Hasta ahora hemos considerado los títulos que nos confiere la vida divina
de la gracia. Pero, como reza el dicho, «nobleza obliga»: esta
vida ha de contar, como la vida natural, con un verdadero organismo, que nos
haga obrar en conformidad con el ser y los títulos recibidos. Dicho organismo,
que es infundido juntamente con la gracia, está constituido:
• ante todo, por los hábitos sobrenaturales, que son de dos clases: las virtudes infusas y los dones del
Espíritu Santo;
• y luego, por las gracias actuales, que dan toda su eficiencia a las virtudes y
dones.
1º Las virtudes infusas.
Las virtudes infusas son hábitos
operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a
obrar sobrenaturalmente según el dictamen de la razón ilustrada por la fe.
• Como
su nombre lo indica, son otorgadas por una acción directa de Dios, que la
teología llama «infusión» (de ahí
su nombre de virtudes infusas), juntamente
con la gracia, con la que crecen simultáneamente, y con la que también
desaparecen por el pecado mortal.
• A diferencia de la
gracia, que es infundida en la esencia del alma, las
virtudes son infundidas en las potencias del alma, inteligencia y voluntad, para elevar, no ya el ser,
sino el obrar,
al nivel sobrenatural.
• Sus actos son inspirados
por las luces divinas de la fe, y ejecutados por la voluntad con el socorro de la divina
gracia, de modo que su valor es rigurosamente
divino, y merecen en justicia un crecimiento de gracia santificante en esta
vida y su correspondiente crecimiento de gloria en el cielo.
• La
finalidad del ejercicio de las virtudes sobrenaturales es nuestra perfección sobrenatural,
esto es, la santidad, que
consiste en la posesión de Dios por la gracia en esta vida, y por la gloria en
el cielo.
Hay dos grandes clases de
virtudes infusas: las teologales y las morales.
1º Las VIRTUDES TEOLOGALES son
las que tienen a Dios por objeto. Por ellas nos ordenamos directa e inmediatamente
a Dios como a nuestro fin último sobrenatural. Son tres:
• LA
FE
nos une a Dios dándonoslo a conocer como suma y primera Verdad,
y nos hace verlo y apreciarlo todo tal como Dios lo ve y aprecia.
• LA ESPERANZA nos
une a Dios haciéndonoslo desear como sumo Bien y fuente de nuestra felicidad,
siempre dispuesto a derramar sus beneficios sobre nosotros y a ayudarnos con su
socorro todopoderoso.
• LA CARIDAD nos
une con Dios sumamente bueno y amable en Sí mismo, haciendo que nos
complazcamos en El y en sus perfecciones divinas, y haciéndonos entrar en santa
amistad y familiaridad con El.
2º Las VIRTUDES MORALES son
las que tienen por objeto, no ya a Dios, sino los medios que a Él nos conducen, disponiendo las facultades del hombre para
ordenar sus actos humanos hacia el fin último sobrenatural. Son muchas, pero se
reducen a cuatro principales, llamadas cardinales:
• LA PRUDENCIA nos
hace considerar el fin último en todas nuestras acciones, para elegir siempre
los medios que mejor nos conduzcan a él. Corrige así la herida de ignorancia que el pecado original dejó en nuestra inteligencia.
• LA JUSTICIA nos
hace dar al prójimo lo que le es debido, santificando nuestras relaciones con
él para acercarnos más a Dios. Corrige la herida de malicia que el pecado original dejó en la voluntad.
• LA FORTALEZA arma
nuestra alma para la lucha, haciéndonos soportar con paciencia los
sufrimientos, y emprender con audacia los trabajos más rudos para procurar la
gloria de Dios y nuestra salvación. Corrige la herida de debilidad, que el pecado original dejó en el apetito
irascible.
• LA TEMPLANZA modera
nuestra avidez por el placer, y lo somete a la ley de Dios, para que no nos
aparte de nuestro último fin. Corrige la herida de concupiscencia, que el pecado original dejó en el apetito
concupiscible.
2º Los dones del Espíritu Santo.
No basta con que el alma
posea las virtudes infusas, ya que, aunque le confieren la aptitud de obrar
sobrenaturalmente, lo hacen de modo humano, y,
por lo tanto, no son capaces de llevarla hasta las cumbres de la Vida Interior.
Es necesario que el Espíritu Santo intervenga en persona, tomando la dirección
de la obra, y otorgando al alma la capacidad de obrar sobrenaturalmente según
un modo
divino. Es lo que hace mediante
los dones.
Los dones del Espíritu Santo son hábitos
sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a
recibir y secundar con facilidad las mociones del mismo Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano.
• Su finalidad es perfeccionar las virtudes infusas, haciendo a las
facultades del hombre prontas y dóciles en corresponder a las inspiraciones del
Espíritu Santo, y sobre todo dándoles una modalidad divina de acción.
• Los dones son a la vez flexibilidades y energías, docilidades y
fuerzas, que por un lado vuelven al alma
más pasiva y dócil en secundar las mociones divinas, y por otro la hacen más activa
para corresponder a dichas mociones y poner en práctica lo que ellas reclaman.
• Son
indispensables para alcanzar la perfección cristiana, que
no sería consumada sin la intervención del mismo Dios. Por medio de ellos la
luz de Dios sustituye a la de la razón, y su moción a la de la voluntad, sin
suprimir la libertad; Dios desciende hasta las facultades para dirigir y
sostener su acción, convirtiéndolas en instrumentos suyos. Pueden también ser
necesarios para la eterna salvación, en
circunstancias en que las virtudes infusas, por su modo humano de obrar, no
sabrían reaccionar como conviene para evitar el pecado.
