por la gracia de Dios, la cual se confiere por
los sacramentos, que tienen su eficacia de la Pasión de Cristo, de suerte que
el hombre puede apartarse de los pecados. Antes de la Pasión de Cristo se
encontraron pocos que viviesen sin pecado mortal, pero después de ella muchos
vivieron y viven sin pecado mortal.
4º) En el reato de pena. Porque exige la justicia de Dios que cada cual sea castigado,
cuando peca. La pena se mide por la culpa. De ahí que como la culpa del pecado
mortal es infinita, en cuanto se comete contra el bien infinito, Dios, cuyos
preceptos desprecia el pecador, la pena debida al pecado mortal es infinita.
Pero Cristo nos
quitó esa pena por su Pasión, y él mismo la sufrió; como dice el Apóstol
San Pedro (I Ped 2, 24):
Llevó nuestros pecados, es decir, la
pena del pecado, en su cuerpo. Porque fue de tanta virtud la Pasión de Cristo,
que bastó para expiar todos los pecados de todo el mundo, aunque hubiesen sido
cientos de miles. De ahí, que los bautizados sean aliviados de todos pecados;
de ahí también que el sacerdote perdone los pecados; de ahí que quien más se
conforme a la Pasión de Cristo y se adhiera a ella, consiga mayor perdón y merezca
más gracia.
5º) Incurrimos en el destierro del reino.
En efecto, los que ofenden a los reyes son
obligados a salir del reino. Del mismo modo, el
hombre es arrojado del paraíso a causa del pecado. Por eso Adán fue expulsado
del paraíso inmediatamente después del pecado, y fue cerrada la puerta de
aquél.
Pero Cristo, con
su Pasión, abrió aquella puerta y volvió a llamar al reino a los desterrados.
Pues una vez abierto el costado de Cristo, fue abierta la puerta del paraíso, y
una vez derramada su sangre, fue lavada la mancha, aplacado Dios, destruida la
enfermedad, expiada la pena y los desterrados llamados al reino. Por
eso, se dijo al instante al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43) Esto no se dijo anteriormente, ni a
Adán, ni a Abrahán, ni a David. Pero hoy, es decir, cuando
fue abierta la puerta, el ladrón pidió y obtuvo el perdón. Teniendo confianza de
entrar en el santuario por la sangre de Cristo (Hebr 10,
19).
(In Symb.)
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