El que desea obedecer fielmente a la voz de Dios debe
determinarse, no sólo a seguirla, sino a seguirla sin demora y cuanto antes, si
no quiere exponerse a grave riesgo de perder la vocación. Y si por
circunstancias especiales se viere forzado a esperar, se esmerará por
conservarla como la joya más preciosa que le hubieran confiado.
Tres son los medios más
principales para custodiar la vocación: secreto,
oración y recogimiento.
Del Secreto
Ordinariamente hablando, debemos guardar
secreto sobre nuestra vocación de suerte que nadie se entere de ella, excepción
hecha del director espiritual; porque de ordinario
las gentes del siglo no tienen escrúpulo ni reparo de insinuar a los jóvenes
llamados al estado religioso que en todas partes, aun en medio del mundo, se
puede servir a Dios. ¡Lástima que
semejantes proposiciones salgan a veces de labios de sacerdotes y de
religiosos, pero de religiosos que entraron en la Orden sin vocación, o que
ignoran lo que esta palabra significa!
Es
cierto que podemos servir a Dios en todas partes; pero esto se ha de entender
de los que no son llamados a la religión, y no de aquéllos que se sienten con
vocación de Dios y se quedan en el mundo para satisfacer sus caprichos. Éstos con gran trabajo, como queda dicho,
llevarán vida arreglada y servirán a Dios. De modo especial se debe ocultar la vocación a los parientes. Falsamente
opinó Lútero cuando afirmó, según el testimonio de Belarmino, que pecaban los hijos entrando en religión
sin el consentimiento de sus padres, y por toda razón añadía que los hijos
están, obligados a obedecerlos en todo. Esta
opinión ha sido combatida unánimente por los Concilios y los Padres de la
Iglesia. El décimo Concilio de Toledo dice expresamente que es lícito a los
hijos entrar en religión sin licencia de sus padres, siempre que hayan pasado
los años de la pubertad. Dice así: “Los padres podrán negar su permiso a los
hijos que desean hacerse religiosos hasta los catorce años; pasados los catorce
años, podrán los hijos abrazar lícitamente el estado religioso, ora lo
consientan los padres, ora sea por libre voluntad y elección de los hijos”.
Lo mismo dice el Canon 24 del Concilio
Tiburtino, y lo enseñan los Santos
Doctores Ambrosio, Jerónimo,
Agustín, Bernardo, Tomás y otros, que dicen con San Juan Crisóstomo: “Cuando los padres son estorbo para el
adelantamiento espiritual de los hijos, no se deben atender sus razones”.
Son de parecer algunos autores que, cuando
un hijo llamado por Dios al estado religioso puede fácilmente y sin ningún
obstáculo obtener el consentimiento de sus padres, convendría que les pidiese
su bendición y consentimiento. Este parecer, especulativamente hablando, se
podría sostener; pero en la práctica está ordinariamente cercado de mil
peligros. Conviene aclarar aquí este punto para acabar con ciertos escándalos
farisaicos.
Es cierto que en la elección de estado no
tenemos obligación de obedecer a los padres.
Ésta es sentencia común entre los Doctores, y concuerdan con Santo Tomás,
que dice así: “Cuando se trata de
contraer matrimonio, o de guardar castidad o de cosa semejante, ni los criados
están obligados a obedecer a sus señores ni los hijos a sus padres”
Sin embargo, cuando el
hijo quiere contraer matrimonio, el P. Pinamonti, en su obra de la Vocación religiosa, sigue la
opinión de Sánchez, Koning y
otros teólogos, que aseguran, y con razón, que el hijo está obligado a pedir
consejo a sus padres, porque en estos negocios tienen más experiencia que el
hijo, y en semejantes circunstancias fácilmente los padres tienen en cuenta sus
obligaciones.
Pero tratando de la vocación religiosa no
están obligados los hijos, como atinadamente observa el P. Pinamonti,
a pedir consejo a sus padres, ya porque en este asunto carecen de experiencia,
ya porque sus miras e intereses los convierten en enemigos de los hijos.
Hablando Santo Tomás de la
vocación religiosa, dice: “No pocas
veces los amigos de carne y sangre se oponen a nuestro adelantamiento
espiritual”. Y antes prefieren que los hijos se condenen viviendo en su
compañía, que se salven si tienen que abandonarlos. Por esto exclama San Bernardo: “¡Oh padre cruel! ¡oh madre sin entrañas! que
sólo hallan consuelo en la condenación de su hijo, y prefieren que perezca en
su compañía antes que reine lejos de ellos”.
Cuando Dios llama a uno a la vida religiosa,
dice un grave autor, le exige que se olvide de sus padres, recordándole estas
palabras del Salmista: Escucha, hija, y considera y presta atento
oído, y olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Con estas palabras nos advierte el Señor que, cuando nos convida a
seguirle, no se debe pedir consejo a los padres. He aquí las palabras del
citado autor; “Si es voluntad de Dios que el alma
llamada a la religión se olvide de su padre y de su casa, también lo es que
para llevar a la práctica el consejo del Señor no debe pedir consejo a sus
padres y hermanos”.
Explicando San Cirilo las palabras que Jesucristo dijo al joven del Evangelio: Ninguno que después de haber puesto mano
en el arado vuelve los ojos atrás es apto para el Reino de los Cielos, dice
que el que pide tiempo para consultar la vocación con los parientes ése es cabalmente quien mira atrás y el declarado
por el Señor como imposibilitado de entrar en el Reino de los Cielos. Por esto Santo Tomás aconseja con mucho encarecimiento a los que son llamados a
vida más perfecta que no pidan parecer, sobre la vocación a sus parientes. “Que en este negocio, dice, no se consulte
a los amigos y allegados; porque aunque está escrito: ‘confía al amigo tus
secretos y negocios’, en éste de la vocación los parientes no son amigos, sino
enemigos, como nos lo enseña nuestro Salvador: Y los enemigos del hombre, las
personas de su misma casa”.
Por lo tanto, si es grave yerro pedir consejo a los padres para entrar en religión,
mayor imprudencia sería pedir su consentimiento y esperar su licencia, porque
esta demanda no se puede hacer, de ordinario, sin evidente peligro de perder la
vocación, mayormente cuando hay fundadas sospechas de que los padres pongan
trabas a tan noble determinación. Cuando
los santos se sintieron inclinados a abandonar el mundo, salieron de sus casas
sin que sus familias lo advirtieran. Así obraron Santo Tomás de Aquino, San Francisco Javier, San Felipe Neri y San
Luis Beltrán. Y cuenta, que Dios ha comprobado hasta con milagros lo
agradable que le son estas fugas gloriosas.
San Pedro De
Alcántara, para hacerse religioso, huyó de la casa de su madre a
cuya obediencia estuvo sujeto después de la muerte de su padre. Aconteció que
en el camino se le atravesó un río, que no podía vadear; encomendóse a Dios, y
de repente se vio trasladado a la opuesta ribera.
También San Estanislao de
Kostka huyó de la casa paterna sin licencia de su padre: su
hermano tomó una diligencia y corrió presuroso a darle alcance; cuando ya
estaba por alcanzarlo, los caballos, por más que los hostigaba, no daban un
paso adelante; sólo cuando tomaron la vuelta de la ciudad comenzaron a correr a
toda brida.
Célebre es el caso que sucedió a la Beata Oringa de Valdarno, en la Toscana. Su padre había
prometido darla a un joven por esposa; al saberlo ella, huyó de la casa paterna
para consagrarse a Dios. En el camino se le atravesó el río Amo, que le impidió
proseguir su viaje. Hizo oración; partióse el río en dos, formándose a
entrambos lados una como muralla de cristal, y por en medio pasó la joven a pie
enjuto.
Por consiguiente, hermano mío amadísimo, si
Dios te manda abandonar el mundo, sé muy cauto y no cometas la imprudencia de
declarar semejante determinación a tus padres. Pide a Dios su
santa bendición, obedece cuanto antes al divino llamamiento, sin que ellos lo
entiendan, si no quieres exponerte al peligro de perder tu vocación; porque,
ordinariamente hablando, los parientes, como queda dicho, y sobre todo los
padres, ponen mil trabas a la ejecución de semejantes designios. Y
hay padres y madres que, no obstante ser muy temerosos de Dios, alucinados por
la pasión y por sus propios intereses, se fatigan e inventan mil medios para
estorbar, sin escrúpulo alguno y bajo especiosos pretextos, la vocación de sus
hijos.
En la vida del P. Pablo Séñeri, el Joven, se lee que su madre, a
pesar de llevar vida de mucha oración y recogimiento, no dejó piedra por mover
para impedir que su hijo entrase en religión, a la cual Dios lo llamaba, Se lee
asimismo en la Vida del Sr. Caballero,
obispo de Troya, que su padre, no obstante su virtud y piedad,
tentó, aunque sin fortuna, mil medios para estorbarlo que entrase en la
Congregación de Píos Operarios, y llegó hasta entablar proceso formal delante
del Tribunal Eclesiástico. ¡Cuántos
padres y cuántas madres, a pesar de ser personas, devotas y de mucha oración,
se han olvidado en semejantes casos de su oración y de su piedad, y han obrado
como si estuvieran, poseídas del demonio! Es que el infierno pone en pie de guerra
todas sus fuerzas y se arma con todo su poder para impedir que los que son
llamados por Dios a la vida religiosa lleven a la práctica sus designios.
Por
esto conviene ocultar semejante determinación a los amigos, los cuales no
tendrán escrúpulo ni reparo, si no de aconsejaros lo contrario, a lo menos de
publicar vuestro secreto; viniendo por aquí vuestros padres en conocimiento de
los designios que meditáis.
“LA
VOCACIÓN RELIGIOSA”
“Editorial
ICTION” Bs. As. Argentina. Año 1981.
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