Los
DONES DEL ESPÍRITU SANTO
son siete: sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad,
fortaleza y temor de Dios (Is. 11 1-2), porque vienen a perfeccionar
las siete virtudes infusas.
• El
don de SABIDURÍA perfecciona
la virtud de caridad, y hace que el alma
saboree las cosas divinas, dándole una cierta con naturalidad con ellas.
• El don
de ENTENDIMIENTO perfecciona la virtud de fe,
dándole una gran penetración de los grandes
misterios sobrenaturales.
• El don
de CIENCIA perfecciona la misma virtud de fe, enseñándole a juzgar rectamente de las cosas creadas y a
ver en todas ellas la huella de Dios.
• El don
de CONSEJO perfecciona la virtud de prudencia, haciéndole conocer en casos particulares y difíciles lo
que hay que hacer o evitar.
• El don
de PIEDAD perfecciona la virtud de justicia,
excitando en la voluntad un afecto filial hacia
Dios considerado como Padre, y un sentimiento de fraternidad cristiana hacia
todos los hombres.
• El don
de FORTALEZA perfecciona la virtud de fortaleza,
haciéndola llegar al heroísmo más perfecto en su
doble aspecto de acometida viril del cumplimiento del deber a pesar de las
dificultades, y de resistencia ante toda clase de pruebas y peligros.
• El don
de TEMOR perfecciona la esperanza, extirpando de raíz el pecado de presunción y haciendo que
nos apoyemos únicamente en el auxilio omnipotente de Dios, y la templanza,
refrenando el apetito desordenado de los placeres por el temor de los castigos
divinos.
Los actos de las virtudes
perfeccionadas por los dones reciben el nombre:
• de FRUTOS del Espíritu Santo, cuando
alcanzan la suavidad y la madurez plena de la virtud;
• y de BIENAVENTURANZAS, cuando además sobresalen
por su grado eminente.
3º Las gracias actuales.
Digamos, finalmente, que
nuestras facultades sobrenaturales, para ponerse en ejercicio, necesitan un
socorro divino, que se llama gracia
actual. Como su nombre lo indica, es una moción pasajera, una impulsión transitoria,
que el Espíritu Santo nos ofrece para cada acción sobrenatural, y a la que comúnmente solemos dar el nombre de «inspiración de
la gracia».
Así, desde la conversión
hasta la perseverancia final, pasando por la permanencia en el bien y el
crecimiento en santidad, el alma necesita verse continuamente respaldada por
las gracias actuales. Pueden presentarse bajo forma de luz que ilumina el entendimiento, o de impulso que incita a la voluntad; ser interiores, y presentarse directamente al alma bajo forma de buen
pensamiento, propósito o afecto; o exteriores, y
obrar desde fuera, por medio de un consejo, una lectura, un buen ejemplo, un
acontecimiento providencial.
Conclusión práctica para la Vida
Interior.
La gracia actual es la
que da eficacia, en definitiva, a la gracia santificante, a las virtudes y a
los dones; pues sin esos socorros del Espíritu Santo, nunca pondríamos en
acción el organismo sobrenatural que nos confiere la gracia. Es capital, por lo
tanto, ser
fieles a las inspiraciones de la gracia,
a fin de hacer fructificar ese precioso tesoro. Para ello debemos:
1º Creer en las inspiraciones de la
gracia, esto es, en la acción del Espíritu Santo en nuestras
almas.
Cada uno de nosotros
está llamado a imitar de manera propia y personal la perfección de Jesús y de
María. Ahora bien, ¿cómo saber a qué virtudes
debemos aplicarnos más especialmente, qué actitudes de alma de Jesús y María
debemos adoptar más particularmente? Sólo pueden indicárnoslo
las inspiraciones de la gracia, que constituyen la dirección interior del
Espíritu Santo.
2º Percibir y reconocer como tal esta
dirección de la gracia; pues la voz de la gracia es una voz
delicada y tenue, que no se escucha en medio del ruido del mundo.
Para percibirla hay que vivir en el recogimiento y en el silencio, y
evitar todo contacto inútil con las criaturas.
Además, hay que discernir estas voces de la gracia; y así, reconoceremos que una
inspiración es divina y mariana:
• cuando
es conforme a las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia, y a las directivas
de nuestras Reglas y de nuestros Superiores;
• cuando
nos empuja a lo que es contrario a nuestras inclinaciones naturales y sensibles,
esto es, al sacrificio;
• cuando
no pide lo que es imposible o excéntrico;
• cuando
deja la paz en el alma, incluso al exigir el sacrificio;
• cuando
el director espiritual reconoce en tal dirección una verdadera moción de la
gracia.
3º Conceder un gran valor y estima a
estas inspiraciones, haciendo con amor y fidelidad lo que esta
gracia nos pide, o evitando lo que nos desaconseja.
Para ello, hemos de
acordarnos de que estas gracias han costado muy caro a Jesús y a María: por
cada una de ellas Jesús y María han rezado, trabajado, sufrido y llorado. Como
decía el Padre Edouard Poppe, «en
cada gracia brilla una gota de sangre de Jesús y una lágrima de María».
Seminario Internacional Nuestra Señora
Corredentora
Moreno, Pcia. de Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario