Salid, y ved, hijas de
Sión, al rey Salomón con la corona, con que le coronó su madre en el día de su
desposorio, y en el día de la alegría de su corazón (Cant 3,
11).
Es la voz de la Iglesia, que invita a las
almas de los fieles a contemplar cuán admirable y precioso es su esposo. Porque
las hijas de Sión son las mismas que las hijas de Jerusalén, las almas santas,
ciudadanos de aquella suprema ciudad, las cuales disfrutan de paz perpetua en
compañía de los Ángeles, y por consiguiente, contemplan la gloria del Señor.
I. Salid, esto es, salid de la vida turbulenta
de este siglo, para que podáis contemplar con la mente expedita al que amáis. Y
ved al rey Salomón,
es decir, al verdadero Cristo pacífico. Con la corona
con que le coronó su madre; como si dijese: considerad a Cristo
revestido de la carne por nosotros, carne que tomó de la carne de la Virgen, su
Madre. Pues llama corona a la carne, que Cristo tomó por nosotros, en la que,
habiendo muerto, destruyó el imperio de la muerte; y en la que, resucitando,
nos dio la esperanza de resucitar.
De esta corona dice el Apóstol: Lo vemos (a Jesús) por la pasión de la muerte coronado de gloria
y de honra (Hebr 2, 9). Se dice que lo coronó su madre,
porque la Virgen María le dio de su carne la substancia de la carne.
En el día de su desposorio, esto
es, en el tiempo de su Encarnación, cuando unió a sí a la Iglesia, que no tiene
mancha o arruga, o cuando Dios se unió al hombre. Y en el día de la alegría de su corazón. Pues la alegría y el gozo de Cristo
es salud y redención del género humano. Y viniendo a casa, llama a sus amigos y
vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque
he hallado mi oveja, que se había perdido
(Luc
15, 6).
II.
Conforme a la letra, puede también referirse sencillamente todo esto a la
Pasión de Cristo. Porque previendo Salomón, en espíritu, la Pasión de Cristo
mucho tiempo antes, aconsejaba a las hijas de Sión, esto es, al pueblo de
Israel: Salid y ved al rey
Salomón, es
decir, a Cristo, con la corona, o sea, con la corona de espinas con que le
coronó su madre, la Sinagoga, en el día de su
desposorio, cuando
unió a sí la Iglesia, y en el día de la alegría
de su corazón, en
el cual se regocijaba de redimir de la potestad del diablo al mundo, por medio
de su pasión.
Salid,
pues, y salid de las tinieblas de la
infidelidad y ved,
esto es, entended mentalmente que
aquél que padece como hombre es verdadero Dios.
O también, salid
fuera de la puerta de vuestra ciudad, para que
lo veáis crucificado en el monte Gólgota.
(In. Cant., III).
MEDITACIONES — Santo Tomás de Aquino
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