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domingo, 31 de mayo de 2020

Domingo de Pentecostés: EL DON DE DIOS ALTÍSIMO.




   I. Compete a una persona divina ser don y darse. Pues lo que se dona tiene aptitud y habitud, ya respecto de aquél por quien se da, ya de aquél a quien se da; toda vez que no sería dado por alguno si no fuera de él y además se da a uno para que sea de éste. Ahora bien, una persona divina se dice ser de alguien, o por razón de origen, como el Hijo es del Padre, o porque alguno la tiene. Tener decimos al disponer libremente y usar o disfrutar de algo a nuestro arbitrio. De este modo sólo la criatura racional unida a Dios puede tener una persona divina; las demás criaturas pueden ser movidas por una persona divina mas no hay en ellas aptitud para gozar de su posesión y usar de su efecto. La criatura racional llega alguna vez a ello, como cuando participa del Verbo divino y del Amor procedente, y hasta poder libremente conocer de verdad a Dios y amarlo como se debe.

Luego, sola la criatura racional puede poseer a una persona divina. Pero no puede llegar a poseerla de este modo por su propia virtud. Luego es necesario que esto le sea dado de lo alto. Pues se dice que se nos da lo que poseemos de afuera. En este sentido compete a una persona divina darse y ser don.


(l par., q. XXXVIII, a. 1)



   II. El Espíritu Santo es un don de Dios. Pues como el Espíritu Santo procede por el modo de amor con que Dios se ama a sí mismo, y como Dios por el mismo amor se ama a sí mismo, y a las otras criaturas a causa de su misma bondad, es evidente que el amor con que Dios nos ama corresponde al Espíritu Santo, como también el amor con que amamos a Dios, dado que nos hace amadores de Dios.

   En cuanto a ambos amores conviene al Espíritu Santo el ser dado.

   Por razón del amor con que Dios nos ama, de la misma manera que decimos de alguien que da su amor a otro cuando empieza a amarle. Aunque Dios no comienza a amar a nadie en el tiempo si tenemos en cuenta su divina voluntad con la cual nos ama, sin embargo, el efecto de su amor se produce en alguno en el tiempo, cuando lo atrae a sí.

   Por razón del amor con que nosotros amamos a Dios, pues este amor el Espíritu Santo lo obra en nosotros; de donde se sigue que por lo que a este amor se refiere él habita en nosotros y nosotros lo tenemos a él como a alguien de cuya riqueza gozamos.

   Y puesto que proviene al Espíritu Santo del Padre y del Hijo el que por el amor que obra en nosotros esté en nosotros y sea poseído por nosotros, dícese con razón que nos es dado por el Padre y por el Hijo. Dícese también que él mismo se nos da a nosotros en cuanto que el amor por el cual habita en nosotros él lo obra en nosotros juntamente con el Padre y el hijo.


(Contra Gent., IV, XXIII).



   III. El nombre propio del Espíritu Santo es don. Entiéndase por don aquello que se da para no ser devuelto, es decir, lo que no se da con idea de retribución. De aquí que envuelve la idea de donación gratuita, cuya razón de ser es el amor. Pues cuando damos algo gratuitamente a otro es porque le deseamos algún bien. Luego, lo primero que le damos es el amor con que le deseamos algún bien. De donde se sigue que el amor tiene carácter de primer don, por el cual son dados todos los dones gratuitos. Si, pues, el Espíritu Santo procede como amor, síguese que procede como primer don. Por consiguiente, por este don que es el Espíritu Santo los miembros de Cristo reciben muchos otros dones.


(1ª q. XXXVIII, c. II)



                   MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino

